Exilio no es silencio: el periodismo salvadoreño sigue vivo más allá de las fronteras
La función del periodista no se reduce a repetir un discurso elaborado como parte de un programa político, sino a la presentación de información lo más contrastada y objetiva posible para que la ciudadanía tome mejores decisiones.
Entre considerarme exiliado, expatriado, o alejado, yo elijo lo último, aunque en esencia sé que soy un exiliado, situación que elegí porque desde mi punto de vista, El Salvador ya no es un país seguro para ejercer un periodismo crítico e independiente, aunque sé que allá queda un buen número de colegas que siguen haciendo periodismo en un entorno cada vez más hostil, en medio de muchas amenazas, temores e incertidumbre. Para ustedes todo mi respeto.
Como muchos saben ya, estoy lejos de mi país desde el 14 de junio, luego de considerar las sugerencias o avisos de varias personas de mi confianza, con nexos en instituciones gubernamentales, referente a que era mejor que saliera ante el peligro de ser capturado por ser uno de los periodistas cuyo trabajo ha estado enfocado en señalar actividades de crimen organizado, casos de corrupción y exponer violaciones de derechos humanos y abusos de poder contra personas inocentes antes y durante el régimen de excepción.
Pocos días antes que tomara la decisión de salir, el gobierno salvadoreño había capturado a personas defensoras de derechos humanos y críticos de sus actos de corrupción, que son muchos, y se había revelado la ejecución de un operativo en el aeropuerto internacional Óscar Arnulfo Romero, para capturar a colegas del periódico digital El Faro, que semanas antes había publicado contundentes piezas periodísticas que revelaron las negociaciones de Bukele con grupos de pandillas para hacerse con el control político de manera total en las elecciones municipales y legislativas del 2021.
El Salvador vive hoy una etapa oscura para la libertad de expresión y de información bajo el régimen de la familia Bukele que parece que se enorgullece de combatir a quienes considera “enemigos internos” de sus proyectos dictatoriales y corruptos, o de silenciar voces críticas, entre los cuales cuenta a periódicos y periodistas.
La instauración de una dictadura en El Salvador ha derivado en que ejercer el periodismo independiente y crítico sea una actividad de alto riesgo. Quienes nos atrevemos a señalar abusos de poder, denunciar la corrupción o simplemente preguntar lo que funcionarios públicos tienen el deber de responder, nos atrevemos a ser etiquetados como periodistas vendidos, chayoteros, plumas pagadas, etc. En mi caso, esa estigmatización se tradujo en demandas judiciales, en amenazas de obligarme a revelar mis fuentes y el temor de terminar tras las rejas por ejercer mi profesión. Por eso hoy escribo estas líneas desde el exilio.
Salir del país no fue una decisión fácil. Implica desarraigo, incertidumbre y duelo. Pero ante un El Salvador donde ya no hay garantías mínimas para ejercer el periodismo con ética y libertad, ha sido la decisión que también muchos colegas han tomado. Hemos sido obligados a convertirnos en una diáspora de comunicadores que, aunque lejos de casa, seguimos comprometidos con contarle a los salvadoreños ya al mundo, lo que Bukele esconde tras un aparato gigantesco de propaganda, que se traduce en dinero malversado, que bien podría suplir grandes necesidades en educación y salud.
Que el régimen de Bukele lo sepa: estar fuera de nuestra patria no significa que nos ha silenciado. Al contrario, nos ha obligado a reinventarnos, creando medios independientes, canales digitales, colaboraciones transfronterizas y redes de apoyo desde donde continuaremos haciendo periodismo.
Desde mi nueva ubicación, donde toque porque aún no he desocupado maletas, tocará reconstruir mi identidad profesional como periodista salvadoreño lejos de la patria.
Por esas mismas circunstancias, de mi lejanía, ya no tengo una redacción física, pues desde el pasado 25 de julio, mi vínculo laboral terminó con este periódico que fue mi casa durante 26 años.
Pero con una cámara, un micrófono, una conexión y mis convicciones intactas seguiré haciendo el periodismo que incomoda a los corruptos y delincuentes, a los violadores de derechos humanos; un periodismo que visibilice a los marginados, que narre lo que se nos quiere ocultar, porque para los dictadores, ese periodismo es una amenaza.
Pero también somos esperanza. Porque si hay algo que los autoritarismos temen es a la documentación honesta de sus actos. Y mientras haya alguien escribiendo, grabando, preguntando y exigiendo la rendición de cuentas, desde donde sea, porque la palabra no debe tener fronteras, seguiremos incomodando a los regímenes corruptos .
A quienes estamos fuera, nos toca articular nuevas formas de colaboración, construir puentes y fortalecer voces que no se callan. Porque lo que está en juego no es solo nuestra seguridad personal, sino el derecho de toda una sociedad a estar informada. No hay exilio que nos robe la palabra.
¡Alejados pero no callados!
Periodista

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