El breve eterno instante del amor y la gloria (I)

Acaso el breve instante del amor y la gloria nos tornará fugaces cual las rosas de niebla en la alborada. Su mismo drama intemporal nos vuelve pasajeros, como el agua que corre o el viento que pasa en su invisible fuga a los confines de la nada… Y así aquellos amantes en la cima del mundo -cual figuras de piedra eternamente abrazadas- se habrán borrado entonces en la borrasca de la ausencia. Su abrazo y su romance será un volar errante de mariposa en llamas sin tiempo, ni pasado, presente y porvenir. Creyendo acaso entonces en la edad de un beso; que era posible amarse por una eternidad. Al fondo en mis memorias recordaré a aquel viejo cantor de la vihuela en las doradas tardes distantes de mi infancia. Diciendo que en su tango veinte años no eran nada, sino acorde fugaz del diapasón y el alma. El tiempo ciertamente no iría a ningún lugar. Tan sólo al episodio de su noche interior. A la  transformación, surgir e involución de la materia viva y también de la inerte, según dice la ley universal de la entropía. La misma que condena a desaparecer a todo lo que existe y no existe. Pero aunque se nos borre la estrella en nuestro espacio, el antiguo universo intacto quedará en la inmensa ilusión del cosmos sideral. Por ello ahora comprendo que -al igual que en la vida- veinte años no eran nada en la dulce vihuela del viejo trovador. Tan sólo unos acordes volando en el instante de aquella eternidad. La misma que era breve e invisible añoranza. Recuerdo en la memoria de aquel instante eterno del amor y la gloria. (I)