Joaquín Domínguez Parada: del exilio al activismo, la historia detrás del líder

La muerte de Joaquín Domínguez Parada no solo marca la partida de un líder comunitario y defensor de los derechos humanos, sino la despedida de un hombre cuya vida fue un testimonio vivo de coraje, ingenio y entrega.

Y su historia no puede comprenderse sin la voz de aquellos que lo acompañaron en sus batallas. Carlos E. Vela, su amigo y compañero de ideales, ha sido testigo directo de las gestas, anécdotas y convicciones que definieron a este abogado y activista salvadoreño que falleció el pasado 26 de junio en San Salvador, a los 77 años.

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Su legado, visto desde esa cercanía, revela la dimensión profunda de un hombre que luchó por la libertad y la justicia.

Domínguez fue un abogado brillante en el proceso de transformación agraria. "Era un tiempo donde la valentía se medía al filo de la vida, y Joaquín supo enfrentarlo con la mente aguda que siempre admiré. Una vez, un escuadrón de la muerte llegó a su casa para capturarlo. En camiseta y sin salida aparente, tuvo la sangre fría de contestar una llamada telefónica justo cuando lo sacaban. 'Es para usted', le dijo al jefe del escuadrón mientras le pasaba el teléfono. Esa distracción le bastó para excusarse y escapar por la ventana. Esa rapidez mental fue marca registrada de Joaquín", recordó su amigo Vela, destacado científico salvadoreño-estadounidense, galardonado con el premio “Trayectoria de Éxitos en la Vida” 2022.

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Su huida lo llevó a Estados Unidos, donde lejos de resignarse al exilio, se convirtió en pionero y líder de las luchas comunitarias. En Washington, D.C., junto a su esposa Patrice Perillie, fundó el primer CARECEN, organización que atendía las necesidades legales y sociales de los salvadoreños desplazados. Su visión no se quedó ahí: promovió la red nacional de CARECEN y CRECEN, y fue estratega de documentos clave que definieron las rutas legales y sociales de los refugiados en Estados Unidos.

Inspirado en la idea de refugio seguro (safe haven), concepto bíblico y de tradición estadounidense de otorgarle refugio a los esclavos fugitivos y otros perseguidos, Joaquín fue un pionero del Movimiento Santuario, mediante el cual las iglesias ofrecían refugio a los indocumentados salvadoreños.

En marzo de 1982, se acogió al Santuario en Takoma Park, Maryland, y desde ahí tejió una red de apoyo que transformó el panorama de los derechos de los refugiados. Fue también el impulsor de La Clínica del Pueblo, institución que hoy sigue sirviendo a la comunidad latina.

Pero no fue solo un dirigente de escritorio. Joaquín dirigió y participó en la huelga de hambre frente a la Casa Blanca en 1982, junto al Premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel y Joan Báez, exigiendo un alto a la ayuda militar a El Salvador. Organizó caminatas y caravanas que movilizaron a miles de refugiados salvadoreños por todo Estados Unidos, exigiendo justicia y visibilidad.

Recuerdo con admiración cómo acompañó la primera repoblación desde Mesa Grande a El Salvador, liderando junto a organizaciones internacionales el regreso de comunidades completas, en un acto de resistencia y dignidad que inspiró al mundo.

Su legado quedó inmortalizado en las calles de Washington D.C., donde un memorial honra su nombre y su lucha, y en los libros de historia que documentan la contribución latina en Estados Unidos.

Joaquín regresó a El Salvador tras los Acuerdos de Paz, porque nunca dejó de creer en la reconciliación y en la necesidad de reconstruir su tierra. Hoy, su partida invita a reflexionar sobre el valor del compromiso y el servicio a los demás.