María Etelvina Inglés tiene 72 años de edad y 40 de habitar en la comunidad El Espino. Procreó nueve hijos a quienes crió de hacer diferentes trabajos en la finca, desde cortar café, picar leña o vender comida.
A cinco meses de haber sido desalojada, aún resiente que su casa haya sido la primera en ser desocupada por las autoridades. Ella asegura que está acostumbrada a trabajar, por eso cuando se vio en la calle, solo con las pocas pertenencias que le dejaron sacar de su casa, levantó una carpa sobre la acera para poner un modesto comedor. La mayoría de comensales, dice, son empleados de las instituciones que rodean a la comunidad.
Habitante de El Espino: “Dios ha sido bueno con nosotros, el humano no”
Una septuagenaria relata la frustración que siente por vivir, desde hace cinco meses, bajo una carpa de plástico tras ser desalojada junto con varias familias por una orden judicial.
“Yo no he trabajado como persona, lo he hecho como animal. Cuando nos sacaron dije: de estar sentada aquí no me va a llegar ningún cinco, voy a hacer una champita y me voy a poner a echar tortillas”, cuenta Inglés.
La mujer llora al relatar que su negocio le sirve de distracción, porque de lo contrario se siente agobiada por la situación que atraviesa junto con cuatro de sus hijos, nietos y bisnietos que viven en las champas contiguas.