Historias Bordadas revive la historia de Chalatenango en el MUPI
Coloridas mantas colgadas en el Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI) cuentan puntada a puntada la vida, la guerra y la esperanza de Las Vueltas, Chalatenango.
Por
Marcella Palacios
Publicado el 17 de agosto de 2025
La exposición “Historias Bordadas”, en el Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI), recoge los testimonios de mujeres y jóvenes de Las Vueltas, Chalatenango, que narran con hilo y aguja los recuerdos del conflicto armado. Este proyecto de memoria colectiva surgió como un taller textil liderado por Teresa Cruz, y hoy se presenta como una muestra que honra la resistencia y la historia popular. A través del bordado, generaciones comparten vivencias, sanan heridas y fortalecen su identidad. Las piezas también generan ingresos para la comunidad, demostrando que el arte puede ser archivo, sustento y puente entre memorias.
“Historias Bordadas” es más que una exposición de arte textil salvadoreño en el MUPI: es un abrazo colectivo que une a abuelas, madres, hijas e hijos alrededor de la memoria histórica de El Salvador.
Bordar para recordar: el arte como resistencia y testimonio
En una sala luminosa del MUPI, las telas bordadas parecen hablar. Cada flor, cada rostro y cada camino polvoriento narran sucesos que marcaron a la comunidad de Las Vueltas durante el conflicto armado salvadoreño.
El proyecto, impulsado por el museo y coordinado por la promotora cultural Teresa Cruz, comenzó como un taller de técnicas textiles y terminó convirtiéndose en un poderoso ejercicio de memoria colectiva.
Durante meses, veinte mujeres de distintas edades —junto a niñas, niños y adolescentes del Centro Escolar de la población de Las Vueltas— se reunieron para hilar historias personales con aguja e hilo. Entre puntadas, surgían recuerdos de “la guinda de agosto de 1984”, del trabajo en el campo o de la migración forzada.
“La íntima experiencia de bordar les ha permitido, de manera simbólica, zurcir las heridas que dejó la violencia”, explica Cruz.
Al recorrer la muestra, títulos como “Mi familia y la guerra” o “Sembrando esperanza” subrayan que el bordado funciona aquí como lenguaje de resistencia cultural.
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Carlos Henríquez Consalvi, director del MUPI y quien durante la guerra formara parte de la guerrillera Radio Venceremos, recuerda que muchas de estas mujeres aprendieron a bordar en los campamentos de refugiados en Honduras durante los ochenta: “Lo que entonces no podían expresar con palabras, lo plasmaron en hilos; hoy retoman esa voz junto a sus hijas e hijos”, dice Consalvi, conocido como “Santiago” durante esos años.

La exposición no solo preserva recuerdos: también reivindica el papel de las mujeres como cronistas silenciosas de la historia. Cada manta es un documento vivo que demuestra que el arte popular puede ser archivo y testimonio a la vez. Para las nuevas generaciones, bordar se vuelve una manera cercana de preguntar, escuchar y comprender lo que sus mayores vivieron.
Un legado vivo que atraviesa generaciones
Si algo distingue a “Historias Bordadas” es su potencia pedagógica. En un país donde muchas heridas aún duelen, estos talleres intergeneracionales abrieron un espacio seguro para hablar del pasado sin miedo y para imaginar futuros más esperanzadores.
Mientras las abuelas compartían anécdotas de refugio y pérdida, los niños aprendían a transformar esos relatos en pequeños dibujos que luego se convertían en delicados bordados.
Esa transmisión de saberes textiles enseña mucho más que técnicas de punto atrás o pespunte: fomenta empatía, arraigo comunitario y orgullo por la identidad chalateca.
Además, el proyecto abre puertas económicas. Las piezas originales —o reproducciones impresas en tarjetas y bolsos— se han vendido en la tienda del museo, generando ingresos que vuelven a la comunidad. Así, el arte textil se convierte también en una alternativa de desarrollo sostenible para Las Vueltas.
Para quienes visitan el MUPI en San Salvador, la sala “Historias Bordadas” invita a detenerse, observar y escuchar en silencio. Iglesias rurales, campesinas recolectando maíz, ríos cristalinos y rostros con nombre y apellido emergen entre los colores. No hay audio oficial, pero basta el roce de los hilos para oír la voz de quienes un día fueron silenciados.
Frente a los desafíos de la desmemoria, esta exposición ofrece un modelo replicable: tejer redes entre la cultura, la educación y la economía local. Cada puntada conjuga el pasado traumático con la alegría de crear algo bello y útil. En palabras de Consalvi, “La memoria, cuando se borda en colectivo, se transforma en un acto de amor que traspasa generaciones”.
Si te animás a conocer esta exposición, podés hacerlo en el Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI), ubicado en entre 19 y, 27 Avenida Nte. 1140, San Salvador.
El museo abre sus puertas en los siguientes horarios:
De lunes a viernes en dos turnos, por la mañana, de 8:00 a.m. a 12:00 p.m, y por la tarde, de 2:00 p.m. a 5:00 p.m.
Los sábados solo está disponible en horario matutino, de 8:00 a.m. a 12:00 p.m. Es importante saber que los domingos y feriados el MUPI no abre.
La entrada tiene un costo simbólico: $1.00 para salvadoreños y $2.00 para extranjeros, según la información publicada en su sitio web.
Visitar la exposición es dejarse tocar por la resiliencia de Chalatenango y reconocer que la historia de El Salvador también se puede leer —y sentir— entre hilos de colores.
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