No nos equivoquemos: sí nos afecta
Vemos que las instituciones defensoras de los derechos humanos están siendo coartadas y perseguidas, que quienes levantan su voz para recordarnos que la Justicia no es negociable, están amenazados por el sistema. Defendámoslos, porque ellos serán quienes podrán defendernos a nosotros.
“Eso a mí no me afecta.” “Algo malo habrán hecho”, “Mejor callar, no me quiero meter en problemas”,“Sí, se ven cosas raras, pero por otro lado ahora podemos salir a lugares que hasta hace poco no podíamos ir”.
Frases como estas se escuchan o se piensan cuando se denuncia una violación de derechos humanos, especialmente si eso ocurre en nuestro propio país. A veces nos cuesta sentir empatía por personas que no conocemos, que no viven como nosotros, que pertenecen a grupos distintos y piensan de manera diferente. Pero lo cierto es que cuando se violan los derechos de una persona, nos afecta a todos. Incluso si no lo notamos de inmediato.
Desafortunadamente, procuramos hacer un revoltijo de conceptos y situaciones para evitar llamar las cosas por su nombre: INJUSTICIA. Por el contrario, nos esforzamos en buscar algo así como una autodefensa, un escudo protector para creer que eso les pasa a otros porque se lo merecen, porque no son tan correctos como se creía, porque quién sabe cuántas maldades ignorábamos y ahora saldrán a la luz. Y, más desafortunadamente aún, esa “luz” no proviene de la verdad, sino de sospechas, conjeturas, envidias o rencores que nada tienen que ver con la injusta situación en que se ha puesto a esa persona.
Todos hemos oído hablar sobre derechos humanos. Su definición es comprensible para cualquiera, pero siempre es útil contar con un concepto que los defina adecuadamente. Por eso pregunté a ChatGPT, exactamente, qué son, cómo definirlos, y su respuesta fue sencilla y muy clara: los derechos humanos no son un lujo ni una moda. Son el conjunto mínimo de libertades que toda persona debería tener solo por el hecho de existir: derecho a vivir, a expresarse, a no ser torturado, a un juicio justo, a moverse libremente, a no ser discriminado. Son universales, o al menos deberían serlo.
Por consiguiente, no es necesario ser experto en derechos humanos, basta con ser humano para sentir el dolor y la indignación que sin duda sienten las personas víctimas de injusticias, que son denigradas gratuitamente, a quienes se les niega el derecho que todos tenemos de tratar de mejorar por todos los medios honestos y lícitos a nuestro alcance, o se les priva de poder ayudar a los demás, ejerciendo la profesión que han elegido y en la que se han desempeñada con ética, eficiencia y eficacia. Aquellas a las que, por el capricho de quien ocasionalmente detenta el poder, se les priva de ese conjunto mínimo de libertades, descritas en el párrafo anterior.
Y cuando comenzamos a justificar que esos derechos se ignoren “en algunos casos” o “con ciertas personas”, estamos abriendo una puerta muy peligrosa. Porque hoy son ellos, pero mañana, ¡sin duda!, podríamos ser nosotros. Y cuando la injusticia toque nuestra puerta, quizá ya nadie quede para defendernos. (¿Se acuerdan de aquella conocida y repetida historia: “vinieron por mi vecino que era judío, pero como yo no lo era, no me preocupé”, etc.?)
Vemos que las instituciones defensoras de los derechos humanos están siendo coartadas y perseguidas, que quienes levantan su voz para recordarnos que la Justicia no es negociable, están amenazados por el sistema. Defendámoslos, porque ellos serán quienes podrán defendernos a nosotros. No pensemos “y a mí ¿qué?”. Porque nos afecta más de lo que creemos.
Empresaria.

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