Hambre de arte
"Siempre he defendido que, el deseo de consumir arte es tan natural como el hambre. Pero, históricamente, siempre ha existido un conflicto con el consumo artístico y en la actualidad se refleja con la inadaptación de ciertas manifestaciones"
La atracción del ser humano por el arte es un aspecto plenamente natural y rechazarlo sería algo antinatural. El arte impregna nuestro día a día, a través de la música que escuchamos o el cine que nos entretiene. Pero, si observamos, caemos en cuenta que existen expresiones que no encuentran tanta cabida en la sociedad y el hecho de tener un público reducido las convierte en vehículos del clasicismo intelectual: la pintura, la literatura y el teatro.
Siempre he defendido que, el deseo de consumir arte es tan natural como el hambre. Pero, históricamente, siempre ha existido un conflicto con el consumo artístico y en la actualidad se refleja con la inadaptación de ciertas manifestaciones.
La creación y la recreación son pilares para la comprensión de la sociedad. Sin embargo, históricamente siempre el arte ha tenido un juicio de "sensibilidad", como si solo los más sensibles fueran capaces de apreciarlo. Y esta idea tan estúpidamente establecida en nuestras mentes arroja una contraparte para nada anecdótica: si el arte es consumido por los sensibles —entendidos como delicados y melancólicos—, los fuertes, no han de hacerlo.
Esta idea viene desde el siglo VII a.C. cuando, según Isaac Asimov en su libro "Los griegos", los espartanos, conocidos por su estilo de vida militarista dedicado a la supervivencia a toda costa, eliminaron todas las formas de retórica, arte, música y expresión literaria. Su filosofía se resumía en: "con sus escudos o sobre ellos".
Siglo después, hemos conservado una imagen idealizada pero confusa de la Antigua Grecia, que se adereza por la esencia artística ateniense. Y el hecho de que pensemos, de manera apriorística en Atenas, resulta contundente: recordamos a los griegos como atenienses. Esto es así porque la transmisión de los hitos viene dada por el arte y, por consiguiente, el arte es lo que preservó la cultura griega.
Durante el Renacimiento, el artista dejó de ser artesano y se estableció en un maestro, por lo que empezó a tomar la posición del "filósofo clásico". La manufactura se convirtió en algo preciado, especialmente en el declive de los procesos mecánicos durante el desarrollo del capitalismo y la posterior Revolución Industrial. Esta evolución estableció la idea de que el artista, por su capacidad creadora y la fabricación de elementos únicos, se convirtiera en productor de lujos.
El Romanticismo introdujo un divorcio: el artista como genio presuntuoso que desafiaba al artista producto de lujos, posiblemente coincidiendo con la famosa querella entre clásicos y modernos. El artista defensor del "art pour l'art", que iba en contra de los estatutos sociales enfrentándose al artista académico y serio, regido por la técnica.
Así hasta el presente, donde este debate decimonónico sigue, pero con un giro radical: el artista como genio presuntuoso, bohemio y radical sigue siendo el mismo; mientras que su contraparte se centra en la comercialización de sus obras convirtiéndose en un artista comercial.
El concepto del "artista comercial" es visto de manera peyorativa en los círculos intelectuales y, sobre todo, entre los snobs, pero es venerado en los círculos masivos. Entonces, parece que el "arte comercial" ha sabido adaptarse. El reguetón, el cine de superhéroes, la "cultura de rápido consumo", no requieren grandes reflexiones y apela a emociones fuertes, antes que a emociones más sofisticadas.
Todos estamos de acuerdo en que el reguetón es música considerablemente peor que el rock, pero ¿para quién? ¿Por qué el consumo del reguetón se considera consumo artístico, presuntamente de peor calidad? Sin embargo, es consumo artístico al fin y al cabo.
Lo que significa que la gente se sacia de arte, pero se sacia de producciones artísticas a prior inferiores. Ya no hay hambre de más, por eso ninguna pintura, obra literaria o teatral despierta el mismo entusiasmo en los grupos masivos. Y si lo hace, es por la polémica que desata
En definitiva, parece ser que en el consumo actual, prevalece más la necesidad de despertar sentimientos primigenios que sofisticados. Las obras de arte largas y reflexivas ya no funcionan: no hay películas largas, ni libros largos. Es mejor una serie que una película, es mejor el relato que la novela. Por qué en definitiva, el hambre sigue, pero se ha saciado de otras expresiones más primitivas.

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