Elaborar una arroba de pastelitos significaba para Lilian, en ese entonces adolescente, su permiso para ir al baile del pueblo. Más tarde con este oficio construiría un gran negocio.
Originaria del cantón Guarnecia en Santa Ana, se enamoró y se casó con el sastre del pueblo, Orlando, y la pareja emigró a Chalatenango con $500 en el bolsillo, dispuestos a comenzar una nueva vida.
Él haciendo pantalones y ella pan, bajaban al pueblo de Nueva Concepción a comercializar sus productos, pronto entendieron que el pan mueve más que la tela, y se decantaron por el negocio de las harinas.
La primera sucursal de Pan Lilian sigue en el mismo sitio donde la pareja comenzó. Ahora posee al lado una planta de producción desde donde mueven alrededor de cien productos distintos hasta las 23 sucursales con las que cuenta hoy la panadería.
Solo el 7% de los negocios familiares sobrevive a la tercera generación
Los conflictos entre hermanos y por el patrimonio, son las principales causas de ruptura. El poco interés de los jóvenes por el rubro del negocio y que las empresas no inviertan en innovación, son otros factores que influyen.
Recién han inaugurado Alma Mía, un café y restaurante, también son propietarios de una finca donde comercializan huevos y una empresa de servicio mecánico. Construir este grupo empresarial no fue fácil, sufrieron atentados, un incendio y varios tropiezos más, pero lograron salir adelante.
Hoy, Lilian y Orlando de 63 años, se han retirado, y son Marisela, Orlando y Stefany, sus hijos, los que han asumido la dirección de las empresas. Orlando, el gerente, asegura que al igual que su madre, él y sus hermanas, tuvieron su primer contacto con el negocio desde niños, y tienen el compromiso de mantener la compañía y hacerla crecer.
De acuerdo con Orlando, solo en 2018 Pan Lilian invirtió unos $250 mil, entre apertura de sucursales, ampliaciones y compra de maquinaria, entre otros. Además cuenta con 225 colaboradores.