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In Memoriam: Leonardo Franco, el ensanchado legado de un humanista

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Por Francisco Galindo Vélez
Publicado el 07 de junio de 2025


En el esfuerzo por dar forma y llevar a buen puerto un proceso que lograra la protección de refugiados, desplazados y repatriados salvadoreños y centroamericanos, la dimensión interna, es decir, dentro del propio ACNUR era fundamental, pues había que mantener a todo el equipo motivado y trabajando en la misma dirección.

Para esto, Leonardo Franco hizo un indecible esfuerzo para mantener juntos a los latinoamericanos y a los colegas de otros lados del planeta que fueron parte de este esfuerzo. Sobre los latinoamericanos, pues conocía muy bien su región y admiraba su indomable carácter, su apabullante creatividad, su arrolladora imaginación, su ilimitada
ingeniosidad, su incomparable improvisación, su rebelde esperanza, su invencible optimismo, su seductor romanticismo, su abrumador sentido artístico, su espontáneo sentido del humor, su tenaz persecución de sueños, su inquebrantable lucha contra toda adversidad, su obstinada negativa a rendirse, su imponderable capacidad para manejar muchas contradicciones al mismo tiempo, pero entendía que estamos más del lado de la magia que de la ciencia y le constaba que si bien en la táctica somos insuperables en la estrategia nos quedamos cortos, que somos fuertes para redactar leyes pero débiles en justicia, que veneramos la solidaridad y que hablamos de ella sin descanso, pero que no logramos traducirla a la práctica, y sabía que con nada nos enojamos, que con nada nos peleamos, que con nada nos separamos, que la susceptibilidad es hiperbólica, que los egos son monumentales, que los rencores son imborrables, que la Diosa Envidia salió de las páginas de Las metamorfosis de Ovidio para galopar a campo traviesa por estas tierras, que la pasión es más fuerte que la razón y que por eso los racionalistas de otras partes siempre nos han llevado la delantera.

No fue tarea fácil, pero logró mantenernos juntos y con un mismo propósito, desde el Río Bravo hasta la Tierra del Fuego. Esto dio un peso importante a la región y, así, su pensar y su voz se tuvieron en cuenta. Supo forjar un buen equipo que lo acompañó en esto; todos muy diferentes. Todos hicimos aportes y nos complementamos bien porque tuvo la sapiencia para guiarnos y evitar que aquello se convirtiera en un canasto de cangrejos. Tuvo el arte de lograr que las diferencias, todas juntas, se convirtieran en fuerza creativa.

Esto me hace pensar en la situación actual en que los latinoamericanos estamos más desunidos que nunca y sin propuestas diplomáticas de peso, dando la razón a lo que el ex Embajador de Francia en El Salvador, Alain Rouquié, ha llamado el “eclipse diplomático” de América Latina.

Y se podría hablar también del eclipse jurídico. Esta es una región que contribuyó principios como la prohibición del uso de la fuerza; la Doctrina Calvo; la Doctrina Drago; la Doctrina Tobar; la Doctrina Estrada, doctrinas que se pueden debatir, pero el punto es que salieron de esta región; la no intervención; el desarrollo del asilo diplomático; la región
como zona libre de armas nucleares; y, desde luego, su impresionante e indiscutible contribución al nuevo Derecho del Mar. La Declaración de Cartagena y el proceso que puso en marcha, me atrevo a decir, es parte de esa amplia contribución de América Latina al Derecho Internacional y su concepción inicial salió de la cabeza de Leonardo Franco.

Utilizaba el método socrático para persuadir y convencer. Nunca dijo haz esto o aquello, siempre hacía preguntas y más preguntas y poco a poco iba llevando al interlocutor a la conclusión a la que quería que llegara. Bueno, y también el método socrático porque se habla de lo que dijo Leonardo, de sus ideas, de lo que propició y de lo que hizo, pero no de sus escritos, ya que siempre fue reacio a poner pluma sobre papel.

No escribía pero siempre estaba pensando y hacía llamadas telefónicas en plena madrugada. Hay personas que creen que esto es un mero rumor, pero puedo asegurarles que es la verdad. Tenía esa maña para compartir alguna idea que se le acababa de ocurrir y después era imposible conciliar el sueño, no por la despertada, sino por quedarse devanando los sesos ante el planteamiento que había hecho. Así, no era raro, por la mañana, llegar a la oficina o a un campamento de refugiados con los párpados que llegaban a la barbilla.

Aquí me debo de recordar brevemente a los también ya fenecidos Guilherme da Cunha, brasileño, y Jorge Santistevan, peruano, que fueron parte importante de este proceso.

Guilherme da Cunha fue un poeta en una organización internacional. Algunas veces, terminada la jornada de trabajo entró a mi oficina y me dijo: “oye, man, ¿no crees que se impone un drinkinho?” Buen jurista, fino de trato, sutil diplomático, con selecto y refinado deleite por las artes y excelso e insondable gusto por la vida.

Jorge Santistevan fue un jurista con una mente brillante capaz de encontrar rápidamente la punta escondida en las madejas de complejos problemas sin tener que desliarlas todas. Con los insumos de Leonardo, del equipo del ACNUR y de las discusiones durante el Coloquio de 1984, redactó, en una noche de menguante en noviembre de 1984, el primer borrador de la Declaración de Cartagena sentado sobre las arenas del Caribe viendo la varias veces centenaria muralla de la vieja ciudad.

El ensanchado legado de Leonardo Franco es muy significativo en la historia del derecho de los refugiados y es importante recordarlo y rendirle tributo.

Leonardo: ¡Requiescat in pace!

Escritor y diplomático salvadoreño

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