Dolores, la reina de las muñecas de trapo en Sonsonate

Dolores Alejo, más conocida como mamá Lola, es costurera formal desde los 11 años de edad. Su madre la llevó a una costurería para que aprendiera el oficio y logró confeccionar vestidos de todos tipo. Su suegro les regaló dinero a ella y a su esposo para comprar su primera máquina de coser usada. Ahora, sus muñecas de trapo y retazos son muy reconocidas.

Dolores Alejo, conocida como Mamá Lola, confecciona bonitas muñecas de retazos desde hace más de 70 años, un trabajo bien apreciado por sus clientes de Sonsonate

Por Gadiel Castillo

2019-07-06 8:30:00

A Dolores Alejo, conocida como mamá Lola, la costurería le sigue apasionando igual que hace 74 años cuando decidió incursionar en el oficio que le permitió ayudar a su madre y llevar el sustento a diario a sus 9 hijos. A pesar de ser tímida, es posible tener una conversación fluida en la que cuenta cómo ha realizado todo tipo de puntadas, desde remiendos en la ropa vieja de un jornalero hasta vestidos de novias y quinceañeras.

Desde hace varios años, sus habilidades y creatividad fueron más allá y lo que comenzó como un experimento se ha convertido en su principal actividad: la elaboración de muñecas de trapo con llamativos colores y felices expresiones.

En una parte de la sala de su casa, en un lugar visible a todo público, nos recibe una docena de muñecas que con anterioridad elaboró la artesana. Las hay en diferentes estilos: clásicas y modernas; pequeñas, grandes; de cabello negro y de colores; colegiales y muchas más.

Mientras admiramos sus creaciones aparece mamá Lola, de 83 años, quien camina a paso lento por un problema de salud. Con una sonrisa nos saluda y luego se dirige hacia su máquina de coser, la cual lleva con ella más de 65 años, le quita un vistoso cobertor y la deja lista para comenzar la faena diaria.

“Ya tengo unas muñecas listas que les hice para tener variedad, pero ahora les voy a elaborar una para que ustedes vean cómo las hago paso a paso”, manifiesta la octogenaria.

La artesana se pone de pie y con ayuda de su hija, Lidia Hernández, busca entre las bolsas de tela reciclada los retazos que servirán para dar vida a una nueva muñeca que llegará a las manos de una niña o adornará un mueble de alguna casa del país o del extranjero. Ya con los materiales listos, la carismática costurera toma su lugar e inicia la labor.

El proceso comienza con la elaboración de las bolas que servirán de cabeza y cuerpo. Entre pedaleo y costura mamá Lola recuerda sus inicios en el mundo de la costurería.

“A mí me gustaba el trabajo de la costura desde cuando yo estaba chiquita. Yo me fui con una señora costurera cuando tenía nueve años y yo lo que quería era que la señora me enseñara a cortar y a tomar medidas y la señora no me enseñaba eso. Ella me enseñaba solo cosas de hacer a mano, a hacer ojales, a pegar botones, broches, remaches, ruedos y me enseñó a bordar con lentejuela”, relata.

Sin embargo, mamá Lola no estaba conforme con la enseñanza recibida porque no aprendía cómo se tomaban las medidas para los vestidos. Manifiesta que pasó como un año y medio con la tutora, pero nunca se llegó el día deseado: el momento en que le enseñaran a manejar la máquina.

“Ella me ocupaba para lo de mano y los mandados. No le decía que me enseñara porque me daba pena”, recuerda entre risas.

La costurera agrega que después de un tiempo tomó la decisión de regresar a casa de su mamá. “Me regresé de escondidas y le dije a mi mamá que yo quería aprender y la señora no me enseñaba”, comenta.

Ya en su casa, la niña de 11 años y medio continuó buscando una persona que le guiara a cumplir su aspiración de ser una costurera reconocida. Un día tenía de estar con su madre cuando se enteró que una de sus vecinas trabajaba en un bazar de Santa Ana donde elaboraban ropa para todo público.

Mamá Lola habló con la señora sobre su interés y relata que la trabajadora no se opuso y le dijo que la llevaría hasta su lugar de trabajo para aprender el oficio.

“Me fui con la señora bien contenta porque rápido encontré quien me llevara donde me enseñarían. Ella me llevó y le dijo a la dueña del bazar que yo quería aprender a coser, solo recuerdo que la dueña dijo que yo estaba bien pequeña, pero la que me llevó le dijo que yo quería aprender y que no quería ir a la escuela. Yo le insistía que quería ser costurera, hacer vestidos, tomar medidas y cortar” relató.

La insistencia de la niña pudo más y la propietaria del bazar Francia, Mélida de Ortiz, la aceptó con la condición de que la madre de Lolita debía acordar ciertas condiciones para la enseñanza.

 

Un modo de subsistencia
Las bolas para el cuerpo y cabeza están listas, rellenas de espuma y otras partes de tela reciclada que le dan consistencia. La artesana no pierde tiempo y procede a la creación de los pies y brazos de la muñeca.

