Jóvenes sin compromiso laboral (I)
La exposición a redes sociales y modelos de éxito rápido está generando expectativas poco realistas sobre el trabajo y la remuneración, llevando a una menor tolerancia hacia empleos que requieren esfuerzo sostenido. La baja calidad de la educación formal y falta de habilidades en una proporción significativa de jóvenes limita sus oportunidades en el mercado laboral formal.
-No hay gente para trabajar, especialmente jóvenes.
- Así escucho repetidamente – dijo su consuegra.
- Si encuentras, llegan con infinidad de exigencias, como si tú fueras el único necesitado. Yo les pago mucho más del salario mínimo, les doy todas las prestaciones de ley, pero ellos quieren más. La juventud de este país está arruinada – Alfredo se lamentaba.
– Se quedan unos meses, gastás en capacitarlos y luego desaparecen, ya no regresan. Los envías a un lugar y con el GPS del vehículo te das cuenta que han ido a otro. Después vienen diciendo que no les abrieron la puerta, que no había nadie que los recibiera…en fín, que tenés que hacerlas de vigilante…andan de trabajo en trabajo…antes la gente no era así, tenían uno o dos trabajos en toda su vida, eran leales, cuidaban su trabajo…
-Lo que yo me pregunto es: ¿Cómo hacen para comer? ¿Para llenar sus necesidades? Porque dicen que hay una gran pobreza en este país…entonces lo lógico sería que la gente fuera estable y cumpliera las reglas de su empleo…
Muchos problemas sociales que son atribuidos a la categoría de “pobreza” y “necesidad” suelen ser demasiado simplistas y reduccionistas.
Antes de los años 80 la pobreza en El Salvador era real, severa y con muy pocas redes de apoyo estatales. Actualmente, hay más recursos materiales como es el caso de la remesa proveniente del exterior.
Expertos señalan que antes de los 80 existía un fuerte tejido social y familiar: abuelos, vecinos, iglesias, y una noción de responsabilidad colectiva por la familia. Esto se amarraba a una educación informal de responsabilidad por la parentela y el trabajo. Hoy, aunque hay más recursos materiales, también hay más irresponsabilidad, individualismo y pérdida del sentido de cuidar por propia persona y la familia gracias al trabajo.
Muchos hogares en zonas de aparente pobreza tienen televisores, vehículos, celulares caros y la comida rápida-artesanal (pupusas y comida casera) está a la orden del día; pero no tienen vínculos afectivos sólidos, ni hábitos de compromiso, ni cultura de trabajo consciente.
El sociólogo Zygmunt Bauman llamó a esto “pobreza relacional”: cuando las personas tienen acceso a bienes materiales pero carecen de vínculos afectivos, culturales y estabilidad emocional y laboral.
Después de una guerra civil prolongada como la de El Salvador muchas familias quedaron desmembradas. Se vivió un proceso de normalización de la violencia, desconfianza generalizada y ruptura del tejido social. Las ideaciones de lo bueno y lo malo se distorsionaron gracias al discurso marxista-leninista y los Acuerdos de Paz. La influencia de la “vida líquida” y desprestigio de los valores morales tradicionales y la cultura woke entró de golpe produciendo una generación que creció sin modelos sólidos de crianza y trabajo, muchos repitiendo lo que vivieron y veían por televisión y las redes sociales: irresponsabilidad, desapego, negligencia parental, abandono y deslealtad laboral.
Refraseando a algunos, la posguerra “dejó una orfandad emocional colectiva” en amplios sectores de la población. No se trata solo de falta de dinero, sino de una crisis de afecto, pertenencia y deber.
Los productos de mucho costo dinerario como los mencionados, muchas veces compensan la falta de autoestima, seguridad emocional o identidad. Es parte de una “cultura de la apariencia”: tener para “parecer”, no para “ser”. Gastar sin invertir en salud, educación o crianza. Un tema que ha sido tratado en muchas ocasiones en este espacio de Opinión en relación a que la remesa del exterior no se invierte, se consume.
El psicólogo social Erich Fromm lo anticipó: en sociedades de consumo, las personas buscan “tener” en lugar de “ser”. Ignacio Martín-Baró, psicólogo social y sacerdote jesuita, desarrolló la psicología de la liberación, enfocándose en cómo la violencia estructural y el conflicto armado afectaron la salud mental colectiva en El Salvador. En sus escritos, destaca la necesidad de una psicología comprometida con las realidades sociales y políticas del país.
La falta de permanencia en los trabajos o de encontrar trabajadores no es solo por falta de ingresos; sino la pérdida de capital social, de vínculos afectivos y de modelos de crianza saludable. La negligencia parental, el abandono emocional y la inestabilidad familiar y laboral son síntomas de un trauma social no resuelto, no simplemente de carencia material, algo que se daba mucho menos antes de los años 80.
En este contexto, capital social no se refiere a dinero ni propiedades, sino a los vínculos humanos, redes de apoyo y normas compartidas que permiten que una comunidad funcione con cohesión, confianza y sentido de responsabilidad mutua. Es el conjunto de relaciones de confianza entre los humanos (familiares, vecinos, comunidad, patronos), las redes de apoyo mutuo (quien cuida a tus hijos si tú no puedes; quien presta ayuda en una emergencia), las normas y valores compartidos (solidaridad, respeto, cuidado de los hijos, responsabilidad, cooperación), las autoridades morales y comunitarias respetadas (ancianos, maestros, intelectuales, patronos). De acuerdo al sociólogo Emile Durkheim, el capital social es “el pegamento invisible que mantiene unidas a las sociedades”.
El informe “Condiciones de la juventud en El Salvador” del Banco Mundial, calcula que aproximadamente el 46% de los jóvenes entre 15 y 24 años participan en el mercado laboral, cifra ligeramente inferior al promedio regional. Sin embargo, muchos de estos empleos son informales y de baja calidad, lo que puede influir en la percepción de compromiso y estabilidad laboral de los jóvenes.
La exposición a redes sociales y modelos de éxito rápido está generando expectativas poco realistas sobre el trabajo y la remuneración, llevando a una menor tolerancia hacia empleos que requieren esfuerzo sostenido. La baja calidad de la educación formal y falta de habilidades en una proporción significativa de jóvenes limita sus oportunidades en el mercado laboral formal. La prevalencia de empleos informales y con bajos salarios puede desincentivar la permanencia y el compromiso de los jóvenes en sus puestos de trabajo. La falta de estructuras familiares sólidas y modelos de trabajo consistentes puede afectar la ética laboral y la responsabilidad de los jóvenes.
No puede obviarse que es común idealizar generaciones pasadas como más trabajadoras y comprometidas. Sin embargo, es esencial reconocer que las condiciones sociales, económicas y culturales han cambiado significativamente. Los jóvenes actuales enfrentan desafíos distintos, como una mayor competencia laboral, avances tecnológicos rápidos y cambios en las estructuras familiares, que influyen en su relación con el trabajo.
Además, si bien existen casos de jóvenes que muestran falta de compromiso laboral, no son todos. Pero es crucial abordar esta problemática desde una perspectiva integral que considere los múltiples factores que influyen en su actitud hacia el trabajo. Las soluciones saltan a la vista. ¡Hasta la próxima!
Médica, Nutrióloga y Abogada

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