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La ley de las pandillas en las comunidades

Así se vive en colonias y barrios bajo el acoso de las pandillas

El Diario de Hoy habló con habitantes de distintas colonias del Gran San Salvador para recopilar algunas leyes y reglas que las pandillas exigen que sean cumplidas para no correr el riesgo de sufrir represalias.

¿Hay reglas de las pandillas que cumplir en Reparto Las Campanera? Sé que hay un tipo de vestimenta que no se puede ocupar, como con cosas de Mickey, ellos no lo permiten. El tipo de zapatos que no se puede poner porque ya lo asocian, el estilo “concha”, los Nike Cortez que ya se sabe es algo característico de ellos, la ropa flojas. Video EDH
En la colonia Amatepec de Soyapango, los vehículos de noche deben entrar con las luces apagadas y usar las intermitentes. Personas en moto entran sin casco o con la visera levantada para que se les vea el rostro. Foto EDH
En los pasajes del reparto Las Campaneras todavía se logran ver los grafitis de la pandilla 18. Foto EDH
En Villa Mariona I, Cuscatancingo, la MS cobra 10 dólares mensuales por el parqueo a los residentes. Es una forma de chantaje enmascarado como cobro por vigilancia. Foto EDH

Está prohibido uso del número 13 y del 18, o múltiplos de ellos, en la numeración de cualquier objeto. Incluso solo mencionarlos podría acarrear consecuencias desagradables. El código de vestimenta pandilleril también es inviolable, por ejemplo, no se pueden usar los zapatos Nike Cortez, Adidas Superstar conocidos como “conchas”, Adidas Samba y la marca Domba.

Estas prohibiciones son de conocimiento general y desde hace años son parte de su vida cotidiana en las populosas urbanizaciones y asentamientos no solo de la capital, sino también de varias ciudades de El Salvador. “Colonias peligrosas” es el título dado por los mismos habitantes.

Las reglamentaciones se extienden más allá de aspectos superficiales como la ropa y la música de ciertos artistas que los pandilleros consideran propios. La extorsión y la intromisión en la vida privada de las personas es el lado más oscuro porque ponen limitantes a libertades y derechos de la población. Entre los entrevistados hay jóvenes no conocen otra realidad, han crecido en ella, y no creen que policías y militares vayan a cambiarla borrando grafitis de las paredes, ni con patrullajes esporádicos.

“La pandilla tienen el control. Es bien difícil cambiar algo que ya se les salió de las manos. La gente sigue desapareciendo, no logra llegar a sus casas, aparecen las tumbas clandestinas. Todo es una farsa”, comentó un residente de la colonia Amatepec, Soyapango, al consultarle su opinión sobre el Plan Control Territorial del gobierno. Donde él vive opera la pandilla Barrio 18 Revolucionarios.

Ver, oír y callar

El “Ver, oír y callar” lo tiene tan asimilado que para pronunciar una palabra relacionada con “Los Muchachos”, sus ojos rastrean el entorno para asegurarse que nadie lo está observando ni escuchando, incluso cuando la entrevista se hizo en un lugar lejos de su comunidad.

La PNC llega a patrullar por la Amatepec unas dos veces al mes. “Solo llegan de pasada para que la gente diga que ahí anda la policía, pero siento que es mejor que no lleguen porque todo mundo se alborota. Los bichos (pandilleros) se disparan y andan todos locos y nadie puede salir porque no se sabe de dónde van a aparecer corriendo con armas”, comenta el residente.

Obtubimos un testimonio similar de la colonia Bosques de Prusia, Soyapango, controlada por la Mara Salvatrucha. Acá la gente no puede llamar a la policía para resolver un conflicto, como por ejemplo un caso de violencia doméstica. Se debe llamar a la pandilla porque ellos son los que imparten justicia comunal. “Ellos saben quién entra, quién sale y qué horas. Una de las reglas es que no podés decir nada si ves que algo está sucediendo. Si llamas a la Policía, ellos lo van a saber y van a tomar represalias. O arriesgas tu vida o te quedas callado” nos cometa la fuente.

En Villa Mariona I, Cuscatancingo, la MS cobra 10 dólares mensuales por el parqueo a los residentes. Es una forma de chantaje enmascarado como cobro por vigilancia. ¿Quién se atrevería a negarse al servicio? Si un residente va a recibir la visita de un pariente, este tiene que pedir permiso a la pandilla para que pueda entrar. Si llega una persona a hacer algún trabajo, como alguna reparación en una casa, este tiene que pagar un porcentaje de las ganancias. Al igual como entras colonias, no se puede saludar a un policía, incluso no se puede ni voltear a verlo. “Uno se acostumbra a vivir así. Quizás donde yo vivo no sea tan feo como en otras colonias”, declaró el habitante de Villa Mariona.

