El mandato del amor
El amor que el cristianismo demanda es un amor crucificado. Quien ha comprendido el mensaje de Jesús siempre se pondrá al lado del sufriente, del despojado, del encarcelado. Pero eso tiene su costo. La solidaridad en un mundo de pecado inevitablemente conducirá a la cruz. No debe sorprender que, igual que Jesús, los seguidores de su mensaje sean maltratados y despreciados. Los creyentes superficiales se sorprenderán cuando vean al cristiano fiel al lado de los vulnerables y preguntarán: ¿por qué estas allí? Pero la pregunta correcta debe ser para ellos mismos: ¿por qué no estás tú allí?
La principal característica del cristianismo es el amor. Basta una sola lectura del Nuevo Testamento para darse cuenta de que su principal enseñanza es la del amor. Se trata de un amor que supera la rigidez de las normas religiosas excluyentes para abrirse a quienes tienen hambre y sed de Dios. Es el amor que perdona las fallas humanas y extiende la mano al que ha caído. Es el amor que alcanza la esencia de los hechos para mostrar que Dios no se agrada de la severidad de los censuradores religiosos, sino de los sencillos de corazón.
Por causa de ese amor fue que Jesús tuvo cada vez más choques con los escribas y fariseos. Estos insistían en los lavacros ceremoniales antes de comer, mientras Jesús se enfocaba en la pureza del corazón. Mientras los fariseos rechazaban ayudar al necesitado en el día de reposo, Jesús se enfocó en demostrar que las necesidades humanas son más importantes que las instituciones religiosas. A fin de proteger al sábado, los fariseos condenaban a los enfermos y oprimidos a seguir soportando sus sufrimientos. Pero Jesús enseñó que no es el hombre quien debe ser esclavo de los prejuicios religiosos, sino la religión la que debe ser de beneficio para el hombre necesitado. Santiago lo resumió brillantemente cuando aseguró: «La religión pura y verdadera a los ojos de Dios Padre consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas en sus aflicciones, y no dejar que el mundo te corrompa» (Santiago 1:27).
Después de dos milenios de cristianismo, todavía demasiados continúan sin comprender ese mensaje central del evangelio. Todavía hay quienes solicitan decapitar a aquellos que muestran compasión hacia los necesitados porque afecta la imagen de quienes los tienen en necesidad. Son religiosos que se consideran censores de la espiritualidad y que acusan de hacer política a quienes auxilian a los afligidos, sin reparar en que ellos mismos están haciendo mucha política para defender a sus ídolos del poder. Igual que Saulo de Tarso, hay demasiados que piensan que agradan a Dios cuando persiguen, maltratan y denigran a quienes se atreven a reconocer a Jesús como único Señor. Seguirán por ese camino de ceguera hasta que truene el día del juicio y despierten a la realidad de que no eran más que perseguidores del mismo Jesús. Pero para entonces, ya será demasiado tarde.
Todo eso por no comprender la lección definitiva de Jesús: «Entonces el Rey dirá a los que estén a su derecha: “Vengan, ustedes, que son benditos de mi Padre, hereden el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Pues tuve hambre, y me alimentaron. Tuve sed, y me dieron de beber. Fui extranjero, y me invitaron a su hogar. Estuve desnudo, y me dieron ropa. Estuve enfermo, y me cuidaron. Estuve en prisión, y me visitaron”. Entonces esas personas justas responderán: “Señor, ¿en qué momento te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos algo de beber, o te vimos como extranjero y te brindamos hospitalidad, o te vimos desnudo y te dimos ropa, o te vimos enfermo o en prisión, y te visitamos?”. Y el Rey dirá: “Les digo la verdad, cuando hicieron alguna de estas cosas al más insignificante de éstos, mis hermanos, ¡me lo hicieron a mí!”» (Mateo 25:34-40). Si no somos aptos para compadecernos del Jesús a nuestro lado que tiene hambre y sed, que es migrante, que está desnudo, enfermo y en prisión, no debemos abrigar ninguna esperanza de bienaventuranza. Quien no es capaz de empatizar con el sufrimiento humano está definitivamente descalificado como cristiano.
El amor que el cristianismo demanda es un amor crucificado. Quien ha comprendido el mensaje de Jesús siempre se pondrá al lado del sufriente, del despojado, del encarcelado. Pero eso tiene su costo. La solidaridad en un mundo de pecado inevitablemente conducirá a la cruz. No debe sorprender que, igual que Jesús, los seguidores de su mensaje sean maltratados y despreciados. Los creyentes superficiales se sorprenderán cuando vean al cristiano fiel al lado de los vulnerables y preguntarán: ¿por qué estas allí? Pero la pregunta correcta debe ser para ellos mismos: ¿por qué no estás tú allí?
Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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