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Las manos de “Mamá Dorita” siguen dando vida a flores que nunca se marchitan. Fotografía/ elsalvador.com

“Mamá Dorita” forja cultura artesanal con flores de papel

A sus 97 años, “Mamá Dorita” mantiene viva la tradición de las flores de papel, un arte que convirtió en símbolo cultural de Quezaltepeque.

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Por elsalvador.com
Publicado el 02 de noviembre de 2025

 

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A sus 97 años, Francisca Dora Tobar, conocida como “Mamá Dorita”, mantiene viva la tradición de elaborar flores de papel enceradas, un arte que aprendió a los 13 años en Quezaltepeque, La Libertad. Su taller familiar, donde trabajan hijas y nietos, produce orquídeas, rosas y nardos que adornan altares y tumbas durante todo el año. Con paciencia y amor, “Mamá Dorita” transformó este oficio en símbolo de identidad cultural. “Es algo que me pone contenta, que me ha acompañado toda la vida y no como un trabajo”, dice la mujer que convirtió el papel en patrimonio.

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Las flores que crea con sus manos no solo adornan tumbas o altares: son testimonio de una historia tejida con paciencia, color y amor por las raíces. Una tradición que, a sus 97 años, sigue floreciendo entre las manos de Francisca Dora Tobar, mejor conocida como “Mamá Dorita”.

Entre tonos vivos, olor a parafina y el crujir del papel encerado, su casa en Quezaltepeque parece un jardín que nunca muere.

"Mamá Dorita" aprendió a realizar el oficio de la elaboración de flores de cera y papel a los 13 años de edad. En la actualidad tiene 97 años de vida. Foto/elsalvador.com
"Mamá Dorita" aprendió a realizar el oficio de la elaboración de flores de cera y papel a los 13 años de edad. En la actualidad tiene 97 años de vida. Foto/elsalvador.com

Desde su corredor, rodeada de ramilletes y herramientas, observa cómo sus hijas continúan con el oficio que ella aprendió hace más de ocho décadas: la elaboración artesanal de flores de papel que, tras un meticuloso proceso, se vuelven eternas. Hoy, esa tradición es símbolo de identidad y orgullo cultural para la comunidad.

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“Mamá Dorita” descubrió este arte cuando tenía apenas 13 años, bajo la guía de “Juanita”, una florista que le enseñó el oficio paso a paso: envolver el alambre que hace de tallo, moldear la semilla, preparar la mecha, pegar la hoja, teñir y, finalmente, encerar.

Aprendió con paciencia y curiosidad, y con los años perfeccionó la técnica hasta fundar su propio taller: la floristería “Mamá Dorita”, donde ahora su familia mantiene viva la herencia que acompaña a sus ocho hijos y varios nietos.

“Para mí, hacer flores ha sido una gran satisfacción”, comenta mientras sus manos agrupan pétalos de colores con la misma delicadeza de quien ha tejido una vida entera con su arte.

“Es algo que me pone contenta, que me ha acompañado toda la vida y no como un trabajo”, dice, y agrega que “es una parte de nuestra cultura que no debería perderse”.

En su taller familiar, la familia transforma el papel en arte para festividades y tradiciones, como el día de los fieles difuntos. Fotografía/ elsalvador.com
En su taller familiar, la familia transforma el papel en arte para festividades y tradiciones, como el día de los fieles difuntos. Fotografía/ elsalvador.com

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Su hija Sandra Cotto recuerda que, desde pequeñas, ella y sus hermanas crecieron entre canastas de flores y olor a cera. “Mi mamá nos enseñó, antes de salir a jugar o ir al parque a ver un partido, debíamos terminar una canastada de flores. De esa manera nos formó, con disciplina, y por eso sentimos amor por lo que hacemos”, comenta.

En la floristería familiar cada integrante tiene su función. La elaboración de cada arreglo combina fuerza y destreza manual: mientras unas cortan el papel o dibujan las hojas, otras preparan las semillas o calientan lentamente la olla de parafina, paso esencial para sellar las flores y darles ese brillo característico.

Todo ocurre en un vaivén constante de trabajo y cariño, donde cada detalle cuenta. Durante todo el año, producen orquídeas, rosas y nardos, aunque la mayor demanda llega durante el Día de los Difuntos y el Día de la Madre, cuando los ramos, coronas y corazones llenan el pueblo de color.

A sus 97 años, “Mamá Dorita” sigue siendo el alma del taller. Sus ojos se iluminan al hablar de su vida entre flores. “Es algo que me gusta mucho, que aprendí hace muchos años y que me ha acompañado toda la vida. Me da alegría, me trae recuerdos de mi familia y me hace acordarme de las personas que me enseñaron”, dice con una sonrisa que refleja décadas de trabajo y amor.

La floristería “Mamá Dorita” se encuentra a unos metros del cementerio municipal de Quezaltepeque, al final de la avenida Delgado del barrio El Calvario.

*Con reportaje de El Diario de Hoy

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