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La verdad en tiempos de internet

Como sea, la disimetría entre los gritos de los que se han hecho con un megáfono durante las marchas callejeras y la realidad “real”, la que consta en los documentos y acuerdos firmados, es, por decir lo menos, sorprendente.

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Por Carlos Mayora Re
Publicado el 09 de mayo de 2025


Vivo en Panamá desde hace poco, y desde entonces me ha tocado ver algunos sucesos muy interesantes. En noviembre del año 2023 las protestas populares paralizaron el país durante seis semanas, principalmente con cierres de las principales carreteras y bloqueo de las calles en las ciudades, debido a manifestaciones y mítines contra la renovación, por parte del gobierno, de una concesión minera, muy importante para el país.

Lo que comenzó como una manifestación popular en contra de un tema concreto se convirtió en la expresión de un malestar social generalizado, como en otros países latinoamericanos (Chile y Colombia, por ejemplo), en los que la gente se lanzó a la calle para mostrar su desacuerdo con lo que estaba pasando con el país en general y con el gobierno en particular.

En estos días la historia parece repetirse. Ahora los blancos de las protestas son la aprobación de una ley que regula la operación de la seguridad social, los acuerdos firmados por el gobierno panameño y el de Estados Unidos con respecto a una colaboración para mejorar el tema de seguridad (en el marco de las bravuconadas del presidente Trump y su fijación con el Canal… todo hay que decirlo), la situación de la mina -otra vez- y su posible reapertura, y todo lo que pueda congregar a una multitud de vociferantes manifestantes en las calles de la ciudad.

Me ha llamado la atención, mucho, cómo el discurso sobre esos tres temas: la ley del seguro social, la firma del memorándum de entendimiento con los Estados Unidos y el tema del futuro de la minería en Panamá, se maneja -por decirlo de algún modo- en varios niveles.

Primero está el tema de buscar la objetividad. Difícil para la mayoría de las personas pues para entender a fondo tanto la postura del gobierno como los acuerdos alcanzados, hay que leer páginas y páginas de documentos (la ley del seguro social, el memorándum de entendimiento, los documentos del litigio minero…); y después, en un segundo nivel, está el de las opiniones populares que circulan en Internet, principalmente.

Entre medias está la labor de los medios de comunicación que, todo hay que decirlo, intentan explicar a golpe de titulares y noticias “de impacto” lo que, a veces, ni los mismos periodistas terminan de comprender a cabalidad.

Como sea, la disimetría entre los gritos de los que se han hecho con un megáfono durante las marchas callejeras y la realidad “real”, la que consta en los documentos y acuerdos firmados, es, por decir lo menos, sorprendente.

Considerándolo todo, me queda clara la visión de Mark Twain, quien alguna vez dijo que una mentira puede darle la vuelta al mundo antes que la verdad tenga tiempo de ponerse las botas… ¿o fue Winston Churchil o Terry Pratchett? A saber… pues Internet, el oráculo, no se decide a quien adjudicar la frase de marras.

Lo cierto, si todavía el lector apuesta por la certeza, es que cuando se trata de noticias y de actualidad el poder de la comunicación digital es inconmensurable.

Se podrían citar infinidad de mentiras “en línea” que han provocado variaciones considerables en las bolsas de valores del mundo (un tema que hace levantar las cejas y poner atención a la mayoría de las personas…). O, al menos, modificar los índices de popularidad de políticos y empresas.

Como sea, todos estamos conscientes de que a fin de cuentas en el mundo real siempre circulan no una ni dos versiones del mismo hecho “objetivo”, sino infinidad de interpretaciones que, en último término, terminan dependiendo más de la sensibilidad, experiencia, educación y cultura del recipiente, mucho más, que de la sensibilidad del receptor.

Ya lo decían los antiguos, sabios antiguos: lo que se recibe (las verdades, los hechos, las opiniones), se recibe siempre según la forma del recipiente. Pero también de quien escancia lo que se recibe.

Ingeniero/@carlosmayorare

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