El concierto de naciones: la nación como una obra de arte

Si fuera posible que el hombre pudiera resolver el problema de la política en la práctica, tendría que acercarse a este por medio de la estética, porque es solamente por medio de la belleza que el hombre encontrará su camino hacia la libertad. Friedrich Schiller (1755-1805)

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El Congreso de Viena, grabado a color de August Friedrich Andreas Campe muestra a los líderes de las potencias europeas repartiéndose un mapa. Museo Estatal Borodino de Guerra e Historia, Moscú. / Foto Por EDH-Cortesía

Por Dra. Katherine Miller

2020-09-06 4:30:30

La creación, construcción y formación de una nación requiere no solo de habilidades políticas, sino que de destrezas creativas de estadista para hacer que la nación tenga la semblanza de una obra de arte durante los actos de su formación. El estadista, declara Henry Kissinger, tiene que mantenerse enfocado en la perfección del orden y en la fuerza que le permitirá contemplar el caos, y desde la existencia del caos, encontrar el material para nuevas y frescas creaciones.

Comenzando con el primer final de las guerras napoleónicas en Europa, después de la Revolución Francesa, el Tratado de París de 1814 mandó a Napoleón a su exilio en la Isla de Elba y autorizó la legitimación de la convocatoria del Congreso de Viena en 1815. Este congreso es una de las primeras instancias en que se intentó tener un balance y equilibrio de poderes en lo que ellos denominaron un “Concierto de Naciones”.

Este artículo propone presentar una visión política y estética de este período desde la perspectiva de los pensadores europeos en el siglo XIX antes del Congreso de Viena –de reconocerla en sus propios términos y dimensiones. Es decir, una perspectiva desde los lentes y la lupa de sus propios tiempos. Si insistimos en dibujarla usando los lentes del siglo XXI, no vamos a poder aprovechar lo que nos ofrece, que es ver como en este congreso los participantes consideraron un momento que proporcionó una visión más justa y respetuosa de la necesidad de la legitimidad en sus construcciones para re-construir el orden, equilibrio político y, por ende, la paz en este entonces. Esta era la perspectiva desde el contexto del siglo XIX, y es un poco distinta de la nuestra en términos de valores, ética, política y estética, pero es, también, una perspectiva desde otro siglo que podía disolver lo que los participantes consideraban dogmatismos rígidos que dejó la revolución en Francia y las guerras napoleónicas sangrientas.

Una parte de los que manejaban la política del siglo XIX aprovecharon las nuevas formas estéticas en esta época de exhibiciones de pintura y conciertos públicos, del incremento de novelas impresas para todas las clases sociales, no obstante los vientos de revolución e insurgencia que también prevalecían durante el siglo XIX.

Como no existían las mismas separaciones entre la política y las destrezas estéticas que existen hoy, era posible prestar conceptos de la música nueva, del género en formación que era la sinfonía, para proponer un modelo de como reconstruir Europa. Era por medio de la palabra y concepto de un “concierto” de naciones. “Concierto” político es una metáfora tomada de la música, y, específicamente de la sinfonía, donde todos los instrumentos se presentan y se oyen de una manera igual.

1.- Duff Cooper. Talleyrand (New York, 1932)

 

2.- Nicholson, Harold. The Congress of Vienna. A Study en Allied Unity-1812-1822. (Londres, 1949)

 

3.- Kissinger, Henry.

A World Restored: Metternich, Castlereagh and the Problems of Peace, 1912-1822. (New York, 2011)

Tomamos nota de que la convocatoria al Congreso de Viena gozaba de un aire festivo. Llegaron representantes legítimos de toda Europa a Viena, con sus familias, niños, séquitos y equipos políticos. Se vislumbró el impulso del poder político emanando, metafóricamente, de las fiestas integradas en el congreso mismo. Era desde las olas de la emoción y el movimiento de bailar un vals, en el que se toma a la mujer por la cintura y, con movimientos emotivos y pasionales, se mueven por toda la sala de baile. Como la estética de la sinfonía reemplazó a los diminutos cuartetos, tomamos nota de que el género de baile del vals del siglo XIX remplazó el minueto del siglo XVIII. En el minueto, los que bailaban se tocaban físicamente muy pocas veces en el transcurso de la danza en la que los pasos intrincados y elaborados dejaban a los bailarines en el mismito lugar que comenzaban. No así el movimiento del vals, que predominó en la Viena del congreso.

