El llamado a una fe genuina
Cada año, en el corazón de agosto, El Salvador detiene su marcha cotidiana para celebrar una de las festividades más significativas de su calendario cultural y religioso: la fiesta en honor del Divino Salvador del Mundo. Este evento, que forma parte de nuestra identidad nacional, rememora el misterio de la Transfiguración del Señor Jesucristo en el Monte Tabor, cuando su rostro resplandeció como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz (cf. Mateo 17:1–8). Aquel momento glorioso fue una anticipación celestial de la majestad con la que el Señor Jesucristo retornará por los suyos.
Es justamente en este contexto espiritual que surge una pregunta profunda y urgente:
¿Estamos preparados para el día en que el Salvador del Mundo regrese por su Iglesia? Más allá de los actos conmemorativos, ¿hemos entregado nuestras vidas al Señor Jesucristo de manera íntegra, o vivimos una fe parcial, intermitente o heredada, sin transformación interior? La Transfiguración no solo fue una revelación pasajera de la gloria divina, sino también un anticipo de la transformación que espera a todos los que han sido redimidos por la sangre del Señor Jesucristo.
El apóstol Pablo dice que: “...seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la trompeta final” (1 Corintios 15:52). Esta transformación ocurrirá en el arrebatamiento de la Iglesia, un evento futuro y literal en el que el Señor descenderá del cielo para llevarse consigo a los creyentes fieles. Pablo lo explica con claridad en su carta en la primera carta a los tesalonicenses(4:16-17): “Porque el Señor mismo con voz de mando... descenderá del cielo... y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros... seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire...”
Desde la perspectiva bíblica, este arrebatamiento ocurrirá antes del tiempo de juicio conocido como la Gran Tribulación. Es un acto de gracia y protección para los redimidos, así como Enoc fue llevado antes del Diluvio y Lot fue rescatado antes de la destrucción de Sodoma (Génesis 5:24; 19:22).
Las Fiestas Agostinas pueden ser más que una tradición: pueden convertirse en una puerta hacia la reflexión espiritual. Celebrar al Divino Salvador del Mundo es, sin duda, un gesto noble, pero el verdadero homenaje que el Señor espera de nosotros es una vida rendida a Él, vivida en fe y obediencia.
Nuestro mayor acto de devoción es un corazón consagrado, humilde y transformado por su gracia. El Señor mismo advirtió con ternura y firmeza: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre...” (Mateo 7:21). Una fe basada únicamente en emociones puede ser sincera, pero si no va acompañada de una relación personal con Dios por medio del Señor Jesucristo, corre el riesgo de quedarse corta ante la eternidad.
El libro de Apocalipsis narra un mensaje del Señor resucitado a una iglesia que, aunque creía tenerlo todo, había perdido su fervor: “Por cuanto eres tibio... te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3:16). Este pasaje no es una condena, sino una advertencia amorosa. Dios no desea que vivamos a medias, sino con entrega total. La fe auténtica no se limita a días festivos; es una relación diaria, continua, dinámica, con frutos de arrepentimiento, obediencia y santidad. El Señor Jesucristo no busca perfección humana, sino corazones sinceros y rendidos a su voluntad.
Hoy más que nunca, El Salvador —como nación— necesita volver al Señor Jesucristo. En un tiempo marcado por el relativismo, la distracción espiritual y la inseguridad, el mensaje del Evangelio brilla con más urgencia: “Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora” (Mateo 25:13). El Señor Jesucristo no vendrá por una denominación, un templo o una tradición. Vendrá por todos los que le han recibido de corazón, que han nacido de nuevo, que lo esperan con amor y pureza (1 Juan 3:3). El Evangelio no está limitado a una cultura ni a una expresión externa, sino que transforma desde dentro.
En la parábola de las diez vírgenes (Mateo 25:1–13), todas esperaban al Esposo, pero solo cinco estaban listas. El aceite en sus lámparas —figura del Espíritu Santo y de la vida en comunión con Dios— no puede ser prestado ni improvisado. Así también, cuando el Señor Jesucristo venga en gloria, solo los preparados serán tomados. El arrebatamiento de la Iglesia es un evento real, inminente y glorioso.
Celebrar la Transfiguración del Señor debe impulsarnos a preguntarnos: ¿Estoy yo siendo transformado por Él? ¿Mi fe es viva, o es solo costumbre? ¿Estoy listo para encontrarme con el Salvador del Mundo?
En estas Fiestas Agostinas, mientras las calles se visten de fiesta y la nación recuerda su nombre: “El Salvador”, escuchemos también el llamado del cielo: “El que tiene oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Apocalipsis 2:7).
Hoy, el Salvador del Mundo sigue llamando. Su retorno está más cerca que nunca. Que el bullicio no apague el susurro del Espíritu. Que la tradición no reemplace la verdad. Y que, en medio de la celebración, nuestros corazones se preparen para el encuentro eterno.“Y todo aquel que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo, así como Él es puro.” (1 Juan 3:3)
Abogado y teólogo

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