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Agricultura de exportación: su impacto ambiental

La agricultura tiene impacto en el medio ambiente; mucho más lo tiene la minería, con un agravante: su explotación es realizada por extranjeros: se llevan el mineral, nos dejan la contaminación.

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Por Carlos Gregorio López Bernal
Publicado el 16 de enero de 2025


Toda actividad productiva o extractiva del hombre tiene un impacto ambiental. Sin embargo, cuando dichas actividades se expandieron a niveles industriales y se usó más maquinaria y productos químicos el daño ambiental se disparó. Dicho fenómeno se puede apreciar en las dinámicas productivas de la región centroamericana y del país, siendo más evidentes en los dos últimos siglos. El problema es que conocemos poco sobre ello.

El Salvador entró a la vida independiente con el añil como principal producto de exportación. Como todo cultivo, el añil requería desmontar la tierra a usar y su procesamiento final requería usar agua. Las plantas se cortaban cuando llegaban a su punto óptimo de concentración de tinta, se apilaban en pilas construidas exprofeso para provocar la fermentación. Era un proceso que demandaba mucha experticia, al punto que dio origen a un oficio: el “puntero”. La fermentación y las aguas servidas favorecían la proliferación de moscas, generando insalubridad. Algunas aguas servidas llegaban al cauce de los ríos, pero no se sabe qué daño pudieron provocar.

A mediados del siglo XIX se comenzó a expandir el cultivo del café, que implicó talar el bosque primario. Por suerte, las variedades que entonces se cultivaban requerían sombra, con lo cual se obtuvo un bosque secundario que aminoró el impacto ambiental. Las cosas cambiaron cuando se introdujo el beneficiado húmedo, que requerí mucha agua; además, las aguas mieles generalmente terminaban en los ríos. También la acumulación de pulpa provocaba enormes criaderos de moscas, problema más grave, cuando los beneficios estaban cercanos a los pueblos. Un estudio pionero del historiador Antonio Acosta, titulado “Agua, café y contaminación” publicado en 2023, demuestra la gravedad del problema en la ciudad de Santa Ana a inicios del siglo XX. El impacto se puede apreciar, considerando que por cada quintal oro de café se pueden generar entre 800 y 900 litros de aguas mieles, que si llegan a los ríos provocan una reducción de oxígeno en las aguas. No fue hasta 1903 que se tiene constancia de que el gobierno se interesara en el tema, algo no extraño, dado que la mayoría de presidentes de ese tiempo eran cafetaleros.

Acosta da cuenta de una investigación realizada por el Consejo Nacional de Salubridad en 15 beneficios situados en los alrededores de Santa Ana que usaban el tren húmedo, la cual muestra el grado de contaminación que provocaban. El beneficio “Las tres puertas” de James Hill acumuló tal cantidad de pulpa en una hondonada que provocó una inundación. En la zona “se encontraron cantidades considerables de zopilotes y de otras aves pescando las innumerables larvas que allí producen las constantes fermentaciones pútridas”. El beneficio San Lorenzo, de Avilés hermanos, apilaba la pulpa en las riberas del río Apanchacal, “en cuya corriente cae juntamente con la melaza”. “El Molino” de los Álvarez usaba las aguas del río del mismo nombre; vertía pulpa y aguas mieles al río. El “Molino-Escalón” propiedad del presidente Pedro José Escalón también tiraba sus desechos al río el Molino.

La Comisión hizo una serie de recomendaciones, entre estas destacaban: prohibir “que se arroje pulpa, melaza e incluso las aguas sucias en las corrientes de los ríos”, obligar a que la pulpa se extendiera en terrenos extensos en capas de poco espesor. Un año después esas disposiciones fueron incorporadas a un reglamento. Sin embargo, Acosta señala que no encontró evidencia de que hubiera mayor vigilancia y control por parte de las autoridades.

