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Espejo o influencia

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Por Carlos Mayora Re
Publicado el 12 de julio de 2025


En los últimos años las series que ofrecen las plataformas digitales se han convertido en las reinas del entretenimiento.

El espaldarazo que recibieron en el encerramiento durante los meses de COVID, fue fundamental para que la gente no solo las conociera, sino  que también   se diera cuenta de que se puede pasar un fin de semana completo, o desvelarse entre semana, muy bien entretenido. 

Las series son apasionantes no solo por sus elaborados guiones, o la “intimidad/identificación” que se puede lograr con sus personajes, sino también porque son especulares: en cierta forma nos reflejan. Su popularidad, además, permite tomarle el pulso al ambiente moral-social-político de la sociedad, y entender -en buena parte- por dónde van los tiros en cuanto a las ideas y valores, y la sensibilidad, en boga. 

Es cierto que uno ve lo que puede, lo que le sugieren las plataformas, lo que le recomiendan los amigos, los algoritmos, o lo que le dictan los propios intereses… Como también es verdad que la cosmovisión propia no solo se ve cuestionada por lo que se nos presenta en las series, sino también -y no pocas veces- moldeada, forjada. 

A decir verdad el éxito de no pocas series, como sucede con el arte, descansa en su apuesta contra cultural. Así, en esos hodiernos culebrones, el desprestigio del heroísmo clásico y la exaltación de la deshonestidad en contra del sistema cultural de valores, el cinismo en definitiva, están a la orden del día.

Hoy día los “buenos” son “malos”, y viceversa… como sucede en series de asaltos y narcotráfico, por ejemplo; la violencia se propone como normalidad y la normalidad se violenta hasta parecer ridícula, sino despreciable; la familia de padre, madre e hijos es una rareza destinada a desaparecer, y la presencia de personas con identidades basadas más en preferencias amorosas dislocadas que en la simple normalidad estadística, es casi obligatoria.

Si algo se puede identificar como común denominador de la oferta de series actual, es cierto sentimentalismo exacerbado que viene muy bien para la presencia ubicua de políticas identitarias, y también para la exaltación del poder a toda costa; incluso por encima de situaciones que, si bien en la realidad podrían parecer exageradas o incluso oníricas, en los argumentos de algunas series (el papel todo lo aguanta…) es la normalidad más “normal”. 

Con la excusa de presentar ficciones al servicio del entretenimiento, parece que se vale todo. Pero, principalmente, se vale arremeter contra lo que huela a tradición, y ya no se diga valores trascendentes. Al fin y al cabo, esa es la esencia de lo contra cultural. 

Así, analizar en qué consiste eso de consumir indiscriminadamente las series que nos ofrecen actualmente tantas plataformas, podría ser una muy buena oportunidad de comprender no solo cómo esa función especular de las series y producciones de entretenimiento de la que hablábamos está presente, sino también comprender de qué manera un puñado de guionistas y directores cinematográficos, aunados con mercadólogos e inversionistas con bastante sagacidad, sin querer queriendo, terminan por transformar los valores, ideas e ideales de las personas que se apuntan a consumir series como si de comida chatarra (que todo el mundo sabe que es dañina para la salud, pero a todos nos encanta), se tratara.

Series mediante nuestra cultura es teledirigida (“seriedirigida”, si se me permite el neologismo), pues éstas presentan no solo un reflejo, un espejo, de cómo somos, sino también nos ofrecen una imagen de cómo “deberíamos ser”; exponiendo ideas y valores que de primas a primera quizá no solo no “compraríamos” sino que rechazaríamos sin contemplaciones. 

Pero… como el horror al tedio puede tanto, al final del día terminamos por aceptar pacíficamente, sin resistencia, lo que por decir lo menos, nos avergonzaríamos de aceptar como “normal” o simplemente política o moralmente aceptable. Todo porque… nos entretienen. 

Ingeniero / @carlosmayorare

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