¿Dónde está nuestra humildad?
Esta columna es una invitación a reflexionar. A dejar de lado el rito vacío, la rutina religiosa, y volver a lo esencial: amar al prójimo como a uno mismo. No basta con evitar ciertos alimentos o adoptar una pose piadosa por unos días. Ser católico coherente implica compromiso, servicio y compasión activa.
El Domingo de Ramos marca, para la mayoría de confesiones cristianas, la conmemoración de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, dando inicio a la Semana Santa. Es una fecha cargada de simbolismo espiritual, pero que hoy parece desdibujarse entre ritos externos, procesiones sociales y escapadas vacacionales. ¿Nos hemos detenido a pensar si Jesús ha entrado verdaderamente en nuestras casas? ¿En nuestra sociedad?
Vivimos la Semana Santa como una tradición más, anclada al recuerdo de películas clásicas como La Pasión de Cristo, Ben-Hur o Jesús de Nazaret. Nos aferramos a un Jesús del pasado, sin permitirle actuar en nuestro presente. Celebramos con el calendario, pero no con el corazón. ¿Es nuestro cuerpo, nuestro hogar, un pequeño Jerusalén dispuesto a recibirlo?
El mensaje de esta semana no se trata de recordar por recordar. Se trata del encuentro con Cristo, de renovar nuestra relación con Dios y con los demás. El Papa Francisco ha propuesto como lema “Caminemos juntos en la esperanza”, un llamado a salir al encuentro de los más necesitados: enfermos, ancianos, personas en situación de calle, privados de libertad, familias en duelo o con seres queridos desaparecidos.
Sin embargo, los hechos muestran una realidad distinta. Las playas se llenan más que las iglesias. Los ríos y lagos rebosan más que nuestros corazones. ¿Hemos olvidado que la entrada de Jesús en Jerusalén fue montado en un asno, símbolo de humildad y mansedumbre? La profecía de Zacarías se cumplió con ese acto: Jesús no buscó la ostentación, sino agradar al Padre con sencillez.
¿Y nosotros? ¿Con qué actitud entramos en nuestras oficinas, restaurantes o iglesias? Muchas veces lo hacemos con soberbia, indiferencia o altanería. En El Salvador de 2025, la humildad parece haber quedado en el camino. Valoramos más el carro lujoso que el gesto sincero. Nos alejamos del mensaje de paz y mansedumbre de Jesús.
Esta columna es una invitación a reflexionar. A dejar de lado el rito vacío, la rutina religiosa, y volver a lo esencial: amar al prójimo como a uno mismo. No basta con evitar ciertos alimentos o adoptar una pose piadosa por unos días. Ser católico coherente implica compromiso, servicio y compasión activa.
¿Estamos dispuestos a montar el asno de la humildad? ¿A vivir una Semana Santa que agrade verdaderamente a Dios? ¿O seguiremos rindiendo culto al ego, al consumo y a la apariencia?
Preguntémonos de qué lado estamos. Caminemos, sí, pero juntos, con esperanza, con mansedumbre, y con la firme intención de llegar transformados a la Pascua de Resurrección.
Médico.

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