“Me etiquetaban como brillante(...) pero nadie veía cuando me cuestionaba si merecía ese reconocimiento”, dice Alejandra
Tener altas capacidades de aprendizaje puede volverse una pesadilla para los adolescentes que no han sido diagnosticados de forma adecuada.
El choque de emociones y nuevas experiencias puede volverse retador en la adolescencia; sin embargo, tener altas capacidades y no ser completamente comprendido puede volverse una verdadera pesadilla para estos adolescentes; así como para sus familias, al enfrentarse a un sistema educativo obsoleto ante su desafiante ritmo de aprendizaje.
Los niños y adolescentes con altas capacidades suelen ser brillantes, pero invisibles ante la falta de comprensión de los docentes, dejando espacio para el desarrollo de trastornos como la depresión y la ansiedad en los menores.
Según la psicóloga Iris Aquino, de la Fundación para una vida y mente sana (FUNPSISAN), los adolescentes con Altas Capacidades pueden tener un perfeccionismo extremo, una autoexigencia constante y un deseo intenso de comprender el mundo, lo cual los hace especialmente vulnerables al no encontrar entornos que estimulen sus intereses ni comprendan sus emociones.
“Estos chicos siempre van más allá del contenido en clase, investigan por su cuenta, tienen altas expectativas de sí mismos y cuando algo no les sale como esperaban, experimentan frustración o decepción. Eso puede traducirse en síntomas depresivos”, a largo plazo explicó Aquino.
Los especialistas instan a los padres de familia prestar atención a los cambios de comportamiento, hábitos alimenticios sin restar importancia a los comentarios que los adolescentes pueden hacer.
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“Algunos adolescentes incluso son víctimas de bullying por sobresalir en clase o por ser distintos. A menudo sus compañeros esperan que fallen, tratan de ridiculizarlos o los aíslan. Esto incrementa su sensación de no pertenencia”, añadió.

Este fue el caso de Alejandra García, una joven de 19 años, quién fue diagnosticada con altas capacidades a los cuatro años.
Alejandra recuerda que su infancia estuvo marcada por una adaptación “desastrosa” al sistema educativo, sus primeros años de escuela fueron “extremadamente aburridos” y se encontró por primera vez con la incomprensión de los docentes mezclada con una presión abrumadora por sobresalir.
Esta sensación le generó diferentes problemas que la hicieron no sólo cambiar de colegio sino también buscar atención psicológica con diferentes especialistas hasta encontrar un terapeuta que se adaptara a sus necesidades.
“Llegó un punto alrededor de sexto grado, cuando ya estaba en la adolescencia, yo sentía que se me venía el mundo encima, que todos esperaban demasiado de mí y yo no tenía el derecho de ser un adolescente normal, vivir mis procesos”, agregó la joven.
Alejandra sostiene las etiquetas cómo “la brillante”, no le permitían encajar con el resto del grupo. “Me etiquetaban como brillante, como la niña que sacaba los primeros lugares, pero nadie veía cuando me sentía vacía o cuando me cuestionaba si merecía ese reconocimiento. Empecé a dudar de mí misma”, relató.
Cómo una forma de ayudarla a enfocar su potencial los padres de Alejandra la apoyaron para ser parte de Jóvenes Talento, educación alterna en casa y acceso a cursos libres que le han permitido desarrollarse en diferentes áreas como idiomas con inglés, francés y latín, pero también en temas específicos como teología.
Actualmente estudia medicina veterinaria, luego de pasar por un proceso de terapia emocional que le permitió reconectar con sus intereses. Aún así, lamenta que no haya una comunidad más amplia de jóvenes y adolescentes como ella: “Somos pocos. No hay espacios donde podamos hablar de lo que nos pasa y sentirnos comprendidos”.
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“Acelerar grados no es todo lo que se necesita”
Marcos Sebastián Álvarez Campos, de 17 años, comparte una historia similar con Alejandra. Ha cursado estudios en siete centros escolares, tanto públicos como privados, hasta que finalmente migró a una modalidad virtual con sede en Estados Unidos.
“Pasar de un colegio a otro era cansado. Me aburría en clase porque entendía el contenido el primer día y después solo me regañaban por distraído. Algunos docentes se ofendían porque no prestaba atención, aunque yo ya sabía el tema”, recuerda.
Desde su primer contacto con el sistema educativo Marcos fue identificado como un niño con altas capacidades, pero los profesionales le recomendaron a sus padres enviarlo a estudiar fuera del país, aunque esto no fuera una opción posible para la familia en ese momento y El Salvador “no tiene programas adecuados”.
A los 11 años, comenzó a recibir acompañamiento psicológico en el Hospital Bloom tras mostrar signos de ansiedad y agotamiento emocional.
“Era frustrante no poder avanzar al ritmo que necesitaba. Me sentía raro, solo. Y además, la mayoría de maestros no sabían cómo tratarme. Algunos me trataban diferente, pero no en el buen sentido”, recuerda Marcos.
Para el adolescente los niños diagnosticados con altas capacidades no solo necesitan el respaldo de las autoridades para acelerar su nivel educativo, sino que también programas que les permitan experimentar sus intereses, pero seguir siendo tratados como niños.
Para Marcos, uno de los momentos más duros fue ingresar al programa Jóvenes Talentos siendo mucho más joven que sus compañeros. “Académicamente fue un reto, pero emocionalmente fue difícil. Todos eran mayores y yo no podía relacionarme bien con ellos”, reconoció Marcos por lo que trató de volver a integrarse a grupos con niños de su edad, aunque no compartía sus mismos intereses.
En este contexto, la Fundación Altas Capacidades de El Salvador trabaja desde 2009 por el reconocimiento legal y social de estos adolescentes.
Evelyn Campos, directora de la Fundación, señala que muchos padres han optado por educar a sus hijos en casa o en modalidades internacionales ante la falta de opciones locales.
“Ser padre de un adolescente con altas capacidades en El Salvador resulta frustrante. Estos jóvenes no encajan en un sistema que no les permite desarrollarse. Son tratados como problema, no como oportunidad”, expresó.
Campos adviertió que, a diferencia de países como Costa Rica o Puerto Rico, donde existen leyes que permiten flexibilizar los procesos educativos para esta población, El Salvador carece de una política pública clara.
“Las becas se otorgan por calificaciones, no por potencial. Eso margina a muchos estudiantes con capacidades extraordinarias que no encajan en los moldes tradicionales”, añadió.

La Fundación ha documentado casos de talentos salvadoreños que han emigrado para poder estudiar y desarrollarse, como el científico Roberto Velozi y el Dr. Félix Lazo, nominado al Premio Nobel. “Es triste que se tenga que salir del país para que se les valore. Si no se apoya este talento, lo perdemos. Pero cuando se les da espacio, el talento siempre regresa”, dijo Campos.
Para la psicóloga Iris Aquino, el apoyo debe comenzar en casa. “La familia es clave. Es necesario generar ambientes de comunicación donde los adolescentes puedan expresar lo que sienten sin temor a ser juzgados. Y si hay síntomas depresivos, buscar ayuda profesional sin estigmas”, recomendó.
Además, hizo un llamado a los docentes y centros educativos para “conocer a los estudiantes, observar sus emociones, dialogar con ellos y generar entornos seguros puede hacer la diferencia. Hay adolescentes que no se abren en casa, pero sí lo hacen en la escuela. No podemos ignorar sus señales”, alertó.
Alejandra y Marcos coinciden en que el primer paso para salir adelante es saber que no están solos.
“Es difícil, sí. Pero se puede. Uno va encontrando su espacio, su gente. Solo hay que seguir buscando”, dijo Alejandra.

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