Israel, nación escogida por Dios
A lo largo de la historia, la nación de Israel ha ocupado un lugar central en el relato bíblico y en el desarrollo de la revelación divina. Desde el pacto con Abraham hasta los conflictos geopolíticos actuales, Israel ha sido, y sigue siendo, una nación observada con especial atención. ¿Por qué? Porque sobre ella recaen promesas eternas, hechas por Dios que no miente ni se retracta de su palabra. En un mundo donde muchos países buscan borrar a Israel del mapa o minimizar su relevancia espiritual, el cristiano debe mirar con ojos de fe el asunto y reconocer el papel irrevocable que Israel tiene en el plan de salvación.
El punto de partida es el llamamiento de Abraham, a quien Dios le prometió en Génesis 12:1-3 que haría de él una gran nación. Esta promesa no fue simplemente una concesión territorial o un proyecto étnico, sino una elección divina con implicaciones espirituales para todas las naciones: “Y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (v. 3). Aquí nace el principio teológico de elección: Dios, por su sola soberanía, escoge a Israel como un instrumento para manifestar su gloria, su ley, y finalmente, traer al Mesías. Como lo declara Deuteronomio 7:6-8, Israel fue escogido no por ser más numeroso, ni más justo, sino por el amor y la fidelidad del Señor a sus promesas.
Esta elección es permanente, el Apóstol Pablo, en su epístola a los Romanos, escribe: “Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Romanos 11:29). Aunque Israel ha pasado por momentos de disciplina debido a su desobediencia, nunca ha sido rechazado de manera definitiva. Dios mantiene un pacto eterno con este pueblo, lo cual implica su preservación a través de los siglos.
Desde una perspectiva pastoral, uno de los mayores testimonios de la fidelidad de Dios es la subsistencia del pueblo de Israel. A pesar del exilio, la diáspora, el antisemitismo histórico, los pogromos y hasta el Holocausto, Israel no ha dejado ni dejara de existir.
Ahora bien, humanamente hablando, debería haber desaparecido siglos atrás, pero tal como Dios prometió en Jeremías 31:35-37, mientras el sol y la luna sigan marcando el tiempo, Israel será preservado. En este sentido, Israel es un testimonio viviente de la fidelidad de Dios. Es como un reloj profético que nos recuerda que el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, tiene el control de toda la historia humana. Para el cristiano, esto no debe verse como una exaltación nacionalista de Israel, sino como una reafirmación de que Dios cumple lo que promete.
Si Él ha sido fiel a Israel a pesar de su infidelidad en algunos momentos, ¿cuánto más será fiel con nosotros en Cristo Jesús? Muchos de los ataques contra Israel en la historia moderna no pueden entenderse sólo desde la política o la ideología. Hay una realidad espiritual más profunda: Israel es portador de una promesa mesiánica y escatológica. El enemigo de nuestras almas, Satanás, ha procurado desde el principio frustrar los planes de Dios, y eso incluye atacar al pueblo que Dios escogió para traer al Salvador.
El Salmo 83 ofrece una descripción clara de cómo naciones vecinas se confabulan con el propósito explícito de eliminar a Israel: “Han dicho: Venid, y destruyámoslos para que no sean nación, y no haya más memoria del nombre de Israel” (v. 4). Este salmo es asombrosamente relevante hoy, cuando líderes de ciertas naciones, como el régimen de Irán y grupos extremistas, declaran públicamente su deseo de ver a Israel destruido. Sin embargo, esto no debe causar temor entre los cristianos, sino reafirmar nuestra confianza en que Dios guarda a su pueblo.
Como dice el Salmo 121:4, “He aquí, no se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel”. Es fundamental, desde una perspectiva teológica, entender que el plan de Dios para la Iglesia no cancela su plan para Israel. Pablo, nuevamente en Romanos 11, utiliza la metáfora del olivo para mostrar que la Iglesia ha sido injertada, pero no sustituye al Israel natural. Más bien, debe vivir en humildad y esperanza, sabiendo que Dios restaurará completamente a su pueblo en el tiempo señalado: “Y todo Israel será salvo, como está escrito” (Romanos 11:26).
Esto no significa una salvación automática, sino que habrá un mover espiritual profundo entre los judíos al final de los tiempos, lo cual está también anticipado en Zacarías 12:10, donde Dios promete derramar un espíritu de gracia sobre ellos, para que reconozcan al Mesías a quien traspasaron. Como cristianos, no estamos llamados a idolatrar a ninguna nación, pero sí a discernir espiritualmente los tiempos y las Escrituras. Israel sigue siendo el pueblo del pacto, el escenario del cumplimiento profético y un recordatorio constante de la fidelidad de Dios.
Por tanto, el mandato bíblico es claro: “Orad por la paz de Jerusalén; sean prosperados los que te aman” (Salmo 122:6). En un mundo polarizado, que muchas veces tergiversa la verdad espiritual por agendas ideológicas, la Iglesia debe mantenerse firme en la Palabra. Dios no ha terminado con Israel. Y si Él ha sido fiel con ellos por miles de años, también lo será contigo y conmigo, que hemos sido hechos coherederos por la fe en el Señor Jesucristo.
Abogado y teólogo.

CONTENIDO DE ARCHIVO: