Siria: ¿crónica de una implosión anunciada?
La reciente serie de ataques israelíes, incluyendo los del 16 de julio contra el Ministerio de Defensa y la sede del Ejército en Damasco, constituye la mayor escalada militar desde la caída de al-Ásad.
Una nueva ola de violencia ha vuelto a sacudir Siria, dejando al descubierto la fragilidad del escenario de seguridad tras el cambio de régimen ocurrido el 8 de diciembre de 2024. La caída de Bashar al-Ásad —en el poder desde el 17 de julio de 2000, tras suceder a su padre— marcó un punto de inflexión. El expresidente se exilió en Rusia, mientras el país quedó en manos de Ahmed al-Charáa, líder del grupo islamista Hayat Tahrir al-Sham e integrante de la coalición que precipitó la salida del régimen anterior. Desde entonces, al-Charáa lidera el período de transición y representa al país en el plano internacional.
Sin embargo, la esperanza de estabilidad se desvanece con rapidez. El pasado 13 de julio, el secuestro de un miembro de la comunidad drusa desató una espiral de violencia en el sur del país, con enfrentamientos entre milicias drusas y combatientes beduinos. Dos días más tarde, Israel intervino militarmente, alegando proteger a los drusos y atacar a fuerzas progubernamentales responsables del incidente en la ciudad de Sweida. Estas son las primeras confrontaciones de gravedad en esta región mayoritariamente drusa desde los choques de abril entre esa comunidad y las fuerzas de seguridad sirias. Decenas de personas han muerto.
En marzo, los focos de tensión se encendieron en la región costera, con enfrentamientos entre comunidades alauitas, la base religiosa de apoyo al régimen de al-Ásad. Los recientes bombardeos israelíes, incluyendo el ataque a la sede del Ejército en Damasco, refuerzan los temores de un colapso del frágil orden securitario del país, aún marcado por una década de guerra civil y la toma de Damasco por fuerzas islamistas a finales de 2024.
La comunidad drusa —una minoría étnico-religiosa con presencia en Siria, Líbano, Israel y los Altos del Golán— representa aproximadamente el 3 % de la población siria. Su fe, una escisión del islam chiita, conforma una identidad única. Durante la guerra civil siria (2014–2024), los drusos formaron sus propias milicias en el sur del país, resistiendo tanto la imposición de la autoridad estatal como la integración en el ejército. Esta postura de autonomía, reforzada por su desconfianza hacia el poder central, ha llevado a una cooperación táctica con Israel, que busca posicionarse como protector de minorías como kurdos, drusos y alauitas, en un intento de contrapesar la influencia islamista.
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La reciente serie de ataques israelíes, incluyendo los del 16 de julio contra el Ministerio de Defensa y la sede del Ejército en Damasco, constituye la mayor escalada militar desde la caída de al-Ásad. Israel justifica estas acciones como medidas preventivas para evitar el fortalecimiento de las capacidades militares del nuevo gobierno, al que percibe como una amenaza potencial. La destrucción de instalaciones clave fue incluso transmitida en directo por cadenas sirias: una acción que no solo busca intimidar a Damasco, sino también enviar un claro mensaje de disuasión.
Las reacciones internacionales no se hicieron esperar. Países como Líbano, Irak, Qatar, Jordania, Egipto y Kuwait condenaron los ataques. Turquía los calificó como un “sabotaje” a los esfuerzos por restaurar la estabilidad en Siria. El secretario general de las Naciones Unidas también expresó su condena, mientras que en Washington la preocupación fue evidente.
Lo ocurrido vuelve a poner en evidencia lo volátil del contexto sirio. Mientras al-Charáa intenta consolidar el poder e integrar las distintas facciones del país, la gran interrogante sigue siendo si un gobierno de corte islamista podrá reconciliar las profundas divisiones confesionales que dejó la guerra. Para Israel, las nuevas autoridades en Damasco siguen siendo vistas como una amenaza estructural, lo que lo lleva a estrechar vínculos con actores marginados del nuevo centro de poder.
Todo esto sucede en un contexto regional ya sumamente inflamable. La llamada “Guerra de los 12 días” entre Israel e Irán, posterior al conflicto con Hamas y los ataques del Hezbollah en Líbano o los hutíes en Yemen, mantiene en vilo la estabilidad del Medio Oriente. El trasfondo sigue siendo el proyecto nuclear iraní, que tensiona los equilibrios globales de seguridad.
A la par, la atención internacional se reparte entre esta región y Ucrania, donde el presidente Trump —en un inesperado giro— ha reforzado su respaldo a Kiev, declarando su “profunda decepción” con Vladimir Putin.
Hoy más que nunca, desde Medio Oriente hasta Europa del Este y el Pacífico, el mundo se encuentra ante una lógica de confrontación sostenida.
Pascal Drouhaud / Especialista en relaciones internacionales / Presidente de LATFRAN (www.latfran.org)

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