¿Qué se hizo el orgullo por el trabajo bien hecho?
Porque reparan su vehículo por algún problema específico y se lo devuelven medio arreglado y con 2 o 3 problemas, que antes no existían. Por eso, paradójicamente, si va sacando su auto de una revisión en el taller, en preparación para sus vacaciones en las que estará viajando a diferentes lugares, no se arriesgue: primero pruebe su funcionamiento en sitios cercanos, no vaya a quedarse tirado a media carretera, como a muchos ha sucedido.
Si implora por amor de Dios que le arreglen unas goteras, notará que, al muy poco tiempo después del arreglo, están igual o peor que antes. (Sí, ahora hay que implorar).
En carpintería, le entregan un trabajo muy bueno en apariencia, pero al poco tiempo mostrará rajaduras, tablas dobladas, pintura resquebrajada y cuanto problema se pudiera presentar.
Y ya no digamos con relación a fontanería: el arreglo de un chorro puede significar que amanezca inundado después de la supuesta y carísima reparación.
En cuanto a problemas eléctricos, ni digamos. Pareciera que los buenos electricistas se extinguieron hace ya mucho tiempo. Y, lo peor, que las empresas que distribuyen electricidad, que en tiempos de la guerra restablecían el servicio dañado casi de inmediato, trabajando bajo bombas, balas, chaparrones y demás peligros, ahora, si después de largo tiempo tratando con una grabación, finalmente logra conectarse con alguna persona, posiblemente le responderán que sí, que usted ya tiene registrada (desde hace 12 horas) una falla del sistema eléctrico, pero que todavía no hay una cuadrilla asignada para hacer la reparación. Así que, siga siendo “resiliente”, esa palabrita de moda que ha sustituido el más sencillo y práctico término de “aguántese”.
Eso sucede a todos los niveles. Y estamos hablando del sector privado. Ni mencionar el caos que representa el sector público.
Por supuesto, ante esos inconvenientes, la acción aconsejable es que debe contratar siempre a personas y empresas cuyo nombre es impecable, precisamente por hacerse responsables de su trabajo, dando garantía por lo que hacen, cumpliendo y haciendo las reparaciones necesarias. Todavía existen, lo puedo atestiguar. Pero esas personas y empresas tienen enormes gastos reparando lo que sus empleados realizaron defectuosamente, y sus clientes pierden un tiempo precioso, además de paciencia y tranquilidad, esperando que esas reparaciones se realicen. Es un círculo vicioso que, a la corta y a la larga, deteriora en todo sentido la vida ya dificultosa que afrontamos los salvadoreños. Y, finalmente, los consumidores terminamos pagando esas “chambonadas”, de una u otra forma.
Entonces, ¿qué hacer?
Aunque la formación en responsabilidad y respeto debe inculcarse en el hogar, desde la más tierna infancia, creo que respecto al trabajo bien hecho también las escuelas y las entidades que ofrecen carreras universitarias o técnicas deben tomarse la misión de formar en sus alumnos lo que ahora tanto extrañamos: el orgullo y la satisfacción del deber cumplido, de hacer las cosas bien desde la primera vez, con atención al detalle, buscando siempre la perfección. Antes, eso era una cualidad que nos identificaba a los salvadoreños. Recuperarla será difícil pero no imposible.
Para ello, debemos dejar de tolerar la mediocridad y exigir todos, maestros, capacitadores, jefes y consumidores, que cualquier trabajo sea terminado a la perfección. No exigirlo es un daño para todos, principalmente para el trabajador, quien así nunca llegará a superarse. Recuperemos el orgullo del trabajo bien hecho.
Empresaria

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