En Europa, los sentimientos y la razón se coordinaban no solamente en la estética sino en la política, es decir, aprovechando metodologías tomadas, por ejemplo, de la música y la literatura, como en Frankenstein, el nuevo Prometeo de Mary Shelley (1818) que encomienda a sus lectores no confiar absolutamente en la razón y la ciencia, si no que también en la moral y la ética.

El contexto literario proporcionó otra perspectiva estética como aporte a la política, como nos dice Schiller en el recuadro al principio arriba. Era la novela. Es el propósito de las primeras novelas presentar muchas voces de varios personajes de la sociedad, originalmente en conflicto, pero que buscaban armonía en la vida de las sociedades—y por la semblanza política de las nuevas naciones en formación. Consideramos a Tom Jones, un Expósito (1749) de Henry Fielding, que comienza en el caos social en que se encuentran un niño ilegítimo puesto subrepticiamente en la cama de un señor prominente, figura de autoridad del campo inglés. La novela termina en la benevolencia de la concordancia confeccionada en el transcurso del accionar de la novela, en que todos los sectores de la sociedad puedan vivir en concordancia.

Estas metáforas, tomadas de la música y la literatura, son unos cerrojos por los cuales podemos ver unos contextos estéticos-cum-políticos, vestigios de parte del paisaje político de este entonces.

No es sorprendente, entonces, que las conferencias y congresos fueran los escenarios donde el debate público y la diplomacia verbal, secreta y también pública en la prensa y la nueva forma de revistas disponibles en los coffeehouses de Londres, se desembocaron, finalmente, en el famoso congreso de 1815 que proveyeron una plataforma, ante las poblaciones de toda Europa, para establecer legitimidad política entre los representantes de las naciones —existentes y en proceso de creación— por medio de las negociaciones políticas en foros políticos, pero conducidas en fiestas, grandes bailes, las influencias secretas de liaisons dangereuses desde los cuartos de recamara y la correspondencia secreta y publicada, para reconstruir Europa.

¿Quiénes eran los actores, de estatura enorme en el análisis histórico, estético y político quienes, aun hoy, son apreciados por sus destrezas a través de los siglos?

Eran, principalmente, Charles-Maurice, príncipe de Talleyrand-Périgord (1754-1838) ministro de Asuntos Extranjeros de la Francia; el príncipe Clemens von Metternich /1773-1859) de Austria, Ministro de Asuntos Extranjeros y Canciller del emperador del Imperio de Austria; Robert Stewart, vizconde y lord Castlereagh (1769-1822), Secretario de Asuntos Extranjeros para Gran Bretaña.

Charles Maurice de Talleyrand Périgord (1754–1838), Príncipe de Benevento (1808), del pintor barón François Gérard. The Metropolitan Museum of Art de Nueva York. Talleyrand encargó este retrato después de su renuncia como ministro de relaciones exteriores como protesta por las insaciables ambiciones militares de Napoleón. Foto EDH / Cortesía

Podemos escuchar el ingenio, su educación clásica en la retórica persuasiva, su virtuosidad de conversación y propuesta en el ejercicio de la diplomacia, de Metternich, Talleyrand y Castlereagh, arquitectos de la política y negociación de este congreso. Hasta su conversación, un arte apreciado en el siglo XIX, conformó una fuerza tremenda en el ejercicio del poder por medio de la estética de retórica clásica, que conducía a gestiones de poder en el mundo real de Europa. Se percibe el “wit” (ingenio) y “charm” (encanto fluido y filudo) de convencimiento y amenaza por medio de sus presentaciones públicas igual como en las cartas, la correspondencia publicada y las representaciones por terceros presentes, en su conversación como cepillo de pintura o cuchillo de escultor manejados por los diplomáticos.

