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Juguetes tradicionales que aún viven en la infancia salvadoreña

Trompos, yoyos, chibolas y capiruchos siguen girando en la memoria y las manos de generaciones salvadoreñas, que los mantienen vivos como símbolo de identidad cultural.

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Por Redacción elsalvador.com
Publicado el 20 de agosto de 2025

 

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Los juguetes tradicionales siguen vivos en la infancia salvadoreña pese al dominio de la tecnología. Trompos, yoyos, capiruchos, canicas y piscuchas han sido por décadas parte del entretenimiento y la convivencia, enseñando destrezas motrices, concentración y valores como la paciencia o el respeto. En zonas rurales del siglo XX, el yoyo y el capirucho ganaron popularidad, mientras el trompo y las chibolas unieron a niños en competencias amistosas. Las piscuchas llenan los cielos en octubre y noviembre. Su permanencia depende del trabajo artesanal en lugares como Cojutepeque y de escuelas y festivales que los mantienen presentes.

En una época donde las pantallas parecen dominar la atención de los más pequeños, los juguetes tradicionales salvadoreños siguen resistiendo el paso del tiempo. Más allá de su sencillez, estos objetos —como el yoyo, el capirucho, el trompo, las canicas y las piscuchas— han sido por décadas vehículos de entretenimiento, creatividad y convivencia.

Su valor trasciende lo lúdico: enseñan destrezas motrices, fomentan la interacción social cara a cara y, sobre todo, conservan una parte esencial de la cultura popular de El Salvador. Aunque el uso de estos juguetes ha disminuido por el auge de la tecnología, hay familias, docentes, artesanos y hasta escuelas que se esfuerzan por mantenerlos vivos.

Juguetes que forman carácter, comunidad y tradición

El yoyo, uno de los más antiguos del mundo, cobró fuerza en zonas rurales del país en el siglo XX. Con dos discos unidos por un eje y una cuerda, su magia radica en la precisión con la que sube y baja, además de los trucos que pueden ejecutarse. Más que un simple pasatiempo, es un ejercicio de concentración y coordinación.

juguetes tradicionales
Juegos tradicionales salvadoreños. / Foto archivo

Por su parte, el capirucho reta la perseverancia. Ensartar la copa en la punta de la varilla no es tarea fácil, pero es justo esa dificultad lo que lo hace adictivo y socialmente atractivo. En décadas pasadas, era común ver grupos de niños en plazas compitiendo amistosamente con este juguete.

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El trompo, hecho tradicionalmente de madera, se enrolla con la pita y se lanza con fuerza y técnica. Entre risas, competencias y la frase popular “¡trompo avisa, saca sangre y no hay justicia!”, este objeto giratorio enseñaba a niños y niñas el valor de la práctica, la paciencia y el autocontrol.

Las canicas, también conocidas como chibolas, introducen conceptos básicos de física como la trayectoria y el impacto. Trazar círculos en el suelo y sacar las esferas del oponente requería estrategia, precisión y, sobre todo, respeto por las reglas del juego.

Y cuando llega octubre o noviembre, el cielo salvadoreño se llena de piscuchas multicolores. Estas cometas, hechas de papel, hilo y cañas de bambú, son símbolo de creatividad e identidad. Familias enteras aún se reúnen para construirlas y elevarlas, creando momentos memorables entre generaciones.

El valor artesanal y la lucha contra el olvido

La permanencia de estos juguetes no sería posible sin el trabajo de manos artesanas. En Cojutepeque, por ejemplo, aún se fabrican miles de capiruchos y trompos cada semana. Don Merlin Eduviges Romero y Julio César Juárez son dos de los artífices que mantienen viva esta tradición desde sus talleres familiares.

“En una semana, un solo trabajador hace unos mil trompos e igual cantidad de capiruchos. No paramos, porque lo tradicional siempre se vende”, comenta don Merlin. Mientras que don Julio asegura: “Es como darle vida a nuestra cultura, historia y tradiciones. Venga lo que venga, hay que conservarla”.

Sus creaciones llegan a diferentes puntos del país, incluyendo el Mercado de Artesanías y el Mercado Excuartel en San Salvador, donde no solo los niños disfrutan de estos juguetes, sino también adultos nostálgicos y turistas que quieren llevarse un pedazo de la infancia salvadoreña.

Además, algunas escuelas han incluido en su currículo actividades con juguetes y rondas tradicionales como parte de la formación en cultura nacional. Ferias patronales y festivales culturales también son escenario de concursos de trompo, yoyo y capirucho, permitiendo que nuevas generaciones conozcan estos juegos llenos de historia.

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