En Reparto La Campanera, todavía se notan algunos “placazos” en las paredes de sus pasajes. Acá no se puede ni mencionar los nombres de otras colonias dominadas por otras pandillas del municipio, ni hablar de las cosas que suceden en ellas.

No está permitido usar ropa floja, camisas de los Chicago Bulls y tampoco ropa con imágenes de ¡Mickey Mouse! Es porque el ratón es el símbolo de la pandilla Mao Mao. Para las mujeres pandillera hay un código de maquillaje para diferenciarse de las féminas de otras pandillas, como el delineado de los ojos alargado con cierta exageración hacia la sien. Un residente del lugar comentó: “Para mí el Plan Control Territorial es una mentira”.

Los testimonios para este reportaje fueron recolectados antes del 25 de marzo, cuando inició el repunte de homicidios, que duró tres días y dejó 82 personas asesinadas en todo el país.

“Podrían matarme, y yo me dije, ‘si hoy es, ni modo’”: Joven sufre los castigos de la pandilla por no acatar sus reglas

Joven fue una vez vapuleado y otra amenazado por pandilleros por infringir las reglas del territorio en Montes de San Bartolo V, Soyapango, y en la Santísima Trinidad, Ayutuxtepeque.

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Varias personas pasan frente a una escuela en Montes de San Bartolo, Soyapango. Foto EDH

El caso de este joven ilustra lo que viven miles de jóvenes salvadoreños a diario, el temor de ser asesinados. Los jóvenes, sobre todo los adolescentes, tiene que conocer bien el territorio urbano para movilizarse en la ciudad. Entrar en el territorio de una pandilla u otra, puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte.

“Lo que se vive en las calles no ha cambiado prácticamente nada”, es lo que dice Javier (nombre ficticio para proteger su identidad), un joven que aparenta ser mayor que a su edad. Su pantalón limpio y camisa formal no encajan con sus zapatos que parecen que se han usado para trabajar en una construcción. Trata de vestirse de tal forma para no llamar la atención, aunque su estrategia de auto protección no le funcionó en dos ocasiones.

Javier fue vapuleado por pandilleros en la colonia Montes de San Bartolo 5, Soyapango, por entrar a la urbanización a una para la cual hay que pedir permiso previamente. Regresaba de trabajar de madrugada y lo interceptaron para interrogarlo. ¿De dónde venía?, ¿dónde trabajaba?, ¿por qué venía a esta hora?, ¿quién era y hace cuánto tiempo vivía ahí?, fue el bombardeo de preguntas que le hicieron. Como Javier no contestaba lo que ellos querían escuchar, comenzaron a darle una golpiza ejemplarizante.

“Recuerdo que me tiraron al suelo boca abajo. Extendieron un periódico y me lo tiraron en la cabeza. Creo que lo hicieron porque no querían que mi sangre les salpicara su ropa mientras me pegaban. No me resistí a que me agarraran, porque si lo hacía me iban a disparar. De repente solo dijeron “ahí dejémoslo” y se fueron”, relata Javier. Días después tuvo que huir de la colonia por miedo a que lo mataran. Su cuerpo quedó marcado por la paliza que le propinaron.

Comenzó de nuevo su vida en la colonia Santísima Trinidad, Ayutuxtepeque, pero ahí se encontró, de nuevo, con los pandilleros que son los mandamases del lugar. Una tarde caminaba por uno de los pasajes y vio a un grupo de jóvenes. El error que cometió fue verles el rostro, porque en la Santísima a los pandilleros no se les mira a los ojos y mucho menos si uno no es bien conocido. Lo obligaron a que los llevara a su casa. Estando ahí lo desvistieron, revisaron su vivienda, su teléfono y lo interrogaron por unos minutos. Querían asegurarse que Javier no fuera policía porque, según su código, solo los policías miran a los pandilleros a la cara para grabar sus rostros y luego capturarlos. Le pidieron el DUI.

“Yo tenía una dirección que no era la de la Santísima. Uno de ellos llamó por teléfono, me imagino que algún líder de la colonia que aparecía en el documento. Le hicieron un par de preguntas. Seguramente pasó poco tiempo, pero para mí fueron los minutos más largos de mi vida”. Al finalizar el interrogatorio le advirtieron que si se iba de la colonia, que se atuviera a las consecuencias.

Para Javier no es fácil recordar estas desventuras. “Supuse que podrían matarme, y yo me dije, sí hoy es, ni modo”, concluye.

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