Mientras eso sucede, la emprendedora relata que sus ganas de aprender un oficio surgieron a raíz de observar que las condiciones económicas de su madre eran precarias. “(Al) ver que mi mamá era bien pobrecita y no me podía dar todo lo que pedía en el estudio, yo decía ‘voy a aprender a coser y de lo que gane voy a dar a mi mamá’. En un principio quería ser cosmetóloga, pero mi madre no quiso, me querían enseñar pero ella siempre se opuso y me dijo eso no le gustaba; pero lo otro (la costurería) sí, y me dejó”, recordó.

En el bazar Francia, mamá Lola estuvo tres años y medio como operaria. En el lugar le enseñaron desde desarmar una máquina hasta confeccionar vestidos de novia, quinceañera y todos los tipos de ropa. Con apenas seis meses de aprendizaje, doña Amelia decidió pagarle por su trabajo.

“A los seis meses ya podía armar todo tipo de costura, chiquitas y grandes. La señora me dijo ‘ya le voy a comenzar a pagar porque usted ya puede hacer todo tipo de vestidos, los arma bien y les da las medidas’. Yo toda bien contenta con mis 0.50 centavos de colón (0.06 centavos de dólar) semanales que me daban”, cuenta.

Con el tiempo el sueldo incrementó a un colón ($0.11), salario que era ahorrado en una canastita con el propósito de comprar víveres para el hogar, regalarle zapatos a su madre y hasta un corte para hacerle un vestido.

A los 15 años de edad, mamá Lola se acompañó con el padre de sus hijos, quien también era sastre. Cuando salió embarazada por primera vez decidió trabajar desde su casa, ubicada frente al parque Colón del municipio. El coser fuera del bazar le ayudó para darse a conocer con sus vecinas que tras enterarse de sus creaciones comenzaron a hacerle pedidos.

“El abuelo de mis hijos me regaló 200 colones ($22.87) para que comprara la primera máquina porque él (su pareja) era sastre. El señor vio que los dos trabajábamos así que nos regaló esos colones para que pudiéramos trabajar en la casa con una máquina usada. Así fue que comencé a ganar más de lo que me pagaban en el bazar”, manifiesta.

Los problemas familiares los obligaron a vivir por lapsos en diferentes municipios del occidente del país, esas mudanzas le hicieron ganar clientela; sin embargo, muchos eran perdidos cuando debían emprender camino hacia un nuevo rumbo. “Me buscaban mucho universitarias, escuelas de enfermería, doctoras”, relata.

La costurera asegura que con bases a la costuras sacó adelante al grupo familiar.

Así llegó a las muñecas
El cuerpo de la muñeca está listo y mamá Lola procede a los pasos finales del nuevo producto: la elaboración del vestido, dibujar la cara y pegar el pelo de la llamativa creación.

La emprendedora manifiesta que la familia iba creciendo en número y el dinero escaseaba, por ello pasó de confeccionar vestidos a ingeniar la elaboración de las vistosas muñecas con el objetivo de generar mayores ingresos económicos.

“Hay semanas que a uno no le llega mucho trabajo y como tenía varios hijos yo tenía que ver como hacía para llevarles la comida a ellos. Comencé a hacer las muñecas por necesidad, me inicié con los Santa Claus hechos con puros retazos y mi hija mayor los echaba en un canastillo y se iba al mercado a venderlos”, cuenta.

Relata que elaboraba otras muñecas con vestidos corrientes y de todo tipo. Ahora dice que las hace modernas, apegadas a las nuevas generaciones.

Para Mamá Lola, el producto tiene muy buena aceptación y hay clientes que le han llevado muñecas para que se las bañe y vista. La señora vende sus creaciones entre los miembros de la parroquia Santuario Nuestra Señora de Guadalupe, de Sonsonate.

Sus 83 años no son impedimento para estar inactiva, por el contrario, se le ve activa y con una sonrisa que contagia. “A mí no me gusta estar sin hacer nada porque no puedo caminar mucho, no tengo fuerzas en las rodillas. Yo quisiera estar buena para andar haciendo todas las tareas de la casa y yo lo que me pongo a hacer es a coser. Me entretengo y a la gente le gusta estas cosas y me las compra”, asegura.

La octogenaria manifiesta que disfruta su oficio como ninguna, trabajo que le permitió dar una vida digna a sus hijos y, como dato curioso, le evitó estar en la cocina, actividad que asegura no es de su total agrado.

La costurera terminó la colorida muñeca y aprovechó para invitar a los jóvenes a que se preparen académicamente para ser personas de bien.

Si quiere adquirir una muñeca y ayudar a la creativa señora puede llamar al 7877-8628, y por los precios no hay que preocuparse, van desde los $5, dependiendo del gusto del cliente. “Solo que me traigan el modelo o me digan la idea y yo se las hago”, dice mamá Lola.