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EE.UU.: De Irán a El Salvador

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Por Napoleón Campos
Publicado el 26 de junio de 2025


Cuando tuve el privilegio de estudiar el pensamiento de Henry Kissinger -en particular sus memorias “The White House Years”- comprendí que su realismo político -la Realpolitik que cito con frecuencia- apuntaba no a un choque de civilizaciones si no a que las diferencias culturales son la base de un orden mundial consensuado, aceptable para todas las partes. La base de ese orden no es la supremacía o la uniformidad, es la articulación de las diferencias como sucedió en el nacimiento de las Naciones Unidas tras la II Guerra Mundial.

Para Kissinger, el Medio Oriente no era un conflicto marcado sólo por las diferencias entre el Islam y el Judeocristianismo, sino también por la zanja milenaria dentro del Islam entre sunitas y chiíes, brecha a la que volveré adelante. 

La acumulación de poder -político, religioso, económico, tecnológico- y de recursos energéticos por viejos y nuevos actores complejizaron la construcción del orden mundial. El ascenso de los chiíes en Irán (enero, 1979) hasta el más reciente bombardeo por el gobierno de Donald Trump contra sus instalaciones atómicas, reflejan la casi imposibilidad de un orden mundial. El problema -un paso antes del orden global- es que en el orden regional unos enrumban las naciones no hacia sociedades pacíficas, sino hacia regímenes violadores de los derechos humanos, a pesar del fin de la Guerra Fría que empujó la ola democratizadora que alcanzó a Europa Oriental y Rusia, a Centroamérica y El Salvador.

Abortar la democratización tiene daños enormes pues significa la pérdida de los balances de poder, la independencia de jueces y fiscales, la alternancia en el gobierno, el respeto a la ley, para dar lugar a regímenes ilegales, ilegítimos, militaristas, policíacos, violadores del Derecho Internacional, en los que reinan la corrupción y el saqueo del dinero público por mafias. De hecho, en Rusia coexisten dos mafias: una que se apropió del Estado tras la disolución de la URSS y otra de nuevo cuño con Vladimir Putin. Antes de la invasión a Ucrania, el World Inequality Database (2021) calculaba que 500 individuos eran dueños del 40% de la riqueza rusa.

Aristóteles razonó tres desviaciones de gobierno: la tiranía, la oligarquía, y la demagogia. “La tiranía es una monarquía que sólo tiene por fin el interés general del monarca; la oligarquía tiene en cuenta tan sólo el interés particular de los ricos; la demagogia, el de los pobres. Ninguno de estos gobiernos piensa en el interés general” (Política, III).

En el Siglo XXI, atestiguamos las tres desviaciones en regímenes únicos que requieren extrema concentración de riqueza, y viceversa. El presidente Trump en su investidura flanqueado por los multimillonarios tecnológicos, y el posterior ataque piraña del sudafricano Musk contra las agencias federales antimonopolio, replican el modelo Putin desconociendo progresivamente en sus decisiones las atribuciones constitucionales del Congreso y el Órgano Judicial. El informe global “El saqueo continúa” de OXFAM describe esa “pequeña élite privilegiada” que tiene “capturada la economía mundial” y que el 60% de los bienes de esta élite son gracias al clientelismo con el poder de turno y las prácticas monopólicas. Queda en cada Estado fallido -como El Salvador- poner los nombres a unos y otros.

Aunque Trump ha demandado a jueces que han bloqueado -no sin razón- la expulsión inmediata de cualquier migrante detenido que solicite una audiencia, esa misma institucionalidad lo rescató para ser candidato y presidente y al final salvará la democracia estadounidense. Confío antes que los Republicanos pierdan el Congreso (noviembre, 2026) entienda Trump que sus genuinos aliados son las ciudadanías democráticas, y que tan violatorio de la ley es el traslado de civiles inocentes desde EE. UU. a las cárceles de Nayib Bukele, como amenazar la soberanía de Panamá, Dinamarca (Groenlandia), y Palestina (Gaza). La ONU y la OEA, los tribunales internacionales en La Haya y San José, Costa Rica, existían antes de él y seguirán después que abandone la Casa Blanca.

Si Trump tiene funcionarios capaces, deben hilar fino en Centroamérica y enfocar los intereses convenencieros de la secta islámica dominante en El Salvador, sus pactos con las pandillas, y los nexos iraníes con Ortega en Nicaragua. Los tiranos no son productos sólo del tricentenario caudillismo. Tampoco allá la polarización entre chiís y sunitas es tan simple pues hoy día aquel milenario favoritismo o por el yerno de Mahoma o por la tradición del mismo Mahoma es eclipsado por el financiamiento de los ayatolás a los sunitas de Hamas, los detonantes del episodio actual tras la masacre en Israel del 7 de octubre de 2023.

Dentro de EE. UU., nuestros paisanos trabajadores -con o sin papeles- son sus auténticos aliados en esta turbulencia. Comprometidos con la producción agropecuaria y la atención en servicios, sus remesas no son lujo, son fruto honrado. Nuestros connacionales no son enemigos.

Napoleón Campos / Analista político y experto en relaciones internacionales

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