Pero el objetivo básico y pragmático del Congreso de Viena era de efectuar un control de Francia y las guerras de su imperador Napoleón, además de su influencia en la sociedad–que ahora en Viena en 1815, casi todos consideraron, cansados de la violencia y la sangre, una influencia venenosa del Reino del Terror además de las agresiones de conquista de Napoleón. El control propuesto por el congreso el era de construir un cordon sanitaire alrededor de Francia, que según las insinuaciones y propuestas abiertas de Metternich, sería por medio de la creación de nuevas naciones pequeñas rodeando a la Francia. Este cordón garantizaría una paz, confeccionada como obra de arte, obra política y obra militar de las provisiones finales del Tratado de París.

El representante de Francia era Talleyrand. No solamente había funcionado como Ministro de Asuntos Extranjeros del monarca Louis XVI durante la Revolución Francesa. Pasó Talleyrand a ejercer el puesto de Ministro de Defensa para el régimen de Napoleón. Siguiendo en la historia, Talleyrand, perdiendo confianza en Napoleón con las brutalidades de la guerra, logró efectuar la restauración del representante de la dinastía de los Borbones, Louis XVIII. Extraordinario cambio. Extraordinario era el diplomático. Talleyrand era también Obispo de la región de Autun, representante de la Iglesia ante la corte francesa, que agregó a su cartera diplomática un poder adicional. Famoso por sus habilidades en la intriga, y en el ejercicio del poder por medio de sus amantes y amigas —era un amante notorio con una reputación a ultranza. Era la figura consumada de l´ancien régime, también de la revolución francesa, ¡además de la restauración de la monarquía de los Borbones en Francia!

Un solo ejemplo de como funcionaban las gestiones intrigantes de Talleyrand. Originalmente Francia no fue incluida en la convocatoria del Congreso de Viena por ser la nación agresora derrocada. Pero Talleyrand logró meterse en reuniones con el príncipe Metternich de Austria y con Castlereagh de Gran Bretaña y así logró incluir a Francia en el balance de poder dentro de los corredores del congreso mismo en lugar de dejar que se encerrara a Francia en las decisiones tomadas por la Alianza de los Cuatro, compuesta por Gran Bretaña, Prusia, Austria y Rusia, no obstante los vientos de revolución e insurgencia que también prevalecían durante el siglo XIX.

Mapa de Europa de 1815 después del Congreso de Viena. Colección privada. Foto EDH / Cortesía

Es que Metternich y Castlereagh habían decidido que la Alianza, podía tomar decisiones que comprometieran a las demás naciones y sus representantes–incluso, y especialmente, a Francia, que, como hemos visto, no tenía, originalmente, participación ni voz en el congreso. La gestión diplomática que realizó Talleyrand, era de insistir decisiva y definitivamente en que la legitimidad política del Congreso dependía de que todos los participantes tenían que estar en las decisiones que los comprometieran, como los instrumentos de una sinfonía en un concierto público. ¡Garantizó así la legitimidad de la participación de Francia! Un milagro político en el mejor de los términos. Salió que la ratificación de esta configuración política fue impuesta en el congreso, literalmente, por las gestiones de Talleyrand. Sus argumentos para la inclusión de todos en las decisiones que los afectan a todos quedaron como palanca en la construcción del equilibrio de un “concierto” de Europa. Y Talleyrand surgió como el “árbitro” de Europa.

Fue restaurado el equilibrio basado en consideraciones de poder y con base en una Europa que, adicionalmente, fue apoyada por la fuerza del poder comercial de Gran Bretaña. ¿Por qué se menciona el apoyo comercial? Es que también una de las provisiones de los acuerdos del Congreso de Viena era la de garantizar la libertad y el libre transporte en todos los ríos internacionales de Europa. La apertura política para toda Europa en el ejercicio del libre comercio. El congreso también apoyaba la abolición de la esclavitud, que fue una de las provisiones de los acuerdos de Viena.

Nos enseña Talleyrand que los estadistas y diplomáticos en representación utilizando la fuerza de la cultura, la estética, la conversación caracterizado por el wit y charm podían permitir el mantenimiento de la fuerza para contemplar el caos. Y desde esta perspectiva de política y estética, los participantes en el Congreso de Viena encontraron el material para creaciones políticas frescas en este congreso, el primer esfuerzo entre muchos de los siglos XIX hasta XX para reconstruir a Europa.

La creación es también el ejercicio de la estética para desarrollar nuevas posibilidades políticas.