Enrique Rey Solares, el poeta desconocido

Al momento de elaborar la mayoría de las antologías de la poesía salvadoreña, el nombre y obra de Enrique Rey Solares han sido ignorados o eliminados.

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El joven Enrique Rey Solares en la primera década del siglo XX. Imagen proporcionada por Archivo de El Diario de Hoy.

Por Carlos Cañas Dinarte

2018-12-07 6:39:51

Nació en la ciudad portuaria de La Unión, el 22 de junio de 1893. Realizó sus estudios básicos en el Colegio de Oriente, en Santiago de María, departamento de Usulután. Los de bachillerato los efectuó en el Instituto Nacional de San Salvador.

Su primer poema le fue publicado en Diario Latino (San Salvador), el 20 de febrero de 1908. Entre 1909 y 1928, publicó más versos y artículos en Vox Populi, Diario del Salvador, El Diarito, el diario migueleño La Noticia, El día, Patria y más.

En la segunda parte de su texto Nuestros ricos y nuestros gatos (publicada en el diario sansalvadoreño El día y reproducida en la revista Repertorio americano, San José, Costa Rica, tomo V, no. 26, 12 de marzo de 1923, págs. 343-344), el también poeta y periodista Alberto Masferrer le dedicó una opinión personal a su entonces amigo:

“Ya se sabe quién es él: poeta, de los cuatro o cinco que en Centro América pueden recibir ese nombre sin caer en pecado de tarasconismo; patriota, sin sombra de codicia ni de ambición; ilustrado, porque no deja nunca de estudiar en las cosas y en los libros; escritor, de los pocos que sienten que la pluma es sagrada, y que la inteligencia se oscurece si no anda a la par con la vida sencilla y honrada; creyente en el bien, hombre de ideas y de ideales, tolerante con todo, exigente consigo mismo (…)”.

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Entre julio de 1928 y febrero de 1930, las desaveniencias personales entre Rey Solares y Masferrer crecieron y se produjo una ruptura inzanjable.

A juicio del joven poeta, recopilador y editor salvadoreño Vladimir Amaya, Rey Solares fue un “modernista de tono menor, pero muy suelto e imaginativo. De los periodistas que se animaron a escribir poesía en su época, fue uno de los más interesantes, pero lastimosamente hubo otros quehaceres que le quitaron tiempo al poeta para perfeccionarse en el arte de la poesía. Intuición y musicalidad, las tenía, como también oído para el corte de versos. Animador del Modernismo en el país en la segunda década del siglo XX. Su poesía fue fiel reflejo de un espíritu culto y amplio”.

Algunos de los medios salvadoreños de las primeras décadas del siglo XX en que colaboró Rey Solares. Foto cedida por la Hemeroteca Municipal de Madrid, España.

Rey Solares nunca dejó de escribir versos, pero en su trabajo profesional le ganó espacios el ensayo, el artículo de opinión, la polémica, la protección del medio ambiente y muchos aspectos sociales y políticos más.

Desde su propia tribuna empresarial, tuvo bajo su conducción a hombres y mujeres de letras como Claudia Lars, Lilian Serpas, Lilliam Jiménez, Matilde Elena López, Alberto Guerra Trigueros, Manuel José Arce y Valladares, Jorge Lardé y Larín, Ricardo Dueñas van Severén, Roque Dalton, Ítalo López Vallecillos, Jorge Arias Gómez, Roberto Armijo, Antonio Gamero, Orlando Fresedo, Serafín Quiteño, David Escobar Galindo, etc.

Entre 1976 y 1977 trató de escribir sus memorias, pero esa labor se vio interrumpida por su muerte, ocurrida en la capital salvadoreña, el 8 de agosto de 1977.

Reunió algo de su poesía en un libro, Fuego de Guayacán, aún inédito. Publicarlo constituye una tarea obligada para justipreciar a Enrique Rey Solares, seudónimo tras el que se escudó ese poeta llamado Napoleón Viera Altamirano.

LECTURAS RECOMENDADAS:

Amaya, Vladimir (ed.). Torre de Babel. Antología de poesía salvadoreña de antaño, volumen V: Los nómadas celestes. (Soyapango, editorial EquiZZero, 2015).

Pleitez Vela, Tania. Literatura. Análisis de situación de la expresión artistica en El Salvador.

(San Salvador, Fundación AccesArte, 2012).

Poema: 

NO SOY EL MISMO DE ANTES
No soy el mismo de antes, el soñador valiente
que iba tras de los triunfos lleno de voluntad.
Hoy en las oquedades profundas de mi espíritu
no hay una sola estrella. La sombra, nada más.

Encadenado a la árida montaña de mis males
me quejo, pero nadie me viene a liberar…
¡caminante que pasas, dile a las multitudes
que vengan mi infinito dolor a contemplar!

Al perder de los dioses el amigable empeño
huyeron los piafantes corceles del ensueño
y nadie suena flautas en mi jardín ideal.

El águila impasible destroza mis entrañas
y el triste caminante que cruza estas montañas
me mira, pero nadie me viene a liberar…