Auto deportación y retorno voluntario: cuando el miedo sustituye a la voluntad
En los últimos meses se ha intensificado el retorno de personas migrantes desde Estados Unidos a sus países de origen. Pero no todos los regresos son iguales. Mientras algunos se realizan mediante programas de retorno voluntario asistido, promovidos y acompañados por organismos internacionales como la OIM, otros ocurren en condiciones mucho más complejas, dolorosas y contradictorias: hablamos de la llamada auto deportación.
El retorno voluntario asistido es un mecanismo diseñado para aquellas personas que, tras una decisión consciente y sin presiones externas, optan por regresar a su país. Este tipo de retorno implica acompañamiento, protección de derechos y apoyo para su reintegración. Se trata de una herramienta humanitaria que busca garantizar que el regreso se haga con dignidad y seguridad, respetando la voluntad del migrante.
Por el contrario, la auto deportación —que en realidad no es voluntaria— está basada en una lógica de presión. En muchos casos, las personas se ven obligadas a tomar la decisión de salir del país receptor porque no soportan más la persecución, el acoso institucional, la amenaza de separación familiar, la imposibilidad de acceder a servicios básicos o el temor constante a ser detenidas. Bajo esas condiciones, regresar “por decisión propia” es solo una respuesta a un entorno de miedo.
Este fenómeno ha ganado fuerza bajo la actual administración estadounidense, que ha endurecido las políticas migratorias y ha promovido una narrativa en la que las personas migrantes deben irse “por sí solas” si no quieren enfrentar consecuencias más graves. En otras palabras, si no quiere ser arrestado, si no quiere ser expulsado por la fuerza, mejor auto deportese. Es una elección forzada. No es humana.
Lo preocupante es que estos casos no están siendo documentados ni diferenciados del retorno voluntario real. A menudo, las estadísticas oficiales los incluyen como si fueran procesos espontáneos y asistidos, cuando en realidad responden a contextos de violación de derechos humanos.
Ante esta realidad, es urgente que la OIM mantenga una postura clara. Su mandato ético y técnico le obliga a distinguir entre retorno con acompañamiento y retorno por presión. Además, debe fortalecer su coordinación con organizaciones de la sociedad civil que, en muchos países, somos quienes recibimos a las familias retornadas, quienes conocemos sus historias y quienes damos seguimiento a su reintegración.
Hoy más que nunca, la migración debe entenderse desde la dignidad y no desde la coacción. No podemos permitir que el silencio o la neutralidad legitimen formas de expulsión encubiertas bajo la etiqueta de “voluntarias”. En el centro de este debate no están las políticas, sino las personas y sus derechos.
Migrar debe ser una opción. Regresar también. Pero cuando el miedo decide por ti, ya no es una elección: es una expulsión sin nombre.
Director AAMES Asociación Agenda Migrante El Salvador

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