Esperanza

Hay demasiadas razones para alimentar el pesimismo diario: problemas políticos, inseguridad económica, conflictos interpersonales, rutina diaria, porvenir oscuro… Este elenco podría ampliarse sin medida. Desde este punto de vista, hablar de esperanza sonaría a ingenuidad. ¿Quién nos garantiza que el futuro cercano será mejor?

Nosotros los cristianos gozamos de una perspectiva más amplia. No caminamos dando palos en el aire. Creemos con firmeza que, junto a nosotros, camina el Señor Jesús. Un Jesús victorioso que venció a la muerte y resucitó a una vida luminosa. Con Él, nuestro fatigoso caminar adquiere sentido. Cristo Jesús nos rescata de la esclavitud del pecado para encaminarnos hacia la libertad de los hijos de Dios.

Un ejercicio saludable consistirá en descubrir las parálisis que nos provocan nuestros pecados. Una especie de diagnóstico de nuestro corazón. Cuando acudimos a un médico, tenemos claros los síntomas de nuestras dolencias. Si se las ocultamos, no será posible ninguna curación. Para escudriñar nuestra conciencia hace falta coraje. Admitir ante nosotros mismos el lado oscuro de nuestra existencia. Y admitirlo ante un Dios que está muy interesado en que tengamos una vida saludable. Ninguna persona sensata ocultaría al médico los síntomas de nuestro malestar.

¿Cómo está nuestra existencia?: ¿enfermiza?, ¿achacosa?, ¿turbulenta?, ¿lánguida? El pecado debilita y nos encierra en un círculo vital mezquino, anémico cuando no mortal. La envidia, la hipocresía, el egoísmo nos empobrecen, nos debilitan.

Bien vale la pena ponernos frente a nuestro Padre celestial y, con la confianza de hijos amados entrañablemente por él, le expongamos nuestro estado calamitoso y que nos devuelva la alegría de vivir una vida según el evangelio.

Dado que el pecar es replegarnos sobre nosotros mismos en un proceso que conduce al egoísmo y a la muerte, acudir a Jesús es volver a vivir una vida resucitada, en la que abunde la alegría y la apertura cordial al hermano. Síntoma de una vida en gracia será la capacidad de caminar con los demás, de escuchar, de vencer la tentación de encerrarnos, ocupándonos solamente de nuestras necesidades, como nos lo recuerda el papa Francisco.

Signos de una vida saludable serán entonces la sabiduría de vivir en fraternidad, trabajar juntos acogiendo a nuestros prójimos (próximos), hacer el bien con generosidad sin esperar reconocimientos, sentirnos hermanos de todos, ampliar nuestro círculo existencial.

Un buen examen de conciencia podría hacerse mirándonos en las bienaventuranzas propuestas por Jesús. En ellas se delinea claramente el perfil del mismo Jesús y, por consiguiente, de un seguidor suyo. Dichoso, afortunado, feliz quien asume con alegre decisión vivir el estilo de la vida de Jesús delineado nítidamente en ese proyecto que nos ofrece Jesús.

La vida cristiana no es rutina muerta o prácticas piadosas sin mayor incidencia vital. Es un empeño decidido por una exigente renuncia al pecado y una opción alegre por seguir a Jesús en el compromiso por la justicia y la fraternidad por un mundo mejor. Protagonistas con Jesús en su exigente proyecto de sanar la convivencia humana: no al pecado, sí a los valores del Evangelio.

Sacerdote salesiano y periodista.