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La calle Rubén Darío, un primer paso importante

Aplaudo la liberación de la Calle Rubén Darío (espero, a mi regreso, dar fe), pero el costo para lograrlo es demasiado grande, en lo económico y en lo social. Por eso, debe evitarse que nuevos casos iguales proliferen en nuestra capital.

Por María Alicia de López Andreu
Empresaria

Estando fuera del país, leo sobre el desalojo de ventas y antros situados en la Calle Rubén Darío, la que estaba convertida, más que en un mercado, en un basurero al aire libre, donde abundaban la suciedad y los delitos de todo tipo, propiciados por el desorden y la tolerancia de las autoridades respectivas. Pareciera que San Salvador tendrá finalmente una nueva cara, que podrá enseñar sin avergonzarse.

Para ello será indispensable que las vendedoras desalojadas y reubicadas en un lugar adecuado para realizar las actividades propias de un mercado, colaboren, se organicen y esfuercen en mantener su nuevo lugar limpio, higiénico, bonito y bien surtido. Así, los clientes seguirán buscándolas y se verán grandemente beneficiados, porque el orden y la limpieza evitarán que se reproduzcan los males que, desafortunadamente, abundan en sitios como, por décadas, ha sido nuestra Calle Rubén Darío.

Las nuevas generaciones han crecido en una capital sucia, pintarrajeada con símbolos de maras y violencia, donde, además, abundan las ruinas de varios terremotos. Principalmente en el centro de la ciudad, hay edificios semi derruidos, abandonados, deshabitados y desperdiciados. Es indispensable legislar sobre qué deberá hacerse con esos inmuebles; muchos posiblemente ya ni siquiera tengan dueño, por haber fallecido, probablemente sin testar; o, si hubo testamento, los herederos no siguieron los trámites necesarios para definir a quienes pertenecen actualmente. En esos casos, la ley deberá establecer las acciones a seguir, para beneficio de todos los habitantes de la capital y para que los visitantes no se asusten ante tanto abandono.

Pero el desorden y la suciedad no se limitan al centro de la ciudad. Se ha expandido ilimitadamente, ante ciencia y paciencia de las autoridades. Es un crimen que lugares como la Colonia Flor Blanca, que posee unas construcciones magníficas, dignas de ser protegidas y conservadas, ahora luzca tan arruinada, debido en parte a las construcciones improvisadas realizadas, posiblemente, en aras de una mayor seguridad. Pero también porque han mutado de ser residencias, a comercios y negocios de diversos tipos. Muy pocos propietarios se han dado la tarea de conservar el estilo y la arquitectura que hizo de esa zona una verdadera joya.

La Alameda Roosevelt (la antigua “Doble Vía”) está ahora convirtiéndose en otro mercado, con ventas y champas colocadas donde a la gente le da la gana, sin importar a quién daña o estorba. Y eso va subiendo por el Paseo Escalón e invade también a las colonias aledañas. Es decir, aplaudo la liberación de la Calle Rubén Darío (espero, a mi regreso, dar fe), pero el costo para lograrlo es demasiado grande, en lo económico y en lo social. Por eso, debe evitarse que nuevos casos iguales proliferen en nuestra capital.

Con la cantinela de que “la gente debe dar de comer a sus hijitos” se toleran el desorden y la ilegalidad. Como resultado, en lugar de progresar, esas personas retroceden. Por el bien de todos los capitalinos, exigir orden y limpieza para nuestra ciudad es primordial. Cuando TODOS nos veamos obligados a cumplir las leyes, a formalizarnos y a mantener la capital reluciente y atractiva, los visitantes abundarán, no se irán espantados por los grafitis violentos, la suciedad, el desorden y las plagas. Y al reconocer a San Salvador como digna de visitarse, el beneficio económico y social también llegará para TODOS. Hagámoslo realidad.

Empresaria.

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