Peter Fassold, el alemán que fotografió a El Salvador

Aún no se ha escrito la historia de la fotografía en nuestro país. Cuando esa obra se haga, en ella el alemán Fassold tendrá un lugar destacado, sin duda alguna.

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Indígenas recolectores de café, en una finca no identificada. Foto cedida por el Ing. Carlos Quintanilla.

Por Carlos Cañas Dinarte

2019-02-17 8:20:37

Llegó a El Salvador como muchos viajeros, con mucha escasez material y una maleta repleta de sueños. La región centroamericana no le era nueva, pues ya llevaba casi siete años de vagar y trabajar por distintas poblaciones de Nicaragua y Guatemala, en especial aquellas donde hubiera colonias de sus compatriotas alemanes, prusianos o austríacos dedicados a las producciones agrícola y pecuaria.

Se llamaba Peter (pronunciado Pita) Faßold, pero desde que atravesó el Atlántico adoptó una versión más práctica de su apellido sin esa letra Eszett y lo transformó en Fassold. Nacido en algún lugar de la Bavaria germana, en 1831, se naturalizó estadounidense el 16 de septiembre de 1856, mientras residía en la ciudad de Nueva York.

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Aún no se ha escrito la historia de la fotografía en nuestro país. Cuando esa obra se haga, en ella el alemán Fassold tendrá un lugar destacado, sin duda alguna.

Aquellos eran tiempos en los que mucho se hablaba en las calles, bares y mesas familiares de las fortunas en oro encontradas en California, de los viajes misteriosos que se podían hacer por la potencial vía interoceánica de Nicaragua, adonde además ya había miles de filibusteros que trataban de implantar el sistema esclavista del sur estadounidense de la mano del abogado y médico Dr. William Walker.

El istmo se debatía bajo las acciones de varias potencias hegemónicas, interesadas en conquistar y reconquistar para desarrollarle nuevos rostros al trabajo dentro de las fiebres del progreso internacional.

LECTURAS RECOMENDADAS:

*Herodier, Gustavo. San Salvador, el esplendor de una ciudad 1880-1930 (San Salvador-Miami, Fundación “María Escalón de Núñez”-Aseguradora Suiza Salvadoreña, 1999).

 

*Navarrete, José Antonio.

Fotografiando en América Latina. Ensayos de historia crítica

(Montevideo, CdF Ediciones, 2017, 2ª. edición revisada y ampliada).

 

*Von Houwald, Goetz.

Los alemanes en Nicaragua

(Managua, Fondo de Promoción Cultural del Banco Nicaragüense-Hispamer, 1993, 2a. edición).

 

*Wagner, Regina.

Los alemanes en Guatemala 1828-1944 (Guatemala, impresión de la autora, 1996, 2a. edición corregida y aumentada).

Quizá fuera esos afanes acelerados por implantar tecnologías en territorios casi inexplorados lo que llevó a Fassold de Nueva York a California, luego de más de dos décadas de trabajos y experiencias en la gran urbe de la costa atlántica. Aunque no se cuentan con muchos datos de esa etapa de su vida —por demás, enigmática—, lo cierto es que pronto trabaja en el registro fotográfico de la instalación de vías ferrocarrileras y puentes metálicos en varios de los más importantes condados californianos. Poco a poco, un notable archivo y varios álbumes van tomando forma con los productos surgidos de sus lentes, bromuros y papeles de revelado.

Para la década de 1880, Fassold viaja por diversos países centroamericanos, donde florecen los cultivos de azúcar, café y otros productos de exportación, cuya venta internacional permite la compra e importación de diversos tipos de tecnología, la construcción de ciudades modernas y el progreso de los países desde la etapa colonial e independentista a unos estratos políticos más modernizados y modernistas.

Las naciones y los nacionalismos del istmo comenzaban a perfilarse entre las brumas permanentes de la guerra en ese último cuarto del siglo XIX.

