Ahuachapán se ilumina con tradición: el Festival de los Farolitos deslumbra al país
El Festival de los Farolitos en Ahuachapán iluminó El Salvador con fe, tradición y turismo, reuniendo a miles de familias en una noche de luz y cultura.
Por
Evelyn Alas
Publicado el 07 de septiembre de 2025
El Festival de los Farolitos iluminó nuevamente Ahuachapán el 7 de septiembre, reuniendo a miles de familias y visitantes en honor al nacimiento de la Virgen María. La tradición, que mezcla fe, historia y creatividad popular, nació tras los sismos del siglo XIX y fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial en 2014. Con figuras artesanales, altares y luces multicolores, la celebración se ha expandido a otros municipios del occidente salvadoreño. Más que una fiesta, el festival es símbolo de resiliencia, identidad y turismo, convirtiéndose en uno de los eventos culturales más importantes de El Salvador.
Ahuachapán, tierra de luz y fe, volvió a brillar la noche del 7 de septiembre con el Festival de los Farolitos, una de las celebraciones más emblemáticas del país. Entre tradición religiosa, recuerdos de antiguos sismos y la creatividad popular, cientos de familias se congregaron para rendir homenaje a la Virgen Niña en un espectáculo que une generaciones y comunidades enteras.
A las primeras horas de la mañana, las calles de Ahuachapán ya comenzaban a transformarse. Estudiantes, familias y autoridades locales preparaban estructuras, figuras y altares que cobrarían vida al caer la noche. Para muchos, el festival no es solo una festividad, sino un acto de fe y un recordatorio de la historia compartida del pueblo.
“Desde las siete de la mañana estamos trabajando en el enrejado. Aquí participan unos 110 estudiantes y unas 20 personas del personal administrativo. Este año hemos dedicado nuestra figura a la Virgen María bajo la advocación de La Perla Preciosa”, explicó Claudia Lorena Perdomo, docente del colegio Lourdes, quien junto a su equipo se encargó de levantar una de las representaciones más llamativas.

Una tradición de fe y resiliencia
El origen del Festival de los Farolitos no está claramente definido, pero todas las versiones coinciden en su profundidad espiritual y comunitaria. Para algunos, el evento nació como una promesa a Dios tras intensos enjambres sísmicos que sacudieron la zona en el siglo XIX. A falta de electricidad, los pobladores se alumbraban con astillas de ocote y más tarde con farolitos artesanales, que con el tiempo se convirtieron en emblema de identidad.
Miguel Galicia, jefe de turismo de la alcaldía de Ahuachapán, recordó que tras un devastador terremoto de 1850, la familia Elías comenzó a encender luces en los patios de sus casas para protegerse de las réplicas y mantenerse unidos. “Fue así como la tradición fue creciendo hasta que en 2014 se declaró Patrimonio Cultural Inmaterial de El Salvador”, destacó.
La celebración está estrechamente ligada al nacimiento de la Virgen María, que se conmemora cada 8 de septiembre. El 7, víspera de su fiesta, se encienden los farolitos en calles, casas, plazas e iglesias como un acto de devoción. Alberto Cruz, director de Multiculturalidad del Ministerio de Cultura, lo describe como “una vigilia previa, un acto de fe que ha trascendido generaciones”.
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Entre historia y evolución
Lejos de ser una tradición estática, los farolitos han evolucionado con el tiempo. Los primeros eran simples troncos encendidos; luego pasaron a elaborarse con hojas de isote que envolvían velas. Hoy en día, los visitantes encuentran auténticas obras de arte hechas de madera, papel celofán y otros materiales que reflejan la creatividad de cada comunidad.
“Ahora ya no solo se iluminan fachadas. Se levantan figuras con formas de estrellas, casas o motivos religiosos que muestran el ingenio de la gente. Es una tradición que la población ha apropiado como suya”, añadió Cruz.
Ese dinamismo explica por qué la festividad ha trascendido Ahuachapán y se replica en otros municipios como Ataco, Apaneca, Juayúa, Salcoatitán y Nahuizalco. La colaboración de las alcaldías y el apoyo del gobierno central han permitido que la celebración se expanda, convirtiéndose en un atractivo cultural y turístico de alcance nacional.

Un festival que convoca a todos

Más allá de la religiosidad, el Festival de los Farolitos se ha convertido en un espacio de convivencia familiar y comunitaria. Miles de visitantes llegan cada año para disfrutar del ambiente festivo, la gastronomía típica y la calidez de los aguachapanecos.
La familia Rivas Ávila, proveniente de Coatepeque, viajó para vivir de cerca la experiencia. “Queremos que nuestro niño conozca estas tradiciones. Ya probamos las comidas típicas y los dulces, ahora vamos camino a la iglesia. Venimos en excursión porque esta fiesta es para compartir en familia”, comentaron emocionados.
Las calles repletas de luces multicolores, los aromas de antojitos salvadoreños y el sonido de la música tradicional crean una atmósfera que cautiva tanto a locales como a extranjeros. Según Galicia, solo el año pasado la asistencia colmó las calles y para este año se esperaba un flujo aún mayor de visitantes, lo que representa también un importante impulso económico para la región.

Identidad y patrimonio vivo
Más de cien años de historia respaldan una tradición que, a pesar de la modernidad, sigue encendiendo la memoria colectiva. En palabras de Cruz, “Ahuachapán ha logrado posicionarse en el ideario nacional no solo por sus fiestas patronales, sino sobre todo por esta celebración que ofrece colorido, fe e identidad al pueblo salvadoreño”.
En cada farol encendido, en cada familia que se reúne para alumbrar las calles, late el espíritu de un pueblo que ha sabido transformar la adversidad en arte y la devoción en fiesta. Así, el Festival de los Farolitos no solo ilumina la noche del 7 de septiembre, sino que también enciende la esperanza y el orgullo de una nación que reconoce en Ahuachapán un faro de tradición y resiliencia.

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