El cultivo que mayor afectación medioambiental generó fue el algodón, que se expandió en la franja costera desde la segunda mitad de la década 1940, llegando a su mejor momento en la década de 1970. Hasta 1940 la franja costera era poco habitada y explotada debido a su insalubridad, especialmente la proliferación de zancudos y mosquitos en aguas estancadas y a la falta de carreteras. Eso cambió a finales de los cuarenta: apareció el DDT, un insecticida que se usó mucho en la segunda guerra mundial y que era altamente efectivo contra los insectos, pero de efectos colaterales extensos. También se construyó la carretera del litoral. De ser una región insalubre, despoblada y poco productiva, la costa pasó a ser habitable y sobre explotada. El bosque fue la primera víctima de ese cambio.

Se usó maquinaria agrícola para siembra y cultivo, pero la recolección de la bellota se hacía manualmente, lo cual no era un problema porque había mucha oferta de mano de obra. El algodón es una planta voraz que agota rápidamente los nutrientes de la tierra, pero a inicios de la década de 1960 la “revolución agrícola” prometía soluciones para todo: era cuestión de aplicar más fertilizantes, usar maquinaria agrícola y usar semillas híbridas. La alta vulnerabilidad del algodón a las plagas condujo a la introducción de la fumigación aérea.

Los efectos nocivos se hicieron notar de inmediato. Los hospitales debían atender a muchas personas intoxicadas: operarios que preparaban las mezclas, pero más frecuentemente eran “banderilleros”, peones que indicaban a los pilotos donde fumigar y que a menudo eran literalmente “bañados” con el insecticida. Igualmente eran afectadas las personas que realizaban labores de campo en los algodonales, las que tenían cultivos cerca de las plantaciones o vivían en los alrededores. Por ejemplo, el 10 de septiembre de 1963, el gobernador de La Paz informaba, “en esta zona está tomando caracteres alarmantes los frecuentes envenenamientos”. En el mes de agosto hubo 46 hospitalizados y en los primeros días de septiembre sumaban ya 57, “teniendo que lamentarse algunas defunciones”. Pedía que se dictaran las providencias necesarias. Aunque había un reglamento para el cultivo del algodón desde 1942, ni siquiera las autoridades sabían de su existencia. Tan serio era el problema que, en 1973 hubo 3163 casos de envenenamiento por plaguicidas, con 5 decesos.

Los insectos desarrollaron resistencia a los pesticidas, por lo que fue necesario realizar más aplicaciones; promedio se hacían 22 por año, pero hay fuentes que hablan de hasta 36, lo que implicaba casi 50 kilogramos por manzana. Un estudio reportó que en la cosecha 1973-74 se rociaron 805,4 toneladas métricas de insecticidas. En 1975, ICAITI reportó presencia de DDT en la leche materna de las mujeres de las zonas algodoneras. Dos años después un investigador de la Universidad de El Salvador, encontró DDT y Toxafeno en los suelos y residuos de insecticidas clorados en peces y camarones de la zona de Jiquilisco. Para finales de la década había evidencia de contaminación de aguas en la estación piscícola de Santa Cruz Porrillo y un par de años después de constató que las aguas subterráneas de la zona algodonera utilizadas para consumo humano estaban contaminadas con DDT, BHC Heptacloro y Aldrin-dieldrin. Posiblemente esos estudios, más la información que venía del exterior incidieron para que se prohibiera el uso de DDT en 1981.

Hace ya más de cuatro décadas que terminó el boom algodonero. Sin embargo, sus efectos sobre el medio ambiente aún son evidentes. Aunque las tierras llevan muchos años sin cultivo, no ha sido posible el repoblamiento de los bosques; en parte por los incendios fortuitos o intencionados, pero también porque el voraz algodón dejó el suelo empobrecido. Y si no hay bosque, no hay fauna terrestre. La fauna acuática en la región algodonera sigue disminuida. Las aguas subterráneas tienen altos niveles de contaminación. Incluso en años recientes ha habido un incremento de enfermedades renales, que algunos asocian con el uso indiscriminado de agro químicos, aunque no hay consenso al respecto. Sin embargo, estudios en otros países demuestran que el DDT no solo tiene efectos inmediatos sobre la flora y la fauna terrestre y acuática, la contaminación puede prolongarse en el tiempo a través de la cadena alimenticia animal. La agricultura tiene impacto en el medio ambiente; mucho más lo tiene la minería, con un agravante: su explotación es realizada por extranjeros: se llevan el mineral, nos dejan la contaminación.

Historiador, Universidad de El Salvador

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