La Transfiguración: más que una fiesta, un llamado personal
“Una vez en la montaña, Mateo 17:2 afirma que Jesús «se transfiguró delante de ellos; su rostro resplandecía como el sol, y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz». En ese momento aparecen el profeta Elías —representando a los profetas— y Moisés —representando la Ley—, y Jesús comienza a hablarles”.
Como cada año, se celebró la tradicional Fiesta de la Transfiguración. Muchos católicos se prepararon para esta memorable fecha, pero vale la pena preguntarnos: ¿en qué consistió realmente esa preparación? No se trata únicamente de asistir a vísperas, procesiones o a la misa de la fiesta. La pregunta clave es sencilla pero profunda: ¿qué aprendimos? ¿Qué propósitos tomamos?
Podemos estar en cualquier lugar —quizá disfrutando un merecido descanso— y, sin embargo, detenernos a evaluar nuestra propia “transfiguración”. No será celestial ni deslumbrante como la de Cristo, pero sí puede ser humilde, silenciosa y sincera: un examen de conciencia para descubrir dónde debo ser luz y sal, según el papel que me toca desempeñar en la vida. Desde el trabajador más sencillo hasta el personaje más influyente, todos estamos llamados a revisar, evaluar, meditar… y transfigurarnos. Ese es el verdadero sentido que deberíamos rescatar de la Transfiguración 2025.
No es lo mismo una fiesta patronal que una fiesta espiritual. La pregunta no debería ser si este año Sivar Land estuvo mejor, si el Desfile del Correo fue más bonito o si las actividades fueron más coloridas. Lo esencial es preguntarnos si la magna celebración de nuestras fiestas patronales fue más un espacio de oración y reflexión que un simple período de vacación. Porque, aunque existan celebraciones visibles, también hay “fiestas” que pasan en el anonimato: médicos y enfermeras que atienden con esmero en los hospitales, cuidadores que asisten a los ancianos en asilos, custodios de centros penales que por un día actúan con más humanidad. Son ejemplos de cómo el trabajo sencillo y callado puede convertirse en signo vivo de la verdadera Transfiguración.
Esta fiesta puede tener un gran significado si la miramos desde nuestra condición humana y decidimos vivirla de manera distinta. Vacación no es sinónimo de paganismo sin límites. Quienes intentamos seguir a Jesús deberíamos preguntarnos si estamos listos para realizar una “transfiguración personal”: no para deslumbrar, sino para iluminar, guiar y detenernos un momento en el camino. De lo contrario, seguiremos dando tumbos, asistiendo a misas esporádicamente, evitando ciertas parroquias porque el sacerdote “es aburrido” o acumulando retiros como si fueran trofeos, cayendo en la vergonzosa categoría de “coleccionadores de retiros”. Todo esto sin detenernos a examinar cómo está nuestra relación con Dios.
Recuerdo las palabras de Joan Manuel Serrat: “No me gusta esta época que vivo, pues todo es comprado, todo tiene un precio”. Agosto debería ser el mes para levantar la mirada al cielo y comprometernos a que nuestra vida sufra una verdadera transformación. En lo personal, confieso que soy el menos indicado para dar lecciones, pero una experiencia me marcó: alguien me dijo, “solo vos conoces tu devenir en esta vida”. No me enojé, pero sí me entristeció. Pensé: ¿qué gana alguien con un comentario así? ¿Aporta algo? ¿Toca el corazón para bien o para herir? Y lo más importante: ¿dónde queda el tono humano, las horas de oración, la vida espiritual? Nadie está llamado a actuar como un sanedrín que hiere sin medir consecuencias. Mi deseo es que esa persona —como todos nosotros— pueda vivir una auténtica Transfiguración y que el próximo 5 de agosto sea un ser renovado.
Debemos orar mucho por los sacerdotes y por los laicos comprometidos que, junto a ellos, son llamados a ser ejemplos de transfigurados en este tiempo. Nos falta insistir más en la importancia de la confesión. No es el sacerdote quien nos perdona: es un don de Dios a través de él, y debemos buscarlo y aprovecharlo. Tal vez esa sea la primera luz de la Transfiguración que todos anhelamos.
Al final, no logra más quien asistió a todos los actos, quien más se asoleó o quien se mojó en la procesión. Logra más quien comprendió el mensaje y lo llevó a la práctica. Pido a Dios que me conceda aprovechar esta oportunidad para cambiar, y que la Transfiguración que hemos vivido no se quede en un recuerdo, sino que sea el inicio de una vida más plena y luminosa.
Médico

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