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León XIV ante la Sinodalidad y la Iglesia de los pobres

La escucha de una Iglesia sinodal no es otra cosa que “el grito silencioso de quienes son indiferentes; el grito de los que sufren, de los pobres y de los marginados, de los niños que son esclavos del trabajo, esclavizados en tantas partes del mundo a causa del trabajo; la voz quebrada —escuchar esa voz quebrada— de quienes no tienen ni siquiera la fuerza de clamar a Dios, porque no tienen voz o porque se han resignado”. 

Por Héctor López
Publicado el 16 de mayo de 2025


El sábado 9 de octubre de 2021, en el discurso inaugural de la apertura del Sínodo sobre la Sinodalidad, el Papa Francisco exhortaba a vivir la ocasión como un tiempo de gracia que llevara a aprehender tres oportunidades: Encaminarse estructuralmente a una Iglesia sinodal, ser Iglesia de la escucha y ser Iglesia de la cercanía. Encaminarse estructuralmente a una Iglesia sinodal, significa para Francisco hacer una Iglesia distinta-abierta, ya en la década de los 70s el teólogo Karl Rahner en su libro “Cambio estructural de la Iglesia”, planteaba una Iglesia abierta que abandone la forma de Iglesia como ghetto (secta)excluyente, pues “no tienen ningún sentido ni utilidad dar a entender a cada momento a uno que en principio entra con reservas a la Iglesia, que de suyo no es más que un huésped tolerado, pero no miembro pleno de esta comunidad y sociedad de fe”. Esto solo es posible convirtiendo las estructuras excluyentes de la Iglesia en una estructura sinodal y comunitaria al estilo de Hechos 4,32.

La Iglesia que escucha, para Francisco es importante pues se debe “escuchar a los hermanos y hermanas acerca de las esperanzas y las crisis de la fe en las diversas partes del mundo, las urgencias de renovación de la vida pastoral y las señales que provienen de las realidades locales”. Una Iglesia obsesionada en la liturgia, en la misión proselitista o en la dictadura de la predicación, jamás tendrá la capacidad de escucha. La escucha tiene raíces bíblico teológicas, en el Antiguo Testamento Dios escucha el clamor del pueblo oprimido en Egipto (Éx 3,7), en el Nuevo Testamento Jesús pide que la escucha sea para descubrir los signos del Reino de Dios como proyecto de liberación de aquellos que más sufren y son víctimas de este mundo (Mc 4,23s).

El papa Francisco sentó las bases de una Iglesia de la cercanía, afirmando que “Dios siempre ha actuado así. Si nosotros no llegamos a ser esta Iglesia de la cercanía con actitudes de compasión y ternura, no seremos la Iglesia del Señor. […] Una Iglesia que no se separa de la vida, sino que se hace cargo de las fragilidades y las pobrezas de nuestro tiempo, curando las heridas y sanando los corazones quebrantados con el bálsamo de Dios.” La compasión debe ser con aquellos que en este mundo viven en el absurdo a causa de un sistema económico que los margina y excluye, en otras palabras, la cercanía de la que habla Francisco no es otra cosa que la opción preferencial por los pobres, esos heridos por las estructuras sociales, políticas y económicas injustas.

Lo dicho anteriormente no es una extrapolación, pues el mismo Papa Francisco en la homilía de la Misa de clausura de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, el 27 de octubre de 2024 afirma que la Iglesia ante “tantas heridas que afligen a la humanidad, hermanas y hermanos, no podemos quedarnos sentados. Una Iglesia sentada que, casi sin darse cuenta, se retira de la vida y se pone a sí misma a los márgenes de la realidad, es una Iglesia que corre el riesgo de permanecer en la ceguera y acomodarse en el propio malestar. Y si nos mantenemos inmóviles en nuestra ceguera, seguiremos sin ver nuestras urgencias pastorales y tantos problemas del mundo en el que vivimos”. 

La escucha de una Iglesia sinodal no es otra cosa que “el grito silencioso de quienes son indiferentes; el grito de los que sufren, de los pobres y de los marginados, de los niños que son esclavos del trabajo, esclavizados en tantas partes del mundo a causa del trabajo; la voz quebrada —escuchar esa voz quebrada— de quienes no tienen ni siquiera la fuerza de clamar a Dios, porque no tienen voz o porque se han resignado”. La herencia de Francisco al resume él mismo en su propuesta de una Iglesia en salida, que salga al encuentro de los descartados y lo sentencia en su homilía de clausura diciendo: “no necesitamos una Iglesia paralizada e indiferente, sino una Iglesia que recoge el grito del mundo y —quiero decirlo, quizá alguno se escandalice— una Iglesia que se ensucia las manos para servir al Señor”.

´Se puede afirmar sin lugar a dudas que la Sinodalidad exige una Iglesia de los pobres, pues una Iglesia abierta debe incluir a todos los que las sociedades capitalistas excluyen, al mejor estilo del Mesías Jesús que incluyó a los marginados e excluidos de su época sin importar su condición los hizo salir de su condición de objeto a sujetos. Una Iglesia sinodal en América Latina, y si se quiere a nivel mundial, debe hacer una opción preferencial por los pobres como signo de conversión y de construcción del reino de Dios en la historia. Leonardo Boff sostiene que esta opción preferencial por los pobres “se trata de privilegiar a los pobres (sin exclusivismos) como el nuevo sujeto histórico que preferentemente va a realizar el proyecto cristiano en el mundo”, ese proyecto no es otro que el proyecto liberador del Reino de Dios como salvación de la historia.

¿Dónde queda el Papa León XIV? Pues queda ante una responsabilidad histórica de ser parte de una Iglesia sinodal y de pobres, y al parecer en su primer discurso pronunciado desde el balcón de la Basílica de San Pedro asumió dicha responsabilidad diciendo “A todos ustedes hermanos y hermanas de Roma, de Italia, de todo el mundo, queremos ser una Iglesia sinodal, caminando y buscando siempre la paz, la caridad, la cercanía, especialmente con quienes sufren”. Y es que el grito de los pobres sigue siendo opacado por el ruido del comercio, en su primera homilía como Papa ante los cardenales electores ha afirmado que “la falta de fe lleva a menudo consigo dramas como la pérdida del sentido de la vida, el olvido de la misericordia, la violación de la dignidad de la persona en sus formas más dramáticas, la crisis de la familia y tantas heridas más que acarrean no poco sufrimiento a nuestra sociedad”.  

Teólogo y docente universitario.

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