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Israel e Irán, entre el sufrimiento humano

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Por Jaime Ramírez Ortega
Publicado el 19 de junio de 2025


Desde junio de 2025, el Medio Oriente se ha sumido en una escalada peligrosa con el estallido del conflicto armado entre Israel e Irán.

La guerra ya ha dejado cientos de muertos y miles de desplazados. Mientras los líderes de ambos países intercambian amenazas y misiles, son los civiles —niños, mujeres, trabajadores— quienes sufren la mayor parte del costo.

La pregunta que surge para el mundo, y especialmente para los cristianos, no es solo política o estratégica, sino profundamente moral: ¿qué nos dicen la Escritura y la conciencia sobre el sufrimiento de los inocentes?

Desde una perspectiva bíblica, el renacimiento del Estado de Israel en 1948 se interpreta como cumplimiento de promesas divinas hechas desde los tiempos de Abraham. En Génesis 17:7–8, Dios promete: “Estableceré mi pacto contigo… y daré a tu descendencia… toda la tierra de Canaán, como posesión perpetua”.

Esta promesa explica por qué Israel no ve su existencia como un accidente histórico, sino como una misión respaldada por Dios. En este marco, los ataques de Irán —un régimen que ha declarado su intención de “borrar a Israel del mapa”— no son simples agresiones militares, sino desafíos existenciales. 

Sin embargo, la respuesta israelí, aunque comprensible desde una lógica de defensa nacional, debe ser evaluada con sobriedad cuando impacta a civiles. En la guerra moderna, los ejércitos ya no son los únicos que caen. Las guerras no se libran en campos de batalla, sino en ciudades, hospitales y escuelas. Ahora bien, en las últimas semanas, misiles israelíes han destruido centros nucleares iraníes, pero también han dejado escombros en zonas urbanas. Irán ha respondido con ataques que han matado a civiles israelíes en Tel Aviv y Rehovot, lo cual ha llevado luto y dolor a la nación de Israel. 

Según reportes de medios internacionales, más de 400 personas han muerto en Irán y decenas en Israel, en su mayoría ciudadanos que nada tienen que ver con las decisiones de sus gobiernos. 

El Salmo 82:3-4 recuerda la responsabilidad moral ante los más débiles: “Defended al débil y al huérfano; haced justicia al afligido y al menesteroso”.

La Biblia no puede ser usada como escudo para justificar cualquier acción militar, especialmente cuando los inocentes son las víctimas invisibles de los cálculos geopolíticos.

No se debe de ignorar que el liderazgo iraní mezcla religión chiita radical con nacionalismo anti Israel. En su retórica, Israel es el “enemigo sagrado”, y Estados Unidos, su cómplice imperial. Este relato se convierte en combustible ideológico que justifica ataques, reclutamientos masivos y el uso de población civil como escudo. Pero esta postura no representa a todos los iraníes. Muchos ciudadanos de Irán —como también de Israel— quieren paz, prosperidad y dignidad, no guerras prolongadas ni martirio nacional. No obstante, cuando una nación se arroga el rol de ejecutora del juicio divino, su política se vuelve mesiánica como el caso de Irán. 

Aquí entra la advertencia de Proverbios 16:18: “Antes del quebranto es la soberbia, y antes de la caída, la altivez de espíritu”. El orgullo religioso y político puede llevar a una guerra que los pueblos han pedido. 

Israel, como nación democrática y plural, tiene derecho a defender su existencia. Rodeado de enemigos históricos, su supervivencia no puede darse por sentada, lo cual justifica todo intento de defender su territorio. Pero este derecho debe ejercerse con un compromiso ético que respete la vida humana, incluso la del enemigo. En Zacarías 2:8, Dios declara que “el que toca a Israel, toca a la niña de su ojo”. Sin embargo, esto no debe interpretarse como una licencia para dañar indiscriminadamente.

El ejército israelí posee uno de los arsenales más sofisticados del mundo. Esa ventaja tecnológica implica también una responsabilidad mayor: distinguir con precisión entre objetivos militares y civiles, minimizar los daños colaterales y proteger —en lo posible— la dignidad humana incluso en la guerra. Esa es la diferencia entre una nación protegida por Dios y una nación guiada solo por la fuerza. La Biblia no promete un camino fácil para Israel, pero sí asegura su permanencia. En Jeremías 31:35–36, Dios afirma que mientras existan el sol y la luna, Israel no dejará de ser nación. 

Sin embargo, estas promesas no niegan el sufrimiento del pueblo en el proceso. Niños israelíes corriendo a refugios antiaéreos; madres iraníes buscando a sus hijos perdidos, ese es el rostro real de esta guerra. Es urgente que la comunidad internacional presione por un alto al fuego, no como signo de debilidad, sino como acto de humanidad. La política no debe olvidar su dimensión moral, especialmente cuando los poderosos deciden y los inocentes mueren. En medio del estruendo, resuena el llamado de Isaías 1:17:“Aprended a hacer el bien; buscad la justicia, socorred al oprimido; defended al huérfano, abogad por la viuda”.

Israel tiene una promesa divina, sí, pero también una misión moral: ser luz a las naciones, no solo sobrevivir entre ellas.

Irán, como cualquier pueblo, tiene derecho a seguridad, pero no a usar la fe como arma política y continuar así esparciendo el odio hacia Israel. 

Como cristianos no podemos ser indiferentes. Debemos orar por la paz, exigir responsabilidad ética y levantar la voz por los inocentes que hoy sufren por decisiones ajenas. Porque si no escuchamos sus gritos, ¿de qué nos sirve hablar de profecía?

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