Cádiz, la ciudad que nunca olvida al Mágico González

Una periodista salvadoreña recorrió la ciudad que hizo mítico al jugador salvadoreño: el estadio, sus calles, sus bares y el recuerdo de Jorge González a cada paso.

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La periodista salvadoreña Lisseth Guillén posa en la puerta del estadio de Cádiz, que lleva el nombre de Mágico González. / Foto Por Cortesía Lisseth Guillén

Por Lissett Guillén / Desde Cádiz, especial para Cancha

2020-07-24 8:30:04

Los edificios y las calles de Cádiz están teñidos de color amarillo y azul. Desde la semana pasada, cuando el equipo gaditano alcanzó el tan ansiado ascenso a la máxima división de La Liga española, la ciudad es una fiesta. Pasaron 14 años de luchas y frustraciones.

La pandemia del Covid-19 ha sido, sin duda, el mayor obstáculo para que la “Tacita de Plata” se convirtiera por días en un auténtico carnaval de flamenco. No obstante, las aglomeraciones de hinchas activaron las alertas del resto de comunidades en España, al verse superados por la euforia y olvidar las medidas de distanciamiento social.

Muchos otros demostraron su imparable alegría celebrando con banderas y bufandas desde los balcones de la ciudad andaluza. Todo el espectáculo deportivo fue anunciado por muchos medios como el regreso de un equipo Mágico, haciendo referencia, por supuesto, al salvadoreño que grabó su historia entre los muros del estadio Ramón de Carranza y en el corazón de los gaditanos.

Me sentí afortunada y orgullosa por encontrarme en un bar de Cádiz a un camarero y amigo de Jorge el Mágico González, el que lo veía algunas mañanas cuando llegaba a desayunar antes de marcharse a los entrenos. Una cerveza y unas breves palabras de introducción dieron pie a tan gratificante anécdota.

Detalle en el estadio Ramón de Carranza sobre el Mágico González, junto a otros jugadores.

El termómetro marcaba 27 grados una tarde de lunes, el sol era un tanto agobiante, pero mi decisión firme era conocer el estadio en donde Mágico González aceleró los corazones de sus aficionados.

Me dirigí hacia la estación, abordé la ruta 1 para llegar hasta la Tacita de Plata. El autobús hizo un recorrido de 15 minutos desde el puerto de la Bahía de Cádiz hasta la parada en donde debía bajarme para continuar caminando.

A las 4:00 de la tarde, hora peninsular, empecé a recorrer unas cuantas cuadras de la ciudad catalogada como la más antigua de Occidente, aunque justo en esa posición, en cercanías del estadio, quedan pocas evidencias de arquitectura antigua.

Pocos metros me bastaron para ver el acristalado edificio que describe con letras azules Nuevo Estadio Ramón de Carranza, Ayuntamiento de Cádiz. La primera impresión no fue precisamente futbolística, esperaba encontrarme con la mítica e imponente construcción circular, fue más bien la sensación de haberme encontrado con un edificio administrativo.

El estadio de Cádiz y Bar Gol, parada diaria del Mágico antes de los entrenos.

Continué caminando y apreciando los detalles hasta encontrarme con los gruesos muros que formaban el resto del estadio. Entonces fue en ese momento en que me detuve a contemplar la famosa puerta de Jorge “Mágico” González, cuya inauguración había sido noticia un par de años atrás.

Es un portón metálico de barrotes azules, en la parte superior estaba el nombre de “El Mago” pintado de color amarillo; a la izquierda, una foto en blanco y negro de cuando Jorge estaba en las filas del equipo. Se ve bastante joven, pensé. Correspondía a la puerta 6, estaba cerrado, solo se podía apreciar desde afuera las escaleras que conducían al fondo sur. Junto a esa puerta estaba también la del futbolista Pepe Mejías, compañero del “Mágico” que también fue homenajeado en el estadio.

Una sensación de orgullo y felicidad me invadió en ese momento, curiosamente por un hombre al que nunca vi jugar, pero al que la fama lo ha perseguido por años. No me bastaba con lo que estaba viendo, quería ver más del lugar en donde el “Mágico” se convirtió en una leyenda cadista desde 1982.

El sol se sentía más intenso sobre las 4:30 de la tarde, era hora de beber algo para refrescarme. Entré a un pequeño establecimiento llamado Bar Gol, situado a un costado del estadio. Su apariencia por fuera no sobresalía del resto, pero al entrar, la sorpresa fue realmente gratificante.
Me detuve de inmediato al observar las paredes tapizadas de viejas fotografías de los jugadores del Cádiz Club de Fútbol. No podían faltar, por supuesto, las imágenes en blanco y negro, y otras en colores, que destacaban la grandeza del Mágico González.

