Sobrevivir con un salario mínimo, cuando lo básico se vuelve lujo
Esta es la historia de una familia salvadoreña de cinco miembros que sobrevive con un salario mínimo que no alcanza ni para cubrir sus necesidades más básicas. Comer carne o salir de paseo es lujo.
El pasaje que lleva a la vivienda de la familia Ramos, ubicado en una populosa colonia de Soyapango, es estrecho y lleno de hojas de almendro y pequeños promontorios de basura amontonados en los rincones.
Son varios bloques de gradas de un empinado camino colmado de casas apretadas una con otra, viviendas de no más de 80 metros cuadrados, pintadas de colores brillantes y abundantes balcones.
La casa de los Ramos, de paredes celestes y techo de lámina, es tan pequeña que no pueden pasar dos personas al mismo tiempo por la puerta.
La vivienda está compuesta de tres cuartos y otro espacio que también han acomodado con una cama, los Ramos poseen refrigeradora, televisión y cocina, también tenían lavadora, pero se descompuso.
En las habitaciones de no más de dos metros y medio de ancho, se amontona la ropa, los enseres de limpieza, una que otra fotografía de los pequeños y hasta las mascotas de la familia, un gato y una perica.
Flor, de 39 años, Pablo de 40 y sus tres hijos, Pedro de 15, Marvin de 9 y el pequeño Fermín de 4 habitan en esta propiedad alquilada, donde la mitad de las pertenencias son regaladas, otras compradas a cuotas, como la cama que comparte la pareja y otras más, son ajenas.
Ellos comparten la casa con Carlos y Ana, sus cuñados, a quienes les alquilan un cuarto. Debieron hacerlo así porque el sueldo mínimo que gana Pablo como motorista, no alcanza para cubrir todos los gastos.
Esa es de hecho la principal preocupación de Flor, cuando llega el 19 de cada mes y se ve en la obligación de pagar el alquiler.

$200 dólares que "cuesta juntar", Pablo gana el salario mínimo ($408) y ella logra sacar unos $60 con su venta de ropa interior en línea, pero los gastos son tantos que a veces ha tenido que pedir prestado a la vecina o a su cuñada.
Ambos esposos se las ingenian mes a mes para cubrir los gastos del hogar, la energía, el agua, el internet y por supuesto la comida y reconocen que a menudo, han tenido que pagar recibos vencidos.
"Lo que más me preocupa es que a veces se viene el pago de la casa, que es cada 19 de mes, se deja cada quincena, pero tenemos que dejar para la despensa, pero el 15 apenas y compramos un poquito. Si quiero dos libras de pollo, pero me falta azúcar, solo llevo una libra", explica.
"Hay tantas comidas deliciosas que mis hijos nunca han probado"
Mientras Flor se apresura a limpiar los frijoles, el almuerzo familiar de este mediodía de jueves, cuenta lo difícil que es no poder darles a sus hijos ciertos alimentos que ella considera "lujos" .

"Al pequeño le fascinan los yogures de bolsita, pero no siempre le podemos comprar, allí depende como hallamos salido, en el pago del quince definitivamente solo se compra lo más necesario ", detalla.
Flor ha tenido que hacer varios ajustes en sus compras de supermercado porque, aunque antes podía acceder a ciertos productos con mayor facilidad, la subida de precios le impide ahora acceder fácilmente a ellos.
"Ya no me alcanza para comprar la bolsa grande de leche que le doy a los niños, ósea tengo que andar viendo ahí otra clase de leche que esté más cómoda o comprar la bolsa chiquita", dice.
Entre los muchos malabares que hace la pareja, también está privar a la familia de ciertos alimentos para los que simplemente no alcanzan los ingresos.
"Hay cosas que mis hijos nunca han probado, las chuletas, el pescado para los más chiquitos, el pollo ese que viene listo en cajita, son cosas que he dejado a lado y que ellos no han probado, porque están muy caras" añade.
Sacrificios cotidianos para llegar a fin de mes
Los esposos Ramos reconocen que les duele no tener el dinero suficiente para pagar ciertas cosas que sus niños desean.

