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¿Cómo la educación ayuda a la empatía?

La educación emocional les ha abierto una primera puerta a quienes aprenden a construir habilidades para estar bien consigo mismos, lo cual conlleva a un siguiente paso: trascender el propio bienestar para incluir un compromiso con la humanidad.

Por Kelly Cruz
Estudiante ESEN

“Ponerse en el lugar de otro” es como se ha definido coloquialmente la empatía desde la primera vez que se usó el término en el siglo XX. Desde entonces, el concepto ha influido en las diferentes ciencias y ha sido estudiado por grandes pensadores.

Para algunas personas es fácil empatizar sin esforzarse mucho, casi pareciera que “les viene de fábrica”; pero, para muchos otros, es difícil y complejo. Describimos a alguien como empático cuando puede comprender lo que sienten y piensan los demás. Entendida de esa manera, la empatía parece una habilidad simple; no obstante, acarrea un proceso psicológico de deducción, en la que observar a los demás, memorizar, conocer y razonar se vuelven elementos indispensables, que al combinarlos permiten entender los pensamientos y sentimientos de otros.

Para empezar, hay que reconocer que la empatía no es una idea romántica, ni la importación espiritual de ciertas culturas, sino más bien una capacidad humana (antropológica, si se quiere) que a través de la evolución ha ido cambiando y que puede seguir haciéndolo. Es más, esta habilidad resulta  indispensable para los seres humanos, teniendo en cuenta que toda nuestra vida transcurre en contextos sociales complejos.

Ahora bien, siempre he considerado que las personas respondemos a nuestro entorno; por tanto, si observamos a nuestros padres, abuelos, hermanos o maestros actuando de forma empática, adoptaremos una cultura en la que todos los pensamientos y sentimientos importan. Entonces, si la empatía se desarrolla, la educación juega un papel fundamental en el camino.

El primer paso para desarrollarla de manera consciente es conocer el alcance y la importancia que la educación tiene en la empatía. Debe brindarse una educación que aporte elementos para desarrollar el interés y la responsabilidad tanto por el propio bien como por el de los demás. Si los maestros se toman una hora en su clase para explicar cómo se comporta una persona empática, desde pequeños los niños se acostumbrarán a tales conductas, y en su adolescencia les resultará más fácil enfrentarse a situaciones complicadas que impliquen entender los sentimientos propios y los de otros.

No debemos subestimar el poder de la educación para forjar redes en las que personas que hayan desarrollado su empatía ayuden a otros, tejiendo sinergias en las que se fomente esta habilidad. Para lograrlo es necesario que quien educa se eduque mejorando sus propias competencias para que pueda ofrecer modelos adecuados de empatía. Podemos hacer el esfuerzo por aprender día a día, aunque no hayamos crecido en un ambiente empático, volviéndonos un ejemplo para los demás. No digo que sea fácil, sobre todo por los patrones culturales en lo que hemos sido educados. Esto constituye un esfuerzo diario, que puede empezar por evaluar cómo reaccionamos ante cada situación social.

La educación emocional les ha abierto una primera puerta a quienes aprenden a construir habilidades para estar bien consigo mismos, lo cual conlleva a un siguiente paso: trascender el propio bienestar para incluir un compromiso con la humanidad. En las circunstancias mundiales actuales, es apremiante desarrollar la empatía. Convivir en un mundo cuya población aumenta diariamente, con recursos mal distribuidos, con políticas generalizadas sometidas a intereses que fomentan las desigualdades, que enfrenta el cambio climático, guerras, fanatismos ideológicos y religiosos evidencian que, en cierta parte, urge la empatía para cambiar el estado actual de la humanidad.

Hay que traer a cuenta que es más difícil que las personas con un cerebro empático actúen de forma violenta, ya que la tal actitud es incompatible con la empatía. Al empatizar se toma conciencia de la otra persona poniéndose en su lugar, lo que dispone a una actitud más abierta, flexible y dispuesta al cambio para mejorar.  Por lo tanto, una sociedad más empática utilizará menos la violencia a la hora de resolver conflictos; entonces, educar sobre la empatía se convierte en una educación para la paz y la disminución del conflicto y actos beligerantes.

Estudiante de Ciencias Jurídicas

Club de Opinión Política Estudiantil (COPE)

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