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De la misión extranjera a la contradicción moral

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Por Mario Vega
Publicado el 03 de agosto de 2025


La labor evangelizadora de los evangélicos en El Salvador comenzó en 1857 con el trabajo pionero del misionero y docente inglés Frederick Crowe. Es posible que antes algunos comerciantes o capellanes extranjeros hayan celebrado cultos ocasionales para los residentes evangélicos extranjeros, pero no se conoce documentación al respecto. Desde su llegada, los evangélicos han recorrido un camino que, en su esencia, se despliega en etapas discernibles: comienza con la misión extranjera, avanza hacia el surgimiento de líderes criollos, prosigue con la institucionalización, y culmina en la notable expansión que tuvo lugar en las décadas de los setenta y ochenta del siglo XX.

En 1890 el misionero estadounidense Cyrus Ingerson Scofield fundó en Dallas, Texas, una entidad que se propuso como meta la evangelización de los cinco países centroamericanos. Ese ambicioso proyecto recibió el nombre de «Misión Centroamericana». Se trataba de un esfuerzo más estructurado e intencional que, haciendo frente a una oposición social muy fuerte, logró la formalización de las primeras iglesias evangélicas permanentes del país.

Unos años después, en 1909, el reverendo Scofield publicó su influyente «Biblia de Referencia Scofield», la cual fue traducida al español y distribuida en el país. Se trataba de una Biblia que contenía introducciones, notas al margen e hilos de referencias que exponían la visión teológica de Scofield y, consecuentemente, de la Misión Centroamericana. La «Biblia de Scofield», tal como se la conoce en El Salvador, adquirió gran popularidad, en gran parte debido a que se la consideraba una herramienta fundamental para el estudio en una época en la que escaseaban otras opciones para la formación teológica.

 La Biblia de Scofield modeló la orientación teológica de la mayor parte de las iglesias evangélicas hacia el sistema dispensacionalista y la lectura futurista y literal de las profecías bíblicas, especialmente las del libro de Apocalipsis. Muchos creyentes llegaron a no diferenciar entre el texto sagrado y los comentarios de Scofield, asimilando ambos como parte de una misma revelación.

 En el marco literalista de la interpretación de Scofield, juega un papel importante la figura del Anticristo: una persona real que aparecerá en un futuro cercano como la máxima encarnación de la rebelión contra Dios. Un líder político global en el contexto de la Gran Tribulación, que someterá al mundo a su dominación. Este Anticristo será astuto, capaz de hacerse pasar por el Mesías, engañando, si fuere posible, aun a los elegidos. Una vez haya alcanzado el poder total por medio de la mentira, establecerá un gobierno despótico en el que no se podrá realizar ni la más mínima actividad si no se lleva en la frente o en la mano derecha, de manera literal, según Scofield, la señal de la Bestia: el temido 666.

 Para muchos evangélicos, las notas del reverendo Scofield llegaron a ser tan autoritarias como la Biblia misma, pero, aun así, bastantes se enfocaron excesivamente en la figura del Anticristo pasando por alto que el mismo Scofield enseñaba que la iglesia no viviría ese período y no conocería al Anticristo. El sensacionalismo de la cultura evangélica popular y las enseñanzas de fogosos predicadores bien intencionados, pero desinformados, inspiraron en los evangélicos una urgencia para estar preparados y resistir las amenazas del Anticristo evitando a toda costa ser sellados con el 666.

En las décadas de 1930 a 1960 el movimiento pentecostal experimentó un auge en El Salvador. Su énfasis en los dones del Espíritu Santo, el hablar en lenguas, la sanación divina y los milagros propiciaron cultos más vibrantes y emocionales. Las personas comenzaron a experimentar un Dios que estaba vivo y cercano. El sensacionalismo popular se potenció y los evangélicos comenzaron a ver señales del Anticristo en los lugares más insospechados. Con frecuencia se escuchaban testimonios de los creyentes en que aseguraban estar resueltos a morir antes que negar a Jesús recibiendo la marca del 666. La idea de que los días eran finales y Jesús estaba por volver por su pueblo avivó la pasión evangelizadora creando las condiciones subjetivas para la gran expansión evangélica de los años setenta y ochenta.

Según una reciente encuesta del Centro de Estudios Ciudadanos de la Universidad Francisco Gavidia, en enero de 2025, el 47.02% de la población se identificó como evangélica, en contraste con el 36.82% que se reconoció como católica, mientras que un 12.98% expresó no pertenecer a ningún grupo religioso. En cifras absolutas, esto se traduce en aproximadamente 3.49 millones de salvadoreños que profesan la fe evangélica en un país de 6.29 millones, según el VII censo nacional realizado en 2024. El cambio de la demografía religiosa es un testimonio del profundo impacto que las creencias evangélicas han tenido en el tejido cultural e identitario del país.

Lo que queda en duda es la firmeza de las convicciones que los evangélicos profesan. Durante décadas se han expresado apasionadamente sobre su negativa a aceptar falsos mesías, el engaño, la deificación del Anticristo y el desprecio de los valores cristianos. No obstante, en la práctica actual, se observa una completa contradicción que avala el ocultamiento de la información, el uso de la calumnia y la mentira, los tratos inhumanos, la manipulación del sistema judicial y el fomento del odio.

Por la complacencia que la mayoría de evangélicos muestra hacia esos antivalores, queda claro que las grandes declaraciones de fidelidad a Jesús y resistencia al engaño eran más huecas y frágiles de lo que se hubiera podido sospechar. Resuenan las palabras del apóstol Pablo: «No creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia» (2 Tesalonicenses 2:10-12). Si tan fácilmente sucumbieron a la pérdida de los más esenciales valores de la fe, es un mal chiste pensar que lucharán hasta la muerte contra el sistema del Anticristo. Juan asegura que la manifestación del Anticristo no es exclusivamente futura, sino presente: «El espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo» (1 Juan 4:3). El desprecio a la dignidad humana es el desprecio a Dios, es el espíritu del Anticristo.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim

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