EE. UU. no necesita a Bukele
La obsesión de Trump por atar migración con delincuencia lo cegó al contratar el CECOT de Bukele.
Nunca una potencia necesita de un país subdesarrollado y dependiente a su vez ese país de la potencia misma.
La humanidad ha atestiguado la formación y evolución de diferentes Estados en función, entre otros factores, de la coerción y el capital, como lo ilustra el Prof. Charles Tilly en sus notables ensayos: “los individuos que controlaban los medios concentrados de coerción (ejércitos, fuerzas policiales, armamento y sus equivalentes) intentaban por lo general utilizarlos para ampliar el ámbito de población y recursos sobre los que ejercían poder. Cuando no encontraban a nadie con un poder de coerción comparable, conquistaban; cuando encontraban rivales, guerreaban”.
Esta sencilla referencia explica por qué y cómo ciertas facciones dentro EE. UU. lograron controlar medios de coerción hasta triunfar en la Guerra de Secesión (1861-1865) para luego -al no encontrar competidores tras vencer militarmente a España en Asia-Pacífico y El Caribe (1898)- emerger como el nuevo imperio del Siglo XX. Explica también por qué las guerras en Centroamérica entre los casi iguales cesaron, no en balde Marco Carías y Daniel Slutsky titularon “La Guerra Inútil” su monografía sobre el conflicto de 1969 entre Honduras y El Salvador. No obstante, concluyendo con Tilly, EE. UU. y El Salvador son variantes del Estado-Nación que finalmente prevaleció (“Las Naciones Unidas”). Este punto será importante hasta el Siglo XXI pues los sultanatos se cuentan con los dedos de una mano.
El 2020, el presidente Trump decidió rectificar la política exterior hacia El Salvador, pero primero usó a tres centroamericanos -Jimmy Morales, Juan Orlando Hernández y Nayib Bukele- para firmar el trato “Tercer País Seguro”.
Trump presentó demandas por horribles crímenes -en territorio estadounidense- contra el liderazgo MS-13 y solicitó su extradición antes de dejar la Casa Blanca el 2021. Las investigaciones han revelado pactos de larga data entre Bukele y esos cabecillas. Coherente y esperanzador: el primer día de este segundo mandato, Trump designó terrorista a la MS-13.
Sin embargo, su obsesión por atar migración con delincuencia lo cegó al contratar el CECOT de Bukele. El arreglo sólo le ha acarreado líos -que llegarán a la Corte Suprema- pues la repatriación de los venezolanos en canje por prisioneros de Nicolás Maduro no anula la responsabilidad de los ejecutores de abusos contra civiles inocentes en EE. UU. y El Salvador.
Nadie en el mundo civilizado ha aplaudido los decretos legislativos de Nuevas Ideas para que artificialmente Bukele se aferre al poder, por lo que Trump cometería un mayúsculo error si finalmente lo reconoce pues nuestras cláusulas pétreas son irreformables.
El arco de amplio rechazo a la reelección que de facto ya perpetra Bukele incluye a la cúpula de la Iglesia Católica, obediente a la orientación democrática de León XIV. La arquitectura internacional ha arrinconado la reelección pues tan sólo desde la jurisprudencia interamericana, como lo resalté en pleno COVID-19, la CIDH con su “Resolución Evo Morales” (2021) dictaminó como falsa la premisa de que la reelección indefinida presidencial es un derecho humano.
EE. UU., como Estado-Nación, no debe pasar más por alto el quiebre de la ley y la captura de las instituciones por Bukele, ni la vulneración de las libertades y garantías fundamentales contra decenas de miles de civiles inocentes bajo el “Régimen de Excepción”; violencia gubernamental que pulió los servicios del CECOT en el que Trump y su Secretario de Estado se han enredado.
Sólo la correlación de poder en EE. UU. tras las elecciones de “medio término” en 15 meses, desatará ese nudo gordiano.
Recientemente, dos encuestadoras -Rasmussen, del propio sector Republicano, y YouGov, británica hoy globalizada- ofrecieron datos sobre la ventaja nacional del 4% al 7% a favor de los Demócratas. Galopa sin freno la desilusión por Trump en apenas el primer semestre. El nuevo control demócrata del Congreso será piloteado por los mismos legisladores que desde hace meses perciben a Bukele como enemigo del pueblo estadounidense y socio extranjero de Trump para violar la Constitución.
Y hay más: los congresistas no se explican las peticiones oficiales para que sea devuelta a Bukele la ranfla MS-13 que tanto costó su arribo a EE. UU. para sentarse ante los tribunales y hacer justicia a las familias agraviadas. Igualmente, la jueza Joan Azrack (Distrito Este, New York) ha cuestionado a la Fiscal General: “¿Por qué EE. UU. intercambiaría a nueve acusados que se alegan son miembros de alto nivel de la MS-13 por 3 millones de dólares? ¿Es eso un buen trato para EE. UU.?”.
En realidad, no es un buen trato para nadie.
Como potencia y buen vecino, EE. UU. debe designar como cómplices de terroristas a quienes en El Salvador han pactado con los MS-13, acusarlos y solicitarlos en extradición. En ese instante, Trump y Marco Rubio verán que nunca necesitaron de verdad al usurpador de la jefatura de Estado de un país pequeño y periférico.
Analista político y experto en relaciones internacionales

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