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Economía y política, El Salvador, siglo XX

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Por Carlos Gregorio López Bernal
Publicado el 15 de julio de 2025


Por décadas, el café fue determinante para la economía salvadoreña. Pero para mediados del XX eran evidentes los problemas que generaba la excesiva dependencia del grano. Se apostó entonces por promover la industrialización, la diversificación de la agricultura de exportación y la integración económica regional. La expansión del añil se hizo al margen del Estado; el café requirió la intervención estatal, pero esta se dio según surgían las necesidades. Todo esto cambió en la década de 1950, la nueva apuesta de desarrollo era muy ambiciosa y compleja; requería no solo la intervención directa del Estado, sino muchos más recursos económicos, infraestructura, capacidades gerenciales y mano de obra. Tuvo un componente de planificación considerable.

Las reformas de las décadas de 1950 y 1960 fueron producto de una preocupación compartida por importantes grupos de militares y civiles, incluyendo empresarios, que tenían un proyecto de desarrollo nacional enmarcado por una visión de modernización de la economía y cierta democratización del sistema político que no terminó de cuajar (quizá ni se tomó en serio), a la vez que sentaba las bases de los principios de justicia social. A nivel nacional concurrieron individuos visionarios como los jóvenes oficiales militares, cuya cabeza más visible fue Óscar Osorio; un economista tan brillante como Jorge Sol Castellanos. Asimismo, habría que señalar a jóvenes empresarios, la mayoría de ellos graduados en el extranjero que a su regreso al país no tuvieron problemas en trabajar en el Estado.

Un elemento distintivo de este proceso y que ha sido poco valorado, es que se diseña e impulsa en un periodo de relativa bonanza económica. No son reformas para salir de una crisis, como aconteció, por ejemplo, con las de 1980, son pensadas para acelerar el “desarrollo” y superar la vulnerabilidad económica provocada por la excesiva dependencia del café. Además, estudios y consultorías realizados por diversas instituciones permitieron conocer mejor los problemas y necesidades del país y diseñar propuestas más viables y consistentes. 

En la década de 1950, la integración económica regional estuvo marcada por la CEPAL, que insistía en que fuera un proceso gradual para manejar las asimetrías de las economías nacionales, y apostaba a la complementariedad de las economías centroamericanas. Sin embargo, en la década de 1960, la CEPAL fue desplazada por la Alianza para el progreso, que no tenía ideas tan depuradas como la CEPAL, pero tenía dólares para financiar el proceso. Este viraje influyó en la crisis del MERCOMUN a finales de la década, cuyo signo más evidente fue la guerra entre El Salvador y Honduras.

La Universidad de El Salvador fue parte de esos procesos reformistas. Creó la facultad de economía en 1948, por cierto, con apoyo de empresarios. En esos años también se fundó el Instituto Tropical de Investigaciones Científicas que colaboró con instituciones estatales en investigaciones científicas con interesantes componentes prácticos en disciplinas como geografía, hidrología, suelos, etc. Fue en esos años que se constituyó el sistema de salud pública, con una importante colaboración del Colegio Médico y la Facultad de Medicina de la UES. Hacia 1968 se impulsó una audaz pero controversial reforma del sistema educativo que buscaba ampliar la cobertura en educación primaria y tecnificar la educación media con miras a formar mano de obra calificada. El componente que más llamó la atención del proyecto fue la utilización de la televisión para impartir las clases en los tres últimos grados de educación primaria. Pero otro quizá más importante, y al que se ha prestado poca atención fue la diversificación de los bachilleratos orientada a mano de obra semicualificada, algo que hacía mucha falta en la industria y el agro.

El proceso de reformas y modernización enfrentó serios problemas, algunos estructurales, otros coyunturales: demografía, estructura agraria, la guerra con Honduras, etc. Todo ello se confabuló para que los beneficios del crecimiento económico no alcanzaran al grueso de la población. Aunque la guerra con Honduras fue breve, sus consecuencias fueron graves; no solo privó al país de su principal mercado regional, sino que fracturó el proceso de integración económica. Miles de campesinos salvadoreños que vivían en Honduras fueron expulsados; obviamente regresaron sin posesión alguna. Ese retorno agravó la situación económico-social del país, agregando un problema más. Altas tasas de natalidad, estrechez territorial, sobre explotación de recursos naturales y extrema concentración de la propiedad de la tierra creaban un escenario sombrío, agravado por la poca disposición de los grupos dominantes a cualquier reforma que pudiera afectar sus intereses.

La modernización desarrollista permitió cierta movilidad social en los sectores medios, pero fatalmente chocó con la rigidez histórica del sistema político, agravada en un contexto de guerra fría y de política de seguridad nacional. La oposición obtenía cada vez mejores resultados electorales, de tal modo que no solo aumentaba su número de diputados y alcaldes, sino que amenazaba con ganar la presidencia, siempre y cuando se respetara la voluntad popular expresada en las urnas, pero esa eventualidad no cabía en los cálculos políticos de los grupos en el poder. 

Independientemente de cuán comprometidos hubiesen estado militares y PCN con la apertura política, lo cierto es que los reducidos cauces que abrieron bastaron para que poco a poco la oposición creciera y ganara espacios políticos. El reto al status quo provino de una peculiar confluencia y alianza de diferentes fuerzas políticas, proceso que inició hacia mediados de la década de 1960 y tomó fuerza en el marco de la crisis que siguió a la guerra contra Honduras. Los estudiantes universitarios fueron parte de esas nuevas fuerzas políticas. Apoyaron a Fabio Castillo y al PAR en las elecciones de 1967, luego a la UNO en 1972. En ambos casos sufrieron desencantos, tanto que ya para 1971 algunos habían optado por la lucha armada. Pero la mayoría aún tenía esperanzas de que los cambios pacíficos eran posibles. La intervención militar contra la Universidad, la masacre estudiantil de julio de 1975, los fraudes electorales de 1972 y 77, fueron hitos que convencieron a muchos de que había que buscar otras alternativas de lucha.

Algo parecido sucedió en el campo. Tradicionalmente, los campesinos habían tenido un pensamiento político conservador. Por diferentes vías fueron organizándose y cambiando su modo de entender la dura realidad que vivían. Las políticas de Estado tendieron a favorecer a los sectores urbanos y marginaron al rural. Había una creciente concentración de la propiedad de la tierra, y no hubo posibilidad de una reforma agraria. Hacia mediados de la década de 1970, los campesinos exigían cambios, como se les negaron, los buscaron por otras vías. Las reformas se impusieron en 1980, pero ya no tenían posibilidad de parar la guerra civil.

Al cerrarse los espacios políticos, la violencia se expandió y la economía comenzó a colapsar. La emigración hacia los Estados Unidos se incrementó; inicialmente pasó desapercibida, pero pronto apareció un fenómeno imprevisto: las remesas. El jesuita Segundo Montes fue pionero en estudiar el tema, que con los años se volvería un pilar para una economía muy afectada por la guerra civil y que no encontró rumbo en la posguerra. Eso se tratará en otro artículo.

Historiador, Universidad de El Salvador

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