Spartacous Cacao convierte raíces y vida en arte
Spartacous Cacao crea un auténtico, donde memoria, migración e identidad se entrelazan en un lenguaje visual único.
Por
Lissette Figueroa
Publicado el 10 de septiembre de 2025
Spartacous Cacao es un artista salvadoreño que convirtió el dolor, la migración y la búsqueda de identidad en un lenguaje visual único. Su obra integra memoria, calle e introspección, marcada por experiencias en El Salvador, EE. UU. y Nicaragua. A través de murales, grabados y pinturas, construye un diario visual que cuestiona lo social y lo político. Con más de dos décadas de trayectoria, defiende un arte sincero, lejos de tendencias y mercados, siempre fiel a la autenticidad y a la necesidad vital de crear.
El arte salvadoreño tiene muchas voces, y algunas muy singulares como la de Spartacous Cacao. Su historia es la de alguien que convirtió el dolor, la migración y la búsqueda de identidad en un lenguaje visual que no responde a tendencias, sino a una necesidad vital de crear. En su trabajo conviven la memoria, la calle y la introspección, siempre con un sello marcado por su experiencia como salvadoreño dentro y fuera del país.

Desde pequeño encontró en el arte un refugio frente a un entorno cargado de ansiedad. Jugando en el patio, moldeaba esculturas de lodo y siempre dibujaba. No era solo entretenimiento, sino una forma de sobrellevar y canalizar lo que ocurría en su entorno.
Más adelante, el arte se convirtió en un camino que eligió en contracorriente a quienes le advertían sobre la imposibilidad de vivir de él. En lugar de detenerlo, esas dudas lo impulsaron a seguir pintando, dibujando y explorando nuevas técnicas. Sus primeras exhibiciones, ya en bachillerato, le dieron confianza y la certeza de que lo que hacía tenía un peso propio, aun cuando no lo buscara.
Una carrera marcada por territorios y aprendizajes
Spartacous Cacao ha transitado por Estados Unidos, El Salvador y Nicaragua. Estos diferentes lugares han moldeado su mirada y han dejado huellas en su obra. De California tomó los colores del desierto y la experiencia de pertenecer a un grupo de artistas salvadoreños en Los Ángeles; de Usulután, la violencia y resiliencia; y de Nicaragua, la convivencia con comunidades artesanas.
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Esa mezcla de geografías y realidades terminó de darle una identidad artística marcada por el sincretismo cultural. Esa mezcla de lo globalizado con lo que solo un salvadoreño entiende es evidente, pero no siempre explícito.
Sus murales, grabados y pinturas tienen tanto de lo cotidiano como de lo simbólico. Para él, cada pieza es parte de un diario visual en el que se registran vivencias, emociones y reflexiones sobre la sociedad.
“El elemento de la identidad salvadoreña en mis obras soy yo. Mi experiencia de crecer salvadoreño en el exterior y también haber vivido la guerra en El Salvador. Mi obra es como un diario. No es que yo quiera ser diferente, es que nadie es siempre la misma persona”, afirma.

Spartacous Cacao y el arte salvadoreño en evolución
En más de dos décadas de recorrido creativo, ha vivido etapas clave. Desde su primera exposición individual en Nicaragua, hasta proyectos en espacios como el Teatro Poma y el Centro Cultural de España en El Salvador. Cada muestra fue un parteaguas en su camino, demostrando que su arte no depende de la validación externa, sino de un compromiso con la sinceridad del proceso creativo.

En su visión, el arte público no es decoración, sino un diálogo visual con la gente. Por eso sus intervenciones en calles y paradas de bus no buscaban reconocimiento, sino generar conversación. Si un mural desaparece o es tapado, entiende que el gesto de haberlo compartido ya cumplió su función.
“El arte es efímero… y el artista también. No se trata de buscar reconocimiento, sino sinceridad en el diálogo interno que se traduce a lo externo lo más cerca posible. Si se tratara de hacer dinero, pintaría solo lo que se vende. Pero entonces solo sería algo artesanal, sin alma, sin cuestionamiento. El artista sabe si su obra es arte… o solo una reacción”, dice.
Más allá de la estética, Spartacous Cacao cuestiona la relación del arte con el sistema y con el mercado. Habla de la necesidad de valorar la autenticidad por encima de las tendencias y de reconocer el trabajo de artistas y artesanos locales. Para él, la lucha diaria de la gente del campo, los vendedores y comerciantes también es una inspiración constante.

Su obra no se plantea como propaganda, pero inevitablemente toca y se entrelaza con lo político y lo social. Hace 16 años, en 2009, se encontraba pintando unas mazorcas coloridas en la plaza Los Piltos en Usulután en “un monumento todo rayado”, recuerda él. En el momento llegaron unas vendedoras de tortilla y le advirtieron que era peligroso.
“Poco después se me acercó un personaje tatuado y me preguntó quién me había mandado a pintar. Le dije que nadie, que todo era de mi bolsillo, y que solo quería mejorar el entorno. Lo invité a pintar conmigo. Me dijo que no podía, pero que el barrio necesitaba embellecimiento y que siguiera”, recuerda.
Cree, además, en seguir apostando a lugares que no tienen las mismas ventajas que San Salvador. Siempre le ha apostado a Oriente porque “es marginalizado y no existe la igualdad en oportunidades como en Sivar”, afirma. Agrega que “es difícil, pero hay un gran vacío y necesidad aqui. Hay tantas paredes, espacios y jóvenes sin oportunidades serias”.
Más que buscar trascender en la historia, su enfoque es vivir y crear con autenticidad. En palabras suyas, el verdadero cambio ocurre cuando cada persona transforma su propia realidad, y el arte es un medio para acompañar ese proceso.
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