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Padre Rodolfo Cardenal

¿Está transfigurado El Salvador?

Hoy como ayer, el Divino Salvador del Mundo exige la transfiguración de la miseria que oprime al pueblo salvadoreño.

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Por Rodolfo Cardenal S.J.
Publicado el 03 de agosto de 2025


El 6 de agosto de 1970, el beato Rutilio Grande, se preguntó, en el sermón que pronunció en la misa pontifical, celebrada en la catedral metropolitana, con motivo de la festividad del Divino Salvador del Mundo, si El Salvador estaba transfigurado. Interpeló al gobierno, encabezado por el presidente, al cuerpo diplomático, a los obispos y al clero, y al pueblo que ocupó el espacio libre al fondo del templo abarrotado.

Habitualmente, esa homilía era una pieza de estilo para que el orador designado luciera sus dotes retóricas. Rutilio las tenía, pero las puso al servicio de la profecía, al cuestionar el rumbo del país. Más de medio siglo después, la pregunta sigue siendo actual. El oficialismo dirá que sus innovaciones ya lo han transfigurado. Goza de una seguridad que permite disfrutar de atracciones como el centro de la capital, los conciertos, la vida nocturna o las playas. Los malos están encerrados y son duramente castigados por sus crímenes, mientras los buenos disfrutan de una nueva vida. 

Impertinente, Rutilio volvería a preguntar: “¿Está transfigurada esa inmensa mayoría del pueblo salvadoreño?”. “¿Es su vida acorde con las enseñanzas de Jesús?”. “¿Está transfigurada esa otra minoría que tiene en sus manos los medios económicos, el poder de decisión, el control de la prensa…?”. Rutilio no siguió la costumbre de hablar de los volcanes, los lagos y los cafetales, porque “silencia la realidad”.

En 2025 “hay que hacer dolorosas confesiones”, similares a las de 1970, pues no se observa avance en la liberación de la “miseria no merecida” de las mayorías. Una miseria caracterizada por “el escándalo de las disparidades hirientes”. Las minorías favorecidas por esas diferencias, profetizó el beato, “volverían a crucificar a Cristo, si volviera”, así como hoy persiguen a quienes denuncian la opresión y la violencia institucionalizada.

Hoy como ayer, el Divino Salvador del Mundo exige la transfiguración de la miseria que oprime al pueblo salvadoreño. El Salvador actual, como un todo, no está aún preparado para acercarse a los pies de su patrón, que sigue preguntándole dónde está tu hermano, qué has hecho de él. La respuesta demanda un “cambio de actitud”. El verdadero cristiano, sentenció Rutilio, adopta una “actitud de conversión continua”, tanto personal como social, pues está llamado a “trabajar constantemente por la transformación de la humanidad”.

El sermón no gustó a algunos sectores del estamento clerical y social. Hubieran preferido una predicación que se deleitara en las bellezas del país y la grandeza de la nación. Que anunciara los gozos celestiales, no que denunciara las injusticias históricas. Aguardaban un llamado a la resignación y la paciencia, las cuales serían recompensadas con alegrías eternas. El poder siempre pide conformismo y aguante a cambio de gratificaciones futuras sin cuento. Estos sectores no desconocen la mala vida de las mayorías y sus sufrimientos, pero miran hacia otro lado y pasan de largo. Prefieren el Cristo muerto de “los enterradores” del viernes santo, a quienes Rutilio denunció años más tarde, en Aguilares.

Pero el predicador del reino de Dios no puede ignorar la voz que se escuchó en el monte Tabor. La voz reveló la identidad de Jesús como “el Hijo, el escogido” por el Padre. El mismo que, reseñó el predicador, recorrió calles y plazas, que se detuvo a hablar con los pobres y los ricos, con los niños y los intelectuales, con los sinvergüenzas y las prostitutas. En esas pláticas les anunció el perdón de los pecados y la misericordia para todos, sin excepción. “Y cuando esto no bastó”, continuó Rutilio,” puso aspereza en sus palabras, y abofeteó con ellas a los hipócritas, que guardan las formas externas, mientras tienen el corazón lleno de crueldad”. Los llamó “sepulcros blanqueados”.

La voz del Tabor, el culmen de la revelación, agregó: “escúchenlo a él”, solo a él y a nadie más. No escuchen otras voces, porque solo sus palabras traen salvación. Por eso, es buena noticia, pero también “maldición tremenda” para los adoradores del poder y del dinero, que rehúsan cambiar de vida. Muchos se llaman cristianos, siguen el Cristo de los enterradores. Un Cristo “mudo y sin boca para pasearlo en andas por las calles. Un Cristo con bozal en la boca. Un Cristo fabricado a nuestro propio antojo y según nuestros mezquinos intereses. ¡Este no es el Cristo del evangelio!”.

La transfiguración del Tabor reveló dónde encontrar a Dios. La voz dijo que estaba en Jesús, que no era sacerdote, ni rey. Originario de la aldea de Nazaret, no de la capital Jerusalén. Él es la revelación última y definitiva de Dios. El resplandor deslumbrante de su rostro y sus vestidos confirma su relación única con el Padre y la autenticidad de la visión. Los tres testigos intentaron retener la gloria de la divinidad. Pero Jesús los regresó a la realidad. Debían bajar del monte, porque su “partida” estaba próxima. La revelación no olvida la realidad de las injusticias y la violencia institucionalizada. La salvación pasa por la liberación del pecado personal y social, frecuentemente en contra del poder opresor. En el trasfondo del relato del Tabor se encuentra la tradición liberadora del Sinaí. El relato de la transfiguración debe ser leído, predicado, escuchado y meditado en actitud de conversión.

A diferencia de los líderes mundanos, que ansían poder, dinero y culto personal, Jesús penetró en las miserias humanas. En él se cumple la profecía de Isaías, que anunció la llegada de un niño llamado Emanuel o “Dios con nosotros”. La historia de Jesús es así la historia de “Dios con nosotros”, que no huye de las miserias humanas para refugiarse en las alturas de lo sagrado, sino se mete en medio de ellas para sanar y liberar.

La “Bajada” del 5 de agosto quiere representar al pueblo en camino hacia el reino de Dios. Es un caminar “sin que ninguno se quede retrasado”, “codo con codo”, porque la salvación se realiza “en racimo”. Y en medio de ese pueblo caminante, “Dios con nosotros”.

San Salvador, julio de 2025.

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