"A mí me da tristeza no tener suficiente para ciertas cosas, bueno, por lo menos al segundo lo había inscrito el año pasado a unas clases de inglés. No se pagaba mucho, $25 eran y él estaba entusiasmado, pero dos meses duró y ya no pudimos pagar más, es imposible", cuenta con tristeza.
Ella desearía poder salir de casa y conseguir un empleo fijo y ganar, aunque sea el mínimo, pero Fermín, el menor de sus tres hijos, le demanda mucho cuidado.
Desde que nació el pequeño, ha sido enfermizo y hoy está propenso a sufrir convulsiones cada vez que le sube la fiebre, por eso en la casa de los Ramos, nunca falta el acetaminofén infantil y un termómetro.
El pequeño tiene retrasos en el habla, como secuela de su padecimiento y una de las mayores angustias de sus padres es no tener dinero ante una emergencia médica.
Los ajustes en los gastos también han tocado las necesidades de educación y vestuario de sus tres pequeños.
"Yo entiendo que el gobierno da algunas cosas, pero este año tocó gastar en cuadernos y zapatos porque ya eran tres meses y no daban nada", cuenta Flor.

A Flor se le llenan los ojos de lágrimas cuando menciona los sacrificios que debe hacer a diario para que el poco dinero que entra a la casa, sirva para lo más necesario y eso implica, decirles no a sus hijos en muchas ocasiones.
"El que más me pide es el segundo, cuando lo voy a traer a la escuela me dice: - "mirá mamá, cómprame esto o aquello y a veces le digo, no, ahorita no puedo, porque solo tengo para las tortillas y él se molesta, porque es un niño y me reclama que siempre le niego todo, yo le prometo que cuando le paguen al papá y así lo llevo, pero a uno de mamá le duele".
Las salidas fuera de casa también son consideradas un lujo que no pueden permitirse porque simplemente no alcanza.
"Una salida de familia no la tenemos, salir los cinco una o dos veces al año, a celebrar algo, pero es bien raro, no se puede. Yo tengo seis años de no ir a la playa, el chiquito ni conoce, mucho se gasta es un lujo que evitamos", expresa Flor.

Cuando se trata de ropa, de zapatos, de cosas del día a día, los Ramos también se rebuscan, comprando en tiendas de ropa usada o recibiendo regalos de vecinos o amigos.
"Siempre hay gente que, me dice, mire si no se ofende, le voy a regalar esta ropa para los niños o para usted y así vamos pasándola, comprar nueva, solo en diciembre que trato de comprarles su estreno, pero allí les compro el par de zapatos para el año pero solo a los dos mayores", cuenta.
En el último año la situación económica de esta familia, como la de millares de salvadoreños, ha ido cuesta arriba. Ellos han sentido el impacto en el alza de los precios no solo en los alimentos, sino en todo los productos de consumo.
Todo ha subido de precio: la leche, el jabón, la pasta de dientes y el desodorante. Hasta pienso que me va a tocar echarme limón", dice Flor riéndose.
Para ellos pequeñas compras como un artículo nuevo o necesario, pero no urgente, siempre se postergan.
"Yo tengo meses de querer comprar unos roperos para colgar mi ropa y la de los niños, pero nunca puedo, nunca me alcanza", se lamenta esta ama de casa.
El mayor anhelo de la pareja, que ya lleva 17 años juntos, es contar con casa propia, Pablo ha averiguado pero el salario no le da ni para un préstamo del fondo ni mucho menos para un banco.
"Soñamos con nuestra propia casita, a mí me gustaría una cocina con pantry", dice Flor, quien por ahora se conforma con un par de mesas de madera que sostienen sus pocos enseres.
Los deseos de estos padres son simples y contemplan actos cotidianos casi para cualquiera, pero que para los Ramos, son "lujos" inalcanzables.

"Yo quisiera poderlos llevar a una pizzería y comer rico todos, sin preocuparnos de nada, pero no se puede, simplemente no alcanza", cuenta conmovida.
Ambos esposos también sueñan con que sus hijos puedan ir a la universidad y por supuesto acceder a las cosas que por ahora se les han negado.
Sin embargo, Pedro el mayor, que ya resiente las carencias que vive en su hogar, tiene otros planes. El solo desea terminar el bachillerato y ponerse a trabajar para ayudar con los gastos.
Los Ramos son solo una muestra, muy pequeña, del impacto que tiene el alto costo de los precios de vivienda, alimentación y productos de consumo, en una familia que sobrevive con un salario mínimo y aunque no le alcanza, como a muchos, se levantan a diario con la convicción de salir adelante.

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