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En la mitad del siglo XIX, El Salvador recibió a varios personajes del sector político de Francia, en especial exiliados contrarios al emperador Napoleón III. Uno fue el anarquista Anselme Bellegarrigue.

Instalado en su estudio en el número 23 de la calle de Escobar (ahora 5ª. avenida norte, entre las calles Arce y Darío), Fassold se dedicó a atender a una clientela indeterminada interesada en que les hiciera retratos individuales, familiares y de sus parientes muertos. Pero también mostró amplio interés por la fotografía documental de tipo antropológico y patrimonial, con vistas de paisajes urbanos y rurales, así como con el registro de tipos humanos de diversos orígenes étnicos y sociales.

Mediante papeles albuminados montados sobre cartón, registró el incendio del primer Palacio Nacional en la madrugada del 19 al 20 de noviembre de 1889. También plasmó la majestuosidad de la Casa Blanca o Palacio del Ejecutivo, tres años antes de que su torre fuera transformada para colocarle un reloj francés de cuatro carátulas.

Casa Blanca o Palacio del Poder Ejecutivo, construido con madera y lámina en 1868 e incendiado medio siglo después.

Además, hizo placas de la histórica ceiba del Cementerio de San Salvador y de parques como el Central (ahora Barrios, construido en 1866) y el Morazán, edificado en 1882 sobre los restos de la antigua casa jesuita expropiada por el gobierno siete años antes. En este último espacio público, fotografió los detalles de la construcción, así como a personas que abrevaban en la fuente del lugar y a varios niños que jugaban delante de la estatua del prócer centroamericano, obra de los hermanos Durini y de otros artistas italianos.

Sus ojos y máquinas también tuvieron ocasión de ver y registrar los movimientos militares del 22 de junio de 1890, los que observó en la Plaza de Armas (ahora Libertad), desde lo alto de la torre de la Casa Blanca o Palacio del Poder Ejecutivo, donde pocas horas más tarde los generales hermanos Carlos y Antonio Ezeta darían golpe de estado al moribundo general ahuachapaneco Francisco Menéndez.

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En las páginas 205 a la 215 de esa bitácora de navegación, de la Guilbaudiere incluyó descripciones detalladas y cuatro ilustraciones de la costa del territorio ahora salvadoreño

Algunas de sus fotos dejaron testimonio de sus viajes por el interior del país, en especial por los departamentos occidentales. Así, fotografió a un grupo de mujeres y hombres indígenas dedicados a la recolección del café, al igual que a otros que caminaban frente a una de las innumerables y espectaculares erupciones del volcán de Izalco, activo desde 1770. Además, de la ciudad de Santa Ana dejó testimonio del quiosco del parque Menéndez y de su cercano templo del Calvario, cuya reconstrucción fue inaugurada el 6 de diciembre de 1882, pero a la que Fassold visitó casi ocho años más tarde.

Grupo de indígenas frente a una columna de humo que sale del volcán Izalco. Fotografía en papel albuminado sobre cartón, procedente de la colección del ingeniero salvadoreño Carlos Quintanilla.

Peter Fassold cerró su estudio y abandonó el país en el segundo semestre de 1890. La dictadura de los Ezeta comenzaba a cerrar su puño de hierro sobre muchos de los intelectuales modernistas y diversos extranjeros. Quizá por eso retornó a Nueva York, en cuyo Manhattan se asentaría en compañía de su esposa e hijos. Allá cerraría su ciclo vital, el 26 de diciembre de 1897.

En la actualidad, varios archivos universitarios, públicos y privados de Estados Unidos, Alemania, El Salvador, Nicaragua y Australia conservan positivos, negativos y fotograbados realizados por Fassold. Sus ojos y sus cámaras fueron testigos presenciales de cómo El Salvador consolidaba su transformación en república política, económica y cultural. Por eso, es importante recabar la mayor cantidad posible de copias (digitales o impresas) de sus fotografías y someterlas a intensos estudios. Con seguridad, aprenderemos mucho de la vida cotidiana y del patrimonio edificado de esos años finales de nuestro siglo XIX.