Refugio en medio de la adoración
En el corazón de La Haya, Países Bajos, una pequeña iglesia nos recordó, entre cantos y oraciones, que la fe cristiana no solo se profesa con palabras, sino que también se vive con actos valientes de acogida y justicia. La historia de la Iglesia Bethel y la familia Tamrazyan es más que una anécdota curiosa: es un testimonio de lo que puede ocurrir cuando una comunidad de creyentes decide actuar, aun cuando la ley civil indique lo contrario.
La historia comienza en 2009, cuando la familia Tamrazyan —padre, madre y tres hijos— huye de Armenia. Su patria, aunque cristiana en su raíz histórica, atravesaba tensiones políticas profundas. Sasun Tamrazyan, el padre de familia, había sido un activista político que criticaba al gobierno y temía represalias que pondrían en peligro su vida y la de su familia. Buscando refugio, llegaron a los Países Bajos, país conocido por su tradición humanitaria y su sistema legal robusto. Durante casi una década, la familia vivió bajo la incertidumbre. Presentaron solicitudes de asilo que fueron rechazadas una tras otra, a pesar de las pruebas de la persecución política sufrida. Durante algún tiempo encontraron cobijo en otra iglesia, donde sus miembros también les brindaron protección. Pero la situación se volvió insostenible cuando las autoridades neerlandesas agotaron las instancias legales y decidieron ejecutar la deportación.
Fue entonces cuando la Iglesia Bethel, en La Haya, tomó una decisión audaz. A finales de octubre de 2018, recibieron a la familia Tamrazyan en su edificio. No fue un acto improvisado ni emocional, sino una determinación consciente y comunitaria basada en la ética cristiana. Sabían que una antigua ley holandesa prohíbe a la policía interrumpir un servicio religioso en curso. Así que decidieron hacer algo radical: mantener un culto ininterrumpido las 24 horas del día para evitar la detención y deportación de la familia Tamrazyan. Así comenzó uno de los actos de resistencia cristiana más inusuales y conmovedores de nuestra época. Día y noche, pastores, músicos, lectores, intercesores y feligreses se turnaban para que el servicio jamás terminara. Participaron más de 500 pastores y voluntarios de diferentes denominaciones, no solo de La Haya, sino de diversas partes de los Países Bajos e incluso de otros países europeos. Era un esfuerzo cristiano que trascendía las fronteras doctrinales.
La adoración —que para muchos es solo un acto dominical— se convirtió en un escudo protector, una declaración pública contra la deshumanización de las leyes migratorias. Los cánticos, las lecturas bíblicas y las oraciones no eran solo rituales religiosos, sino actos de resistencia civil no violenta. Durante 96 días ininterrumpidos, la iglesia fue un santuario de vida y esperanza, desafiando pacíficamente a un sistema que pretendía separar a esta familia del refugio que habían encontrado.
Mientras tanto, el caso de los Tamrazyan desencadenó un debate nacional sobre la política migratoria en los Países Bajos. La cobertura mediática y la presión pública aumentaron hasta que, en enero de 2019, el gobierno anunció una medida excepcional: otorgar a la familia Tamrazyan un permiso de residencia humanitario. Además, revisaron más de 700 casos de otras familias con niños, que después de vivir largos años en los Países Bajos, obtuvieron asilo. Logrado su objetivo el culto ininterrumpido llegó a su fin.
Este episodio no solo salvó a una familia. También recordó a Europa y al mundo entero que la fe cristiana, cuando es coherente, puede y debe interponerse frente a la injusticia. Mientras algunos cristianos prefieren vivir su religión encerrados en los templos o en debates teológicos estériles, otros, como la comunidad de Bethel, entienden que el evangelio cobra vida cuando se defiende al migrante, se protege al perseguido y se cuida al vulnerable.
La historia de la Iglesia Bethel es incómoda para quienes buscan una fe acomodada y sumisa a los poderes del Estado. Pero también es profundamente inspiradora para quienes creen que la adoración no termina cuando se apagan las luces del templo, sino que continúa en cada acto de hospitalidad, en cada defensa de la vida y la dignidad humana. Un mensaje muy actual para las iglesias en los Estados Unidos, donde se palpa la hostilidad en contra de los migrantes, y para las de El Salvador, donde tenemos prisioneros de conciencia.
Pastor General de la Misión Cristiana Elim

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