“Yo por necio estoy aquí; me perdí por mi mala cabeza”: Joven paga su condena con trabajo social

Édgar (nombre ficticio) es un joven condenado a trabajos de utilidad pública que contó su historia a El Diario de Hoy.

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A este joven un policía lo sorprendió manejando luego de haber fumado un puro de marihuana. Fue remitido a una delegación y luego llevado a Mariona. Foto EDH / Húber Rosales

Por Mirella Cáceres

2019-09-29 10:15:54

A sus 22 años, Édgar (nombre ficticio para proteger su identidad) ya sabe lo que es estar encerrado en una bartolina y en un penal, en Mariona, donde estuvo junto con reos de todo tipo, desde delincuentes comunes y pandilleros hasta profesionales y exfuncionarios condenados por diversos delitos.

Édgar, condenado a pagar su pena de tres años de cárcel con trabajo de utilidad pública, dice que no quiere volver a estar en prisión. En los últimos cinco años y medio, más de 17,000 personas han sido sentenciadas a realizar sin paga una labor en beneficio de alguna institución pública o una privada con finalidad social.

Dos meses y tres días después de sufrir la vida carcelaria, este joven alto, delgado y piel pálida, ha vuelto a su vida laboral normal, solo interrumpida los jueves, el día en que debe acudir a su otro trabajo no remunerado: prestar servicio en las estrechas oficinas del Juzgado Segundo de Vigilancia Penitenciaria.

“Yo por necio estoy aquí”, lanza como respuesta anticipada a una pregunta obligada de porqué está allí haciendo labor social sin paga en el referido Juzgado. Edgar purga por el delito de posesión de droga. Algo que, partiendo de su relato, podría sonar exagerado que la Policía lo capturara y remitiera a un tribunal.

A este joven lo sorprendió un policía una tarde, a la salida de su trabajo. Manejaba de regreso a casa y como cada día, cuenta, se había fumado un puro de marihuana para relajarse y bajar el alto nivel de estrés que le provoca su trabajo, el cual le exige cumplir metas, atender a diversidad de clientes.

“Me paró el policía y rápido me preguntó qué había fumado. Y me vio el resto del purito en el carro. ‘Lo siento cipote, pero te voy a tener que remitir’, me dijo. Yo me asusté cuando me dijo que me iba a remitir y a confiscar el carro. De allí me llevó a la delegación. En la bartolina estuve tres días, allí solo salía para ir al baño; después me trasladaron a Mariona”, recuerda Édgar.

Édgar tiene que prestar servicio en el Juzgado Segundo de Vigilancia Penitenciaria en sustitución de la cárcel. Terminará de cumplir la pena en abril de 2021. Foto EDH / Húber Rosales

Ve la vida de otra manera

La vida en la cárcel es una experiencia que este joven dice que no quiere volver a pasar y recuerda lo que su papá siempre le aconsejaba, que se cuidara, que si quería fumar que lo hiciera en la casa, pero no afuera.

Pero no solo eso, este joven también debía apartar $100 de su salario mensual para costear una adicción que lo llevó a la cárcel.

Para cumplir la pena impuesta por un juez de Instrucción, Édgar dice que ha obtenido el apoyo de su jefe en el trabajo y que ha logrado que su día libre se lo programen cada jueves para trabajar en el Juzgado y así ir descontando la pena.

En ese tribunal ayuda principalmente en la búsqueda de expedientes judiciales, colabora con la limpieza y traslada correspondencia cuando se le requiere. Esa labor la tendrá que realizar hasta completar las 135 jornadas a las que fue condenado. Esto finaliza en abril de 2021.

“Me perdí por mi mala cabeza. Ahora veo las cosas de otra manera; pienso en mi familia. En Mariona se vive horrible, allí uno empieza a captar qué hacer con la vida, allí uno se da cuenta que nadie está allí, que uno está solo”, dice Edgar.

Su perspectiva de la vida cambió, afirma Edgar, pues asegura que ahora conduce con mucha paciencia y que trata de relajarse con música instrumental. Pero sobre todo, dice, piensa en su futuro y en no hacer sufrir más a su familia.