El Bar Gol, atendido por José, quien cuenta es amigo del Mágico y sueña con visitar El Salvador.

Algunas pelotas y bufandas colgaban de las columnas del bar. En unas postales se podía ver al salvadoreño jugando algún partido, otras posando con sus compañeros o con los aficionados, y algunas durante los entrenos.

Mi favorita fue, sin duda, una de las más grandes, una postal en blanco y negro en donde se veía al “Mago” sentado en la arena junto a sus compañeros en un día de entrenamiento en la playa.
No posaban para la cámara, sus miradas cansadas estaban puestas en el entrenador . Junto al “Mago”, de lado izquierdo, su amigo Pepe Mejías; atrás de ellos, Raúl Procopio, actual seleccionador de St Josephis FC de Gibraltar, y el futbolista José Manuel Barla.
José, el amigo del Mágico.

Mientras apreciaba todas las imágenes decorativas del bar, el hombre detrás de la barra me observaba cuidadosamente mientras limpiaba un vaso de cristal. Tenía un aspecto serio, era alto y de complexión delgada. Algunas canas plateadas resaltaban del resto de su cabello negro, posiblemente tenía unos 43 años.

-¿Eres de El Salvador?- preguntó con un tono de voz alegre.
-Por supuesto, respondí.
-Lo imaginé por cómo estás “pillada” de las fotos Jorge- añadió el hombre que se presentó como José.
-Los salvadoreños que vienen al estadio suelen encontrar este bar y detenerse un poco a ver las imágenes-. Tras decirme eso, enseguida me senté en la barra, le pedí una cerveza y empezamos una buena conversación.
-José, ¿conoció usted a Mágico González?
-Sí -respondió sonriente- él es mi amigo. Casi todas las mañanas venía a desayunar aquí, pasaba antes de llegar al entreno, vivía atrás de ese edificio de color café que se ve ahí a la derecha, me dijo señalando hacia afuera.

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“Se me ponen los pelos de punta al hablar de él”, soltó con una sonrisa nerviosa, “Cádiz es su casa, no sé porqué no quiso quedarse. En una de las ocasiones en las que vino aquí, me trajo una camisa del equipo en el que jugaba en El Salvador, una del FAS, me la he puesto dos veces nada más, porque la guardo como un tesoro. Mis hijos me la piden y no se las quiero dar”.

Cerca de las 5:00 de la tarde, los clientes empezaban a llegar, José hacía una pausa en la conversación mientras servía una cerveza o un café, luego regresaba para seguir conversando. Se mostraba muy entusiasmado, parecía que tenía muchas cosas que contarme.

-Jorge era el mejor del mundo en su época, y eso no lo convirtió en un hombre orgulloso, siempre fue él mismo, un alma libre. Él no quería estar en el Barcelona o en el Real Valladolid. Él quería estar en Cádiz o en El Salvador. Es que nadie lo pudo amarrar, ni siquiera las mujeres. Aquí tiene dos hijos, pero no se quedó con ninguna de las madres; en El Salvador creo que tampoco está con alguien. Es un hombre muy sencillo. Es que se me ponen los pelos de punta al hablar de él -, repetía José una y otra vez mientras se pasaba los manos por los brazos.

“Le contaré una de tantas anécdotas”, me dijo entusiasmado, “una de las más famosas fue durante una ocasión en las que Jorge se dirigía a un entreno en la playa, iba con el chándal (conjunto deportivo) con el que solía entrenar. Se le acercó un aficionado y le gritó: ‘Jorge, Jorge, regálame el chándal’, él se desvistió y se lo regaló. Ese día entrenó en calzoncillos”.

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“Con los niños era muy feliz, siempre que encontraba en la calle a un grupo de pequeñajos se ponía a jugar con ellos. Luego los invitaba a un restaurante y les pagaba la comida. Es por eso que aquí lo recordamos todos, las antiguas generaciones y las nuevas, porque si no lo conocieron, ellos saben quién fue por todo lo que contamos de él.

Pero su mentalidad, su cabeza no le dio para más. Hubiese triunfado más o estar en una mejor posición de la que se encuentra ahora. Yo siempre he querido ir a visitarlo a El Salvador, es mi sueño, pero los vuelos hasta allá son muy caros”.

El segundo vaso de mi cerveza ya estaba vacío, el reloj marcaba las 5:00 de la tarde, y más personas continuaban entrando al bar. Era el momento de marcharme, no sin antes agradecerle a José por las historias que me contó sobre su amigo, mi compatriota el “Mágico” González.

-Si lo ve, dígale que la familia del Bar Gol siempre lo recuerda, y que esta siempre será su casa. Que no pierdo las esperanzas de algún día viajar a El Salvador -, se despidió José.

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