El espiral tóxico de la Selecta
Los futbolistas, como muchas otras cosas, se describen por sus condiciones. El desafío del fútbol salvadoreño sigue siendo generar un mecanismo que permita que estos jóvenes no terminen siendo descartables a los 26 años o “viejos” a los 28.
De niño siempre me llamaba la atención un rótulo que colgaba en los viejos almacenes o despensas de barrio en mi natal Argentina. “Hoy no se fía, mañana sí”, rezaba el engañoso cartel. Claro, ese “mañana” nunca llegaba porque automáticamente al día siguiente se convertía en el hoy. Algo así sucede con la Selecta: creemos y reciclamos la ilusión pensando en un mañana distinto que nunca llegará.
Después de 23 años viviendo en El Salvador, he sido testigo de seis eliminatorias rumbo al Mundial, incluida la actual para 2026, que lamentablemente parece encaminada a repetir la historia de las más recientes -y no tan recientes- antecesoras: terminar en fracaso. Y eso que yo soy de los más optimistas, alentado por el formato bondadoso, el aumento de participantes y con la esperanza de que los planetas finalmente se alineen.
“No pensemos en clasificar para este Mundial, mejor enfoquémonos para el siguiente, en cuatro años”. Ese discurso nunca falta y se repite insistentemente unas semanas antes del día que se consuma la eliminación. Escuché citar el Mundial 2010 cuando aún se peleaba por ir a Alemania 2006. Y el del 2014 cuando se agotaban las posibilidades de ir a Sudáfrica 2010. Y así, lo mismo con Brasil 2014, Rusia 2018 y Qatar 2022.
Esa ilusión que nos envuelve en un espiral tóxico y nos inyecta esperanza a futuro parte de la teoría que El Salvador tiene una selección joven y que solo es cuestión de tiempo para que exploten. Desde que llegué al país no paro de escuchar que “hay una renovación, esta es una selección joven”, como dijo el técnico Juan Ramón Paredes en 2003. O que “es una selección joven, que tiene futuro”, como afirmó De los Cobos en 2009. Algo que repitió Alberto Castillo en la Copa Oro 2011: “Somos la selección más joven del torneo”. También lo reafirmó Albert Roca, con su “ha sido la selección más joven en toda la historia de El Salvador” en 2014. Y así podríamos seguir.
Hace unos diez años escribí para EDH un artículo llamado “El Salvador, eternamente joven”, donde describía al problema como El Síndrome de Dorian Gray. “Si siempre es una selección joven -por lo tanto poco experimentada, y en consecuencia proclive a cometer errores de novatos-, la pregunta es… ¿Y qué pasó con aquellos jóvenes que hoy debieran ser futbolistas rodados y maduros?”.
En ese mismo artículo explicaba que ser joven no es necesariamente una virtud en sí misma. Los futbolistas, como muchas otras cosas, se describen por sus condiciones. El desafío del fútbol salvadoreño sigue siendo generar un mecanismo que permita que estos jóvenes no terminen siendo descartables a los 26 años o “viejos” a los 28. Ver la manera de formar jugadores que cuando sean contratados por algún club de Europa -algo cada vez menos frecuente- no regresen a los 10 meses frustrados y en peor nivel del que salieron.
Por otra parte, el fútbol moderno está redefiniendo los límites de la juventud, sobre todo cuando tenemos un candidato al Balón de Oro como Lamine Yamal, campeón de Europa con España y estrella del Barcelona, con apenas 17 años. Los mismos que tiene Franco Mastantuono, que fue adquirido por el Real Madrid por 72 millones de euros tras ser figura en River Plate. Aquí, en cambio, uno de los jugadores más prometedores es Harold Osorio, de gran talento, pero a punto de cumplir 22 años no logra tener espacio en el Chicago Fire de la MLS, donde en toda la temporada ha jugado apenas un minuto. Sí, un minuto.
Se necesita más materia prima de nivel, y no es tan fácil hallarla. Por supuesto, uno puede auto engañarse y pensar que el problema es que no traen a algunos legionarios. Muchos de los que ahora piden, fueron defenestrados por las críticas cuando tuvieron su oportunidad. Pero se olvidan. Siempre el mejor es el que no está. También es más sencillo pensar que la culpa es del entrenador de turno, que no es lo suficientemente bueno y que bastará con cambiarlo para que todo mejore.
Ya ni con un Mundial de 48 equipos, con Estados Unidos, México y Canadá fuera de competencia y con cinco posibles plazas -tres directas y dos vía repesca- para el Mundial 2026 parece posible la clasificación.
Pero siempre quedará la ilusión a cuatro años en el horizonte, cuando el 2030 nos ponga a soñar por adelantado, y mucho más si Gianni Infantino logra que en ese esperpento de Mundial con seis países sedes (España, Portugal, Marruecos, Argentina, Uruguay y Paraguay) aumente la cifra de participantes de 48 a 64.
Entonces se renovará la ilusión. A este Mundial no vamos, pero al próximo sí. Algo así como la versión deportiva del “Hoy no se fía, pero mañana sí” que decía el cartel.
Periodista deportivo

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