Confitería Americana: 95 años endulzando la infancia salvadoreña
La Confitería Americana celebra 95 años de endulzar la infancia salvadoreña con sus sorpresitas, piñatas, Chiclín y un legado de perseverancia familiar.
Por
Evelyn Alas
Publicado el 01 de octubre de 2025
La Confitería Americana cumple 95 años de historia, marcada por tradición, innovación y un inquebrantable compromiso familiar. Fundada a partir del sueño de sus abuelos, la empresa se convirtió en símbolo cultural con las emblemáticas sorpresitas y el caramelo Chiclín. Pese a tiempos difíciles, como el conflicto armado, se mantuvo firme, garantizando empleo y alegría a generaciones. Hoy exporta a Centroamérica, el Caribe y Estados Unidos, sin perder su esencia: calidad y perseverancia. Entre dulces, piñatas y recuerdos, la confitería sigue siendo un motor de identidad y orgullo para los salvadoreños.
Abrir una sorpresita salvadoreña no es solo destapar un paquete con dulces y juguetes. Es abrir un recuerdo, un momento de infancia, una sonrisa compartida en familia.
Ese ha sido el mayor logro de la Confitería Americana, empresa que este año celebra 95 años de historia, marcada por la visión de sus fundadores, el esfuerzo de sus descendientes y la dedicación de sus colaboradores.
Más que una compañía, es un relato de perseverancia que ha logrado inspirar a varias generaciones de salvadoreños y ahora trasciende fronteras.

Los orígenes: un sueño entre conservas y dulces de leche
El representante legal y gerente de producción, Javier Cabrera Roca, comparte cómo empezó todo:
“La visión empezó con mis abuelitos. Mi abuelo era originario de Venezuela, pasó por Estados Unidos donde aprendió de comercio y dulces, y luego llegó a El Salvador. Aquí conoció a mi abuelita, quien ya hacía conservas de frutas, dulces de leche y mazapán. Decidieron abrir una tiendecita y comenzaron a vender lo que producían”.
De esa unión nació la sorpresita salvadoreña, producto que con el tiempo se convirtió en símbolo cultural, presente en cumpleaños, piñatas y celebraciones familiares en todo el país.

Infancias dentro de la confitería
El propio Cabrera Roca, encargado de ventas de la Confitería, creció en ese ambiente:
“Yo recuerdo cuando, en vacaciones, veníamos con la ilusión de ganar nuestros primeros centavitos. Ayudábamos a contar dulces, a atender en la tienda o a sellar bolsas con las pocas máquinas que existían en ese entonces”.
Lo que para un niño parecía un juego, terminó siendo el inicio de un compromiso familiar que se ha transmitido a lo largo de tres generaciones.

Orgullo y responsabilidad intergeneracional
Hoy, la confitería está en manos de la tercera generación. Jordi Puig Cabrera, ingeniero químico y gerente de producción, lo expresa con claridad:
“Se siente un gran orgullo poder estar celebrando 95 años de la empresa… ya estamos viendo llegar a la cuarta generación a laborar con nosotros. El secreto ha sido adaptarnos a los gustos que cambian. Los sabores hay que innovarlos, cambiarlos, mejorarlos. Ese ha sido uno de los secretos de la empresa: estar siempre a la vanguardia”.
La innovación no ha borrado la tradición. Por el contrario, ha servido para mantener vivo el legado y actualizarlo a los nuevos tiempos.

Chiclín: dulces y chistes que cruzaron fronteras
Si hay un producto que simboliza la capacidad de reinvención, ese es el Chiclín. Carlos Cabrera Roca lo explica:
“El producto que más vende la empresa es el Chiclín, un caramelo relleno de chicle que trae una bandita con chistes. Es nuestro producto más exitoso a nivel de exportación. Exportamos a todo Centroamérica, República Dominicana, Haití y un poco a Estados Unidos”.
El secreto detrás de este caramelo no es solo el sabor, sino el ingenio. “Tenemos un gerente de chistes, que es mi primo, el hermano de Jordi. Siempre anda rebuscando e inventando nuevos. Hacemos tirajes de miles para que siempre haya variedad”.
Muchos salvadoreños incluso coleccionan los papelitos con chistes y los cuentan en reuniones familiares. Así, un dulce se convierte en un conector de memorias.

Resistir en tiempos difíciles
No todo ha sido fácil. Durante el conflicto armado, la confitería enfrentó momentos de incertidumbre. Javier Cabrera Roca lo recuerda:
“Nos preguntan por qué no cerramos y nos fuimos. Pero siempre fuimos de las personas que no dudamos en quedarnos. No queríamos dejar a nuestros colaboradores sin trabajo. Seguimos adelante, luchamos todos en unidad, aunque bajaron mucho las ventas y hubo amenazas y bombas”.
El mensaje es claro: la perseverancia no solo mantuvo viva a la empresa, también aseguró el sustento de familias que dependían de ella.

El “cementerio de piñatas” y la logística del juego
La confitería no solo fabrica dulces; también ha estado ligada a las piñatas. En sus instalaciones existe una bodega a la que llaman “cementerio de piñatas”. Allí se almacenan, aunque la producción está en manos de proveedores externos.
“Tenemos proveedores que nos las hacen, porque la logística es muy complicada para hacerlo nosotros. Con esta lluvia algunas se nos han mojado, se han humedecido y a veces se meten murciélagos, entonces hay que tener cuidado”, explica, como parte de los desafíos y aprendizajes que han tenido como compañía.
Las piñatas y las bolsas de sorpresitas se arman con combinaciones simples pero cargadas de ilusión: “En promedio, casi siempre son dos juguetitos, o una vejiga y un juguetito… combinamos uno grande con uno pequeño; a veces un boligoma con moneda o con jacks”.

La voz de quienes hicieron de la confitería su vida
Entre las historias de la empresa también están las de sus trabajadores. Una de ellas es Rina Brizuela, quien empezó siendo adolescente: "Al inicio envolvía bombón y menta; luego me dijeron que tenía que aprender a hacer sorpresitas y me fui desarrollando”.

Pasar a la tienda fue un desafío: “Lloré porque no quería ir, no sabía dar precios… pero aprendí y logré desempeñarme”.
Hoy, ya jubilada, sigue regresando cuando la necesitan: “Aquí trabajó mi mamá; es una tradición familiar. Me siento feliz de compartir con las compañeras”.
Su testimonio refleja cómo la confitería se convirtió en más que un empleo: en una escuela de vida.
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A la par, también existen los recuerdos de clientes que han acompañado a la empresa durante décadas. Tal es el caso de Betty Mena, quien lo describe con emoción:
“¿Qué se me viene a la mente cuando decís Confitería Americana? Piñata, alegría, amigos y familia de infancia. Para mí al decir Confitería Americana me viene a la mente la ilusión de una fiesta de cumpleaños infantil, de recoger dulces de la piñata, lograr agarrar un bombón, los dulces de vaquita, y de abrir la bolsita de la Sorpresita. Y ya de grande, he sido clienta de los malvaviscos que son deliciosos y los he usado para postres y para hacer fondant”.
De esta manera, tanto colaboradores como clientes han entrelazado sus memorias con la historia de la confitería, convirtiéndola en un símbolo colectivo de tradición, dulzura y alegría.
Calidad como filosofía
En un mundo lleno de competencia internacional, la estrategia de la confitería ha sido mantener el estándar. Carlos Cabrera lo resume:
“El mercado está lleno de productos; tenemos que ser diferentes, innovadores y mantener la calidad. Eso es básico para nosotros”.
La calidad ha sido la brújula que ha guiado decisiones difíciles, como ajustar precios cuando los insumos suben, siempre cuidando las recetas originales.

Una mirada hacia adelante
Los planes de futuro apuntan a consolidar la marca en Estados Unidos e incursionar en Sudamérica, además de seguir liderando en Centroamérica y el Caribe.
Para Jordi Puig, el mensaje es también una lección para emprendedores:
“Nunca hay que darse por vencido. Hay que superar dificultades con optimismo, confianza en Dios y no abandonar el sueño que uno pueda tener”.

95 años de inspiración
La Confitería Americana no es solo una fábrica de dulces. Es un ejemplo de cómo un sueño familiar puede transformarse en motor de inspiración para un país entero.
En cada sorpresita, en cada piñata y en cada chiste del Chiclín se resume la convicción de que los sueños no se abandonan, se trabajan generación tras generación.
Hoy, a 95 años de distancia de aquella tiendecita en San Salvador, la confitería sigue recordando a miles de familias que la infancia se endulza con tradición, calidad y perseverancia.
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