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Jaime Ramirez Ortega

La tierra de tristeza y dolor

En una sociedad que a menudo parece indiferente, la historia nos llama a ser proactivos en nuestra búsqueda de aquellos que necesitan misericordia y ayuda, como el caso de las personas que ahora se encuentran detenidas de forma injusta en El Salvador. Hay una enorme insensibilidad por ellas, incluso algunos se mofan. De manera que estamos frente a una sociedad enferma.

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Por Jaime Ramírez Ortega
Publicado el 23 de mayo de 2025


En el Antiguo como Nuevo Testamento encontramos registro de personas que, a diferencia de aquellos que destacaban por sus virtudes y manifestaciones poderosas en la obra de Dios, eran conocidos por sus enfermedades o limitaciones físicas que los restringían en sus llamados. Una de esas historias es la historia de Mefiboset, nieto del rey Saúl, su vida nos ofrece una profunda lección sobre redención, gracia y el amor incondicional que puede encontrarse en las relaciones humanas y divinas. Relatada en el libro de 2 Samuel, esta narrativa abre la puerta hacia un entendimiento sobre la inmensa misericordia de Dios y su disposición para restaurar a los afligidos.

Mefiboset fue un niño que, tras la muerte de su padre Jonatán y su abuelo el Rey Saúl, quedó huérfano y se encontró a merced de los enemigos de su linaje. En un intento por salvar su vida, su nodriza se lo llevó, pero en el proceso de huir, sufrió una caída que dejó lisiado de ambas piernas a Mefiboset (2 Samuel 4:4). Este accidente no solo truncó su movilidad, sino que también lo condenó a vivir en un estado de ostracismo y deshonra. Mefiboset se refugió en Lo-debar, un lugar desolado y alejado, donde su nombre se convirtió en sinónimo de abandono y desesperanza.

Ante este escenario el rey David, consciente de su pacto con Jonatán, hijo de Saúl, busca a cualquier descendiente vivo de la casa de Saúl para demostrarle bondad. Así es como encuentra a Mefiboset en Lo-debar. Y en un acto de bondad, David le dice: “No temas, porque ciertamente haré contigo misericordia por amor de Jonatán tu padre; y te devolveré todas las tierras de Saúl tu abuelo, y tú comerás siempre a mi mesa” (2 Samuel 9:7). Este encuentro es un símbolo poderoso de restauración. Mefiboset, que había estado escondido y avergonzado, es llevado a la corte del rey donde se le concede no solo su seguridad sino también un lugar privilegiado en la mesa real. 

La imagen de Mefiboset comiendo a la mesa del Rey David es emblemática de la gracia que se manifiesta en la aceptación y el amor. Esta historia, a menudo pasada por alto, resuena profundamente en el corazón de aquellos que han sido heridos o humillados por las circunstancias de la vida. La acción de David hacia Mefiboset revela una verdad fundamental del cristianismo: la gracia de Dios hacia cada uno de nosotros. En Efesios 2:8-9: dice; “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. La redención de Mefiboset ilustra esta gracia, que no se basa en méritos, sino en la bondad del corazón del rey.

Mefiboset no hizo nada para merecer el favor de David; su condición de lisiado lo hacía aún más vulnerable a la represalia y la exclusión, pero David eligió actuar con amor y compasión. De esa manera, vemos una representación de cómo Dios se acerca a nosotros: no cuando estamos necesariamente bien en todo, sino en nuestra debilidad y miseria humana. La historia de Mefiboset es paralela a la historia de cada creyente, que, al igual que él, ha sido llamado de su lugar de dolor y tristeza a la mesa del Rey: asimismo nos desafía a vivir la gracia en el Señor Jesucristo versus un mundo insensible y decadente. 

En la actualidad prevalecen la exclusión, la crítica y la insensibilidad frente al sufrimiento; por ello se nos invita a ser agentes de misericordia. Preguntémonos: ¿cómo respondemos a aquellos que están heridos o marginados? ¿Buscamos a las personas que han sido olvidadas, como Mefiboset, y les extendemos la mano de ayuda? Además, esta narrativa nos anima a tener una visión amplia de la redención. No solo se trata de un cambio de circunstancias, sino de un cambio del corazón. Cada vez que elegimos perdonar, mostrar compasión o aceptar a alguien sin condiciones, reflejamos la gracia que hemos recibido de nuestro Glorioso Señor Jesucristo.

En suma, la historia de Mefiboset es más que un relato de redención personal; es una invitación a comprender la profundidad de la gracia y el amor de Dios. Nos recuerda que, sin importar nuestra condición, siempre podemos regresar a la mesa del Rey. En una sociedad que a menudo parece indiferente, la historia nos llama a ser proactivos en nuestra búsqueda de aquellos que necesitan misericordia y ayuda, como el caso de las personas que ahora se encuentran detenidas de forma injusta en El Salvador. Hay una enorme insensibilidad por ellas, incluso algunos se mofan. De manera que estamos frente a una sociedad enferma.

Que el Señor Jesucristo tenga misericordia por los que ahora sufren. 

Abogado y teólogo.

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