El nuevo arte de persuadir

Vivimos en un mundo mediado por la información. Principalmente a partir de la revolución de la informática, que ha llevado a la digitalización de todo aquello con lo que entramos en contacto. Las cosas, las personas, los hechos, y todo lo que pasa (que, en último término “nos pasa”) se nos presenta so capa de una deconstrucción digital que le hace mutar de ser “algo” y convertirse en mera información.

Si se despertara Pascal y viera lo que sucede, se asustaría al comprobar qué gran razón tenía cuando hace un poco menos de cuatro siglos afirmó aquello de que “el arte de persuadir consiste tanto en el de agradar como en el de convencer; ya que los hombres se gobiernan más por el capricho que por la razón”.

Una frase todavía más lúcida en tanto consideramos que la razón tiene poco que hacer en un mundo informatizado, en una “realidad” en la que ya no hay nada estable (real) pues al descosificar se pierde la posibilidad de tener puntos de referencia fijos en los que anclar principios, verdades (no “fakes” o hechos descontextualizados) que nos permitan ser libres. Qué, en último término es la verdadera tragedia a la que nos enfrentamos.

Es la tesis de fondo del ya célebre libro “No cosas”, del pesador Byung Chun Hal, publicado hace pocos años, y que ilustra con una metáfora afirmando que merced a la digitalización y el tratamiento informático de todo, al día de hoy ya no habitamos en la tierra ni tenemos como referencia el cielo, ahora vivimos en Google Earth y nuestra referencia del más allá es… la nube.

El orden digital ha puesto fin, dice, a la era de la verdad. Digitalización mediante todo es volátil, provisional, pasajero. Lo que se afirma hoy puede ser negado mañana, lo que se tiene hoy por seguro al día siguiente será dudoso.

Contradicciones que tomamos como lo más normal, por haber perdido la referencia a un mundo en que lo normal era lo estable, en el que se podía hablar sin sospechas porque cada palabra tenía un significado que no cambiaba según el estado de ánimo de quien la pronunciara o de quien la escuchaba, ni dependía de la moda del momento.

Hemos pasado de una situación en la que se persuadía principalmente con la verdad, a otra en la que la retórica ha abandonado lo que en su momento se llamó “pensamiento fuerte” porque todo se apoya en pensamiento débil, que más que a la razón apela a los sentimientos y a las emociones, y con suerte a algunos prejuicios, para convencer y persuadir.

Nos encontramos en un régimen dominado por un discurso posfactual. Ya no hay hechos, solo emociones, opiniones, pareceres, perspectivas… todo volátil, todo provisional. Algo que obliga a quienes nos quieren persuadir a cambiar continuamente su discurso, a poner el foco en multitud de objetivos para que no nos “aburramos” y nuestro afán de novedades se vea continuamente reclamado y siempre provisionalmente satisfecho.

La información ha dejado de ser informativa, hoy día es deformativa, pues quienes tienen la sartén por el mango tuercen todo para que entre en el molde de nuestras emociones, intereses, miedos y preocupaciones… lo que sea, pero siempre con la condición de que no seamos capaces de aplicar ningún criterio de reflexión o pensamiento pues si lo hiciéramos, más pronto que temprano, se les derrumbaría su carpa de predicadores de plaza pública que se amparan más en el volumen de sus gritos que en la verdad de lo que dicen.

¡Qué bien conocen el manual de esto que venimos hablando muchos políticos, mercadólogos, informadores, programadores de software, magnates de la digitalización, y todos los que dependen de nuestra atención, y por lo tanto de nuestra capacidad persuasión, para su crecimiento y supervivencia!

Ingeniero / @carlosmayorare