El oro invisible de unas manos vacías
Cuenta una antigua parábola oriental el caso de un anciano que -en el funeral de su mujer amada- no lloraba como los demás dolientes. Por el contrario, había una expresión de paz y dulzura en su rostro. Extrañados por su indiferencia ante el dolor de tal pérdida, le preguntaron: “Venerable maestro… ¿Por qué -mientras los otros lloran la muerte de tu amada- tú, en cambio, muestras dulzura y tranquilidad ante tal doloroso suceso? El sabio hombre respondió viendo sus manos vacías: “Si antes no le tenía y no era infeliz… ¿Por qué he de serlo ahora? Un día la tuve conmigo y disfruté de su amor, de su risa y felicidad? Hoy -por el contrario- he de sentirme dichoso de haberle tenido todos esos años, pues tengo más que antes de encontrarla. Mis manos no están vacías ni mi corazón, porque los llena su huella, perfume y su presencia.” La historia ilustra el oro invisible de unas manos vacías. Porque el valioso metal no estará en ellas, sino en el alma de aquel que eterniza el amor que le diera la vida, que suele darnos lo más valioso y amado. Aunque sea la dádiva maravillosa -que nos presta el destino para luego reclamar- que queda viviendo en la invisible dimensión del alma. (Libros Balaguer: Librería UCA y La